San Hilario

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Su nombre significa: «amable y sonriente».

Murió el 13 de enero del año 368.

San Agustín dice de él: «es un ilustre Doctor de nuestra Santa Iglesia». Y San Jerónimo lo llama: «Hombre de gran elocuencia; trompeta de Dios para alertar a la verdadera religión contra la herejía» y añade «San Cipriano y San Hilario son dos inmensos cedros que Dios trasplantó del mundo hacia su Iglesia».

Nació en Poitiers (Francia) en el año 315, de familia pagana que le proporcionó una esmerada educación. Hizo sus estudios en su ciudad y en Roma y Grecia durante diez años. Se ejercitó en la poesía, aprendió elocuencia y estudió mucho la filosofía de Platón.

Durante sus años de estudio supo librarse del ambiente de corrupción que había entre los estudiantes y el llevar una vida honesta y virtuosa le sirvió muchísimo para mantener su cerebro despejado para aprender mucho y retener lo aprendido.

Los paganos decían que había muchos dioses, y esto le fastidiaba a él. Por eso cuando leyó la Biblia se entusiasmó al encontrar allí la idea de que no hay sino un solo Dios, eterno, inmutable, Todopoderoso, Principio y fin de todas las cosas.

El libro que lo convirtió fue el Evangelio de San Juan, pero él mismo cuenta en su autobiografía que el libro que lo acompañó toda su vida y que le sirvió de meditación cada día fue el evangelio de San Mateo.

A los 30 años vivía atormentado con la idea de cuál sería el destino que nos espera en la eternidad, cuando encontró el evangelio de San Juan y allí al leer que «El Hijo del Dios se hizo hombre, para salvarnos», en esa noticia encontró la respuesta a sus dudas. A él le sucedió lo que le ha pasado a muchísimos santos: que una buena lectura ha cambiado toda su vida.

Era casado y tenía una hija. En el año 345 se hizo bautizar junto con su esposa y su hija.

Desde entonces se dedicó con toda su alma a leer y estudiar la Sagrada Escritura y dejó toda lectura simplemente mundana.

Venancio Fortunato, que escribió su biografía, cuenta que la vida de este hombre era tan virtuosa y tan de buen ejemplo, que la gente decía que más parecía un santo sacerdote que un hombre casado.

El año 350 murió el obispo de Poitiers y el pueblo aclamó como obispo a Hilario. Su esposa y su hija, que se habían vuelto muy santas, se retiraron a vivir como fervorosas religiosas, y nuestro santo fue nombrado obispo.

Desde entonces Hilario se dedica a la ocupación que va a ser el oficio principal del resto de su vida: combatir a los herejes arrianos que decían que Jesucristo no era Dios. Arrio fue un hereje que se dedicó a enseñar que Jesucristo no es Dios sino un simple hombre. Los obispos de todo el mundo se reunieron en el Concilio de Nicea (año 325) y proclamaron que Jesucristo sí es Dios, y que el que niegue esta verdad queda fuera de la Iglesia Católica. Pero el emperador Constancio se dedicó a apoyar a los arrianos y a perseguir a los verdaderos cristianos. Nombraba obispos arrianos en las ciudades principales y desterraba a los obispos que proclamaran la divinidad de Jesús.

Hilario organizó la resistencia de todos los obispos católicos de Francia, contra los obispos arrianos. En Paría reunió a los obispos católicos y éstos condenaron a los que seguían a Arrio.

Pero los arrianos lo acusaron ante el Emperador, y Constancio decretó el destierro de Hilario hasta Frigia, más allá del Mar Negro. Allá estuvo desterrado por cuatro años. Pero este destierro que le hizo sufrir mucho, le fue también muy provechoso porque allá aprendió el idioma griego y pudo leer los libros de los más grandes sabios cristianos de la antigüedad en oriente, y aprendió también la costumbre de entonar muchos cantos durante las ceremonias religiosas. Durante su estadía en Oriente adquirió una importantísima documentación para los famosos libros que luego iba a publicar en favor de la religión. Jamás despreció una ocasión para aumentar sus conocimientos religiosos.

Pero en Constantinopla fue invitado a un Concilio de los arrianos, y allá habló tan maravillosamente explicando la divinidad de Jesucristo, que los herejes pidieron al emperador que lo expulsara otra vez hacia occidente, porque podía convencer a toda esa gente de que Jesucristo sí es Dios. Y el gobernante dio el decreto de que quedaba expulsado hacia Francia. Y así pudo volver a su país. La gente decía: «Hilario fue expulsado hacia oriente por hablar muy bien de Jesucristo en occidente. Y fue expulsado hacia occidente por hablar muy bien de Jesucristo en oriente».

En el año 360 Hilario entraba otra vez triunfante a su diócesis de Poitiers, en medio del júbilo más indescriptible. San Jerónimo dice que Francia entera se volcó a los caminos a recibirlo como a un héroe que volvía victorioso después de luchar sin descanso contra los que decían que Jesucristo no era Dios. Y Nuestro Señor para demostrar la santidad del gran obispo le concedió hacer varios milagros. El más sonado fue la resurrección de un joven que ya llevaban a enterrar.

Llegado otra vez a su ciudad, el santo se dedicó sin descanso a defender la verdadera religión y a combatir la herejía de los arrianos. En uno de sus escritos pone a Dios por testigo de que el fin principal de toda su vida es emplear todas sus fuerzas en hacer conocer más a Jesucristo y hacerlo amar por el mayor número de personas que sea posible.

A las personas que iban a consultarle les recomendaba que todas sus acciones las empezaran y terminaran con alguna oración.

Y redactó luego su libro más famoso llamado «La Trinidad». Es lo mejor que se escribió en toda la antigüedad acerca de la Sma. Trinidad. También publicó un Comentario al Evangelio de San Mateo y un Comentario a los Salmos.

Otra gran obra de San Hilario fue reunir un grupo de personas fervorosas y enseñarles a vivir en comunidad, lejos de lo mundano, dedicándose a la oración, a la penitencia, al trabajo y a la lectura de la S. Biblia. Entre las religiosas estaban su esposa y su hija. Entre los religiosos el más ilustre fue San Gregorio de Tours, que fundó después el primer monasterio de su país, Francia.

En oriente había aprendido que los arrianos y los gnósticos, para atraer gentes a sus cultos entonaban muchos cantos. Y él, que era poeta, se dedicó a componer cantos y a ensayarlos y hacerlos cantar en las ceremonias religiosas de los católicos. San Isidoro dice que el primero que introdujo en Europa la costumbre de entonar himnos cantados durante las ceremonias religiosas fue San Hilario. Años más tarde San Ambrosio introduciría esa costumbre en su catedral de Milán y los herejes lo acusarán ante el gobierno diciendo que por los cantos tan hermosos que entona en su iglesia les quita a ellos sus clientes que se van a donde los católicos porque allá cantan más y mejor.

Una gran cualidad tenía este santo: era extremadamente cortés y bondadoso. Cuando defendía la verdad cristiana contra los errores de la herejía era un retumbante polemista, pero cuando trataba de convencer a los otros para que amaran a Jesucristo, era un bondadoso padre y un buen pastor. La gente decía: en sus discursos es un león aterrador. En sus charlas personales es un manso cordero. En la lucha era muy humano, pero en la victoria era extremadamente bondadoso y muy comprensivo. Cuando un arriano dejaba sus errores, y volvía a creer como los católicos, ni siquiera permitía que le quitaran el cargo que antes tenía. No quería humillar a nadie sino salvar a todos.

Los últimos años de su vida los empleó en defender de palabra y por escrito la divinidad de Cristo y la verdadera religión en Francia e Italia. Y logró que a la muerte del emperador Constancio, la Iglesia, que estaba siendo tan perseguida, volviera a resurgir con admirable rapidez en los países de occidente.

En 1851, el Papa Pío Nono declaró a San Hilario «Doctor de la Iglesia», por la defensa heroica y llena de sabiduría que hizo de la divinidad de Jesucristo.

El año 368, cuando estaba para morir, los presentes vieron que la habitación se llenaba de una extraordinaria luz que rodeaba el lecho del moribundo. Quedaron deslumbrados, pero apenas el santo entregó su espíritu, la luz desapareció misteriosamente.

Señor Jesucristo: Te pedimos que como tu amigo San Hilario nosotros empleemos también nuestra vida y nuestras fuerzas en hacerte conocer y amar más y más. Amen.

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