Cinco conclusiones imprecisas del documento “en defensa del bebé por nacer”

Nos habéis hecho llegar un documento titulado La voz de las mujeres en defensa del bebé por nacer y en oposición a las vacunas contaminadas con el aborto, apoyado supuestamente por 86 mujeres de 25 países que afirma, entre otras cosas, que la producción de vacunas ha puesto a la comunidad científica en busca de fetos abortados. Es falso, como ya explicamos en esta verificación. El texto cierra con cinco conclusiones sobre la vacunación. ¿Cuánto de verdad hay en cada una de ellas? Lo analizamos.

“Las vacunas candidatas que, según se informa, utilizan células fetales abortadas “solo durante las pruebas” utilizaron las células HEK-293 [Riñón embrionario humano-293] como parte integral del desarrollo de su ARNm candidato”

El primer punto aborda el supuesto empleo de “células fetales abortadas […] como parte integral del desarrollo de su (vacuna de) ARNm candidato”. Es ENGAÑOSO. Lo que se sí se han utilizado para el desarrollo y producción de algunas vacunas es un tipo de células que proviene de tejido embrionario, pero en sí mismas no son células fetales.

Para la fabricación de las vacunas habitualmente se emplean líneas celulares, esto es, cultivos de laboratorio hechos de células que se reproducen sin parar. En el caso de las empleadas por las farmacéuticas que fabrican las vacunas de la covid-19, se crearon hace décadas usando células extraídas de fetos abortados legalmente.

Pfizer/BioNTechModerna y AstraZeneca/Oxford han fabricado vacunas contra la covid-19 empleando la línea celular conocida como HEK293, creada a partir de células de riñón extraídas de un feto abortado legalmente en 1973.

“No se ha probado rigurosamente la eficacia de las candidatas a vacunas en cuestión para prevenir la infección o la transmisión del SARS-CoV-2, sino que se evaluó la reducción de la gravedad de los síntomas en aquellos que desarrollan ‘casos confirmados’ de COVID-19”

Es ENGAÑOSO. Los ensayos clínicos en fase I, II y III realizados antes de que se aprobaran las vacunas se centraron solamente en medir cuánto se reducía la gravedad de la enfermedad en sintomáticos, pero actualmente hay estudios en curso que están arrojando resultados sobre si la vacuna reduce también la infecciosidad y transmisibilidad del virus.

Cuando las vacunas no estaban aún aprobadas, los ensayos clínicos se centraron solamente en medir cómo de capaces eran de reducir la mortalidad y los cuadros más graves en entornos controlados (ensayos clínicos), dejando la observación de la transmisibilidad y la probabilidad de reinfección tras haber recibido la dosis para cuando las inyecciones estuvieran aprobadas y en pleno suministro.

Una vez que fueron aprobadas, se comenzó a medir también la transmisibilidad y capacidad de reinfección: esto es, si además de ser capaz de evitar que el virus mate, hace que la gente no se infecte de nuevo ni, por tanto, transmita a su vez la enfermedad. “Hasta ahora, los estudios en la vida real apuntan a que, en mayor o menor medida, las vacunas evitan [también] la infección sin síntomas”, apunta José Antonio Navarro-Alonso, especialista en Pediatría, experto en vacunación covid-19 y uno de los fundadores de la Asociación Española de Vacunología (AEV). Eso significa que “pueden impedir la replicación del virus (menor infecciosidad), por tanto su diseminación a los contactos del vacunado (menor contagiosidad) y, en definitiva, contribuir a la aparición de una protección comunitaria”, concluye.

“La tasa de supervivencia promedio de la infección por SARS-CoV-2 es superior al 98,3%, y no es probable que se vea afectada significativamente por vacunas con tan poca eficacia”

Aunque la proporción que da este mensaje entre contagiados y fallecidos es similar a la real (en el mundo ha habido 153,6 millones de contagiados confirmados y 3,2 millones de muertos por una mortalidad de 2,09% a 4 de mayo de 2021) el promedio de supervivencia varía significativamente según la edad y las patologías previas, pero también en función de la capacidad de test de cada país (cuantos más asintomáticos se diagnostiquen, más cae la mortalidad por cada caso identificado). Además, la eficacia de las vacunas ha demostrado en la mayoría de los casos reducir a más del 80% la probabilidad de cursar los cuadros más graves de la enfermedad.

La tasa de mortalidad es extremadamente cambiante, y no solo varía en función de la edad, sino también de las patologías previas que uno tenga y también de las condiciones sanitarias del país en el que viva. Por eso, no se puede aseverar que la tasa de supervivencia de la infección por SARS-CoV-2 es superior al 98,3% de forma sistemática. La media mundial es del 97,9%.

En consecuencia, el razonamiento posterior —”no es probable que se vea afectada (la mortalidad) por vacunas con tan poca eficacia”— tampoco es correcto; de hecho, se ha observado que la vacuna no es solo eficaz sino efectiva: reduce en su mayoría los cuadros graves de la enfermedad tanto en entornos controlados —ensayos clínicos— como en la vida real, esto es, prácticamente elimina las probabilidades de morir por covid-19. En las residencias de ancianos españolas, por ejemplo, la vacunación ha reducido la mortalidad en un 99,7%.

“La vacuna tiene entre 5 y 10 veces más probabilidades de producir reacciones adversas que las vacunas contra la gripe, y causa entre 15 y 26 veces más dolores de cabeza, fatiga y mareos (según los datos del VAERS). La vacuna también ha provocado muchas reacciones más graves y numerosas muertes. Los datos de seguridad que se han recopilado son insuficientes para determinar los posibles efectos a largo plazo”

Estos datos son ENGAÑOSOS: sí, las vacunas contra la covid-19 generan más efectos secundarios que otras, pero no se tienen datos acerca de cuánto de frecuentes son éstos respecto a otras vacunas y, en cualquier caso, los datos obtenidos del VAERS no tienen relevancia real porque la base de datos recoge cualquier evento adverso tras la inyección, haya tenido o no la vacuna que ver. Y, sí, la vacuna ha producido una serie de efectos adversos graves, como los casos excepcionales de trombosis venosas, debido a los cuales unas decenas de casos han tenido un desenlace fatal.

Las vacunas contra la covid-19 son más reactógenas que la media, esto es, que generan más efectos secundarios que el resto: “En general, se ha visto que todas las vacunas COVID-19 generan más efectos secundarios que muchas otras vacunas que conocemos”, indica a Verificat Adelaida Sarukhan, inmunóloga y redactora científica del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Sin embargo, añade, “la gran mayoría de estos efectos son leves —dolor de cabeza, dolor muscular, fatiga, reacciones locales cutáneas, etc…— y desaparecen tras un par de días”.

Por otro lado, los datos del Sistema para Reportar Reacciones Adversas a las Vacunas (VAERS, por sus siglas en inglés) no tienen validez puestal y como indican ellos mismos en su web, son datos sobre los cuales “no se tiene certeza de que la vacuna causó el problema”. O sea, es una plataforma para alertar al sistema de farmacovigilancia y hacer un seguimiento de las diversas reacciones adversas, pero no son datos concluyentes ni implican necesariamente causalidad.

“El carácter experimental de la vacuna hace que instar, coaccionar u obligar a las personas a tomarla sea una violación directa de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos”

Esta afirmación es falsa por dos motivos: primero, porque la vacuna no tiene carácter experimental, sino que ha sido aprobada según la legislación vigente y a través de los procedimientos reglamentarios de ensayos clínicos por fases; segundo, porque la vacunación no es obligatoria, aunque si bien se exige en, en algunos países, contextos o para realizar determinados trabajos.

Ninguna de las vacunas aprobadas para su uso por las diferentes agencias de regulación de medicamentos se están suministrando sin haber pasado antes por todas las fases de ensayos clínicos, necesarias para demostrar que las vacunas son seguras.

Otra cosa es que la tecnología empleada en ciertas vacunas, como las de ARN mensajero (Pfizer y Moderna), sea novedosa y no se haya usado en humanos nunca antes. Las vacunas de ARNm no utilizan virus atenuados o inactivados, como se ha hecho tradicionalmente, sino que están elaboradas con parte del ARN mensajero del virus causante de la enfermedad (de ahí su nombre), y llegan a las células recubiertas por una envoltura lipídica (una especie de bolsita de grasa que evita que se destruya), pero al final consiguen el mismo efecto: que el cuerpo reconozca las proteínas del virus del SARS-CoV-2 para desarrollar una respuesta inmunológica y vencer al virus en caso de que este nos infecte.

Por otro lado, aún no se está obligando a la población a recibir la vacuna, aunque sí que es imprescindible para acceder a ciertos servicios o puestos de trabajo. Por ejemplo, en Estados Unidos cada vez más universidades la requieren como un requisito imprescindible para acudir a clase; en Italia, tenerla es condición sine qua non para trabajar como farmacéutico o sanitario.

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