En el Jordán le preguntan sobre el matrimonio

Los sencillos de corazón descubren lo que se hace evidente a los ojos y al buen sentido; y se benefician de la palabra y de los milagros de Jesús.

Tras los duros sucesos de Jerusalén, Jesús marcha a las orillas del Jordán, lejos de la jurisdicción de los judíos de Judea, y allí "muchos acudieron a él y decían: Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo Juan acerca de él era verdad. Y muchos allí creyeron en él"(Jn). Los sencillos de corazón descubren lo que se hace evidente a los ojos y al buen sentido; y se benefician de la palabra y de los milagros de Jesús. Pero no todos eran así. Allí se encontraba un grupo de fariseos y pusieron de nuevo a prueba a Jesús en una cuestión de gran importancia en la vida de los hombres para la marcha de la sociedad: el matrimonio.

"Y sucedió que, cuando terminó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán, a donde le siguieron grandes multitudes, y los curó allí. En esto, se acercaron a él unos fariseos y le preguntaron para tentarle: ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?"(Mt). En Israel ésta era la práctica general, quizá, moderada por las presiones familiares, pero especialmente dura para la mujer. Entre los rabinos existían dos escuelas: una era muy laxa y admitía casi cualquier motivo para dar el libelo de repudio, como era cocinar mal. La otra era más exigente. Pero ambas admitían el repudio, que en su tiempo fue un avance en la vida familiar, exigiendo el documento oficial del repudio para tratar de evitar, o al menos disminuir, los frecuentes abandonos por capricho de la mujer.

Jesús no se adhiere a ninguna de las dos escuelas sino que enseña el sentido nuevo y original del Matrimonio y respondió: "¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra, y que dijo: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne?" Sí lo habían oído pero las pasiones y las costumbres les nublaban la vista. Incluso los que vivían con una sola mujer veían como normal la separación y el divorcio. Jesús no lo admite "Así pues, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre"(Mt). La unión es indisoluble, sagrada, santificada por Dios. No se trata de algo instintivo, ni sólo una unión necesaria para la reproducción, sino de algo santo y santificado por Dios en una unión personal una e indisoluble. Todos se conmueven al oír la breve, pero contundente, sentencia. Los fariseos creen haber encontrado un punto de polémica pues parece que Jesús está en contra de Moisés, lo que era grave, por eso le replicaron: "¿Por qué entonces Moisés mandó dar el libelo de repudio y despedirla? El les respondió: Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres a causa de la dureza de vuestro corazón; pero al principio no fue así"(Mt). Se trata de volver al principio de la creación, de liberar al hombre de la corteza del pecado, que le hace duro y egoísta. Algo se adelantó con el libelo de repudio, pero ahora, con la nueva vida que trae Cristo, el matrimonio queda dignificado, la mujer queda protegida ante el egoísmo del varón, y el hombre es llevado a vivir un amor más humano y más divino, un amor que realmente refleje el modo divino de vivir. Cabe la separación por motivos graves, pero sin tener acceso a nuevas nupcias. "Sin embargo, yo os digo: cualquiera que repudie a su mujer -a no ser por fornicación- y se una con otra, comete adulterio"(Mt). No admite interesadas interpretaciones la sentencia del Señor.

La cuestión no dejó indiferente a los suyos que le exponen con confianza: "Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no trae cuenta casarse". Mucho quedaba por hacer para cambiar mentes formadas en los esquemas antiguos. Jesús les respondió: "No todos son capaces de entender esta doctrina, sino aquellos a quienes se les ha concedido". Y da un paso más en su enseñanza sobre la sexualidad hablándoles del celibato por amor a Dios. Algunos, no todos, serán llamados a vivir un amor más alto, que prescinda del matrimonio y de los hijos. "En efecto, hay eunucos que así nacieron del seno de su madre; también hay eunucos que así han quedado por obra de los hombres; y los hay que se han hecho tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien sea capaz de entender, que entienda" (Mt). Era necesaria una nueva mente, un don especial, para entender esta generosidad por el Reino que buscaban extender. No se trataba de un celibato egoísta, sino de un celibato por un amor más alto, de un celibato que conoce la bondad de un matrimonio en el que de da una verdadera comunidad de amor y de vida, pero de la cual se prescinde para amar más intensamente y con el corazón indiviso a Dios y a todo ser humano. Se acababa de abrir un nuevo modo de amar a Dios con el alma y el cuerpo. Ya lo vivían Jesús, y su Madre que era Virgen, pero ahora se extiende a muchos este nuevo modo de vivir el amor a Dios. Los discípulos han pasado de una situación en que era legal y se consideraba normal el divorcio, a otra en que será normal algo sólo posible por la gracia que Cristo ha conquistado para el hombre: el celibato por amor a Dios.

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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