Cinco mil más cuatro mil

Al poco de comenzar Jesús su predicación sus seguidores se cuentan por miles, quizá no estaban muy enterados de la doctrina del Maestro, pero sabían lo suficiente como para seguirle con esfuerzo. Los números son grandes -cinco mil y cuatro mil- en aquellos lugares de poblaciones pequeñas, y eso sin contar mujeres y niños. Una auténtica muchedumbre se reúne en aquellos descampados intentando ver, oir, o mirar a Jesús. Buscan un milagro para los males del cuerpo, o un consejo para los males del alma. Y Jesús los alimenta en el alma con su palabra, y en el cuerpo con el pan en dos ocasiones realizando dos milagros al multiplicar los panes. Todos se entusiasman ante aquel milagro inesperado, y quieren hacer rey al que les da pan y alimento, pero Jesús, sorprendentemente, se escabulle; es cosa clara que quiere evitar una mala interpretación de su reino espiritual.

Los milagros son signos que invitan a la conversión, además “lo prodigioso no es dar de comer a cuatro o cinco mil personas, las que sean, ni que sobren siete espuertas o doce cestos, qué más da; tal vez el sentido del milagro no es el milagro en sí, por muy aparatoso que pueda aparecer. Lo llamativamente excepcional atrae la atención sobre la paradoja de que en el fondo todo es excepcional.

El portento es que todos los días salga el sol y estemos vivos y hagamos una infinidad de cosas, como si fuese lo más natural del mundo y casi parezca, debido a la delicadeza y discreción de Dios, que ello es fruto de nuestro propio esfuerzo, que vivir es un mérito del que vive; lo inimaginable es lo cotidiano que no se ve a fuerza de verse, a lo que nadie da importancia, ¿que menos que vivir, que ver la luz, que ser feliz? Los panes y los peces, mucho más, el tiempo humano, el corazón y la sonrisa, se multiplican cotidianamente para todos, y nadie se da cuenta”[544].

Aquellos miles de hombres -sin contar mujeres y niños- debieron formar una extraordinaria muchedumbre de buscadores, hasta que, por fin, encuentran a Jesús, que no les rechaza, pero les aclara las ideas, entonces les anuncia un pan extraordinario que será la Eucaristía. Muchos no quisieron creer en sus palabras, quizá estaban demasiado entusiasmados con la fácil solución a los problemas de la alimentación, y olvidaron que lo espiritual es mucho más necesario, y abandonaron a Jesús. ¡Es tan fácil que decaiga el entusiasmo superficial e interesado!. Pero miremos el milagro en sí mismo para conocer un poco más a Dios.

Al igual que el vino en Caná la abundancia de pan para es llamativa. Fijémonos en los datos. En la primera multiplicación de los panes comieron todos hasta hartarse y recogieron de los trozos que sobraron doce canastos llenos. Los que habían comido eran alrededor de cinco mil hombres, sin contar las mujeres y niños[545]. La segunda multiplicación también es abundante, Y comieron hasta hartarse, y de los pedazos que sobraron recogieron siete cestas llenas. Los que comieron eran unos cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños[546]. Lo mismo ocurrió en la conversión de agua en vino en Caná: seiscientos litros es casi una exageración.

En estos milagros se respira lo dicho por los profetas el mismo Yavé dará la felicidad y la tierra dará sus frutos [547] y las eras se llenarán de buen trigo, los lagares rebosarán de mosto y de aceite puro [548]. Jesús con estos símbolos anuncia bienes mayores Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia[549].

Al sentarse, los cinco mil y los cuatro mil hicieron un misterioso acto de fe común. Tenían verdaderamente hambre, y aceptan obedecer, pues no quieren perder a Jesús por solucionar ese problema que empieza a ser grande pero se puede soportar. Jesús tomó los panes y los peces que le ofrecían los discípulos, recita algunas de las fórmulas de bendición, y se multiplica el pan a medida que se lo piden. No parece que la multiplicación se diera de repente, pues el alimento de varios miles de personas hasta saciarse son varias toneladas de pan cantidad superior las fuerzas del portador generoso de sus pequeñas reservas si el cambio hubiese sido repentino. Sería una auténtica montaña de pan. El pan se multiplicaba según las necesidades. Después sobrará, y lo recogerán según les indica el Señor, pero todos pueden pedir cuanto desean, incluso más de lo que necesitan.

Esta abundancia recuerda el pensamiento del hijo pródigo cuando en su indigencia se da cuenta de la generosidad de la casa paterna y se dice ¡cuantos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia mientras yo aquí me muero de hambre![550]. Dios es así, da con abundancia y generosidad, pero no excusa que se ponga algo por parte del hombre, quizá para que así el hombre piense que ha hecho un esfuerzo. Dios juega con nosotros dejándonos colaborar como los rudos pescadores que dejan al niño pequeño tirar de las pesadas redes; en realidad molesta, pero conmueve los corazones de los hombres rudos. ¿Acaso Dios tiene menos corazón que esos hombres?

Como escribía Knox, a veces los jornaleros de la casa del Padre somos nosotros. Gozamos del privilegio de poder comulgar con frecuencia y comulgamos con rutina o lo retrasamos, pero el privilegio del pan lo valoran sobre todo los que tienen hambre, como el hijo pródigo al que no le era dado ni comer el alimento de los animales. Los jornaleros tienen más pan del que necesitan, no saben que hacer con tanto pan. Y esas comuniones de muchos cristianos ¿cómo son? ¿las valoramos como el que ha pasado hambre? Lo más correcto serían invertir el pensamiento del hijo pródigo pensando: ¡cuantos hijos están pasando hambre lejos de la casa del padre, y yo, que soy sólo un jornalero, tengo más comida de la necesaria, y se me ofrece más de lo que puedo utilizar! Es lógico que, con este pensamiento, recojamos los restos en cestos, por si hace falta para el camino. No se trata tanto de guardar el pan eucarístico, sino de nuestros deseos de comulgar. Al que tiene hambre todo le parece secundario ante la necesidad de satisfacerla.

Esta es la mente del Señor: quiere que estemos contentos, quiere que se llene su casa, invita a los descorteses al convite, invita a los que viven cerca y a los que están muy lejos, a los impedidos y llenos de defectos. ¿No se ve en estas palabras un deseo de que todos participen en la abundancia del amor divino y comer su cena?

Pero volvamos a los panes ¿cual es el motivo próximo de la multiplicación de los panes o de la conversión del agua en vino? Los evangelistas lo indican con claridad: la compasión. Aunque cada uno de ellos tiene sus matices peculiares. En la primera multiplicación la muchedumbre estaba cerca de sus casas o de lugares poblados; llevaban sólo un día buscándole, podían llevar comida o buscarla con facilidad. Aún así, Jesús se compadeció, pero, sobre todo, por el estado de sus almas. Aquellas personas le buscaban porque esperaban con ansiedad al Mesías, porque veían sus milagros, porque su palabra encendía sus corazones, por eso explica Marcos que se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor.

La segunda multiplicación es diferente porque llevaban tres días siguiéndole. Es muy posible que estuviesen lejos de las aldeas, y aunque viviese alguien cerca, no tendrían provisiones para tanta gente. Quizá se había extendido con fuerza la fama de sus milagros y salen algo insensatamente en busca de Jesús. Pero, ¿se puede llamar a alguien insensato cuando la necesidad es urgente?. Es posible pensar que fueron poco previsores, pero es lo que suele ocurrir a los hombres cuando experimentan una gran preocupación y necesidad,o una gran alegría, todo lo demás pasa a segundo lugar. Y Jesús les comprende, por eso dice Me da compasión de la muchedumbre, pues ya llevan tres días a mi lado y no tienen que comer. Si les envío en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino: además, algunos han venido de lejos [551].

Jesús experimentaba el mismo hambre que ellos, pero no piensa en sí mismo. Jesús siente el dolor y la necesidad de aquellas gentes como propio, eso es la compasión; con el milagro alimenta su cuerpo y dilata las esperanzas de su alma.

Tiene compasión el que comprende. Comprende el que ama. Ama el que piensa más en los otros que en uno mismo. Jesús tiene compasión como hombre y esa compasión humana revela la compasión y el amor divino. Cada comunión es un acto de comprensión. Él comprende nuestras necesidades con los matices personales de cada uno. Muchas veces atenderá a nuestras peticiones. Otras se adelantará y dará mucho más de lo pedido.

Buena cosa es aprovechar esta meditación para decirle a Jesús: ¡ten compasión de mí, compréndeme y utiliza tu misericordia en mis necesidades!. Nuestra oración puede ser la del bienaventurado Josemaría: Si aquellos hombres, por un trozo de pan – aún cuando el milagro de la multiplicación sea muy grande-, se entusiasman y te aclaman, ¿qué deberemos hacer nosotros por los muchos dones que nos has concedido, especialmente porque te nos entregas sin reserva en la Eucaristía [552].

Los apóstoles comprenderán mejor el primer mandato que les dirige el Señor: dadles vosotros de comer. Ellos no pueden darles el pan material, pero podrán dar el alimento del alma, que es la Eucaristía, a lo largo de los siglos. Cada uno que acuda a la comunión recibirá lo que necite hasta hartarse, y poder decir como Santo Tomás:

Oh pan vivo que das la vida al hombre

concede que mi alma de ti viva,

y siempre guste tus celestiales delicias[553]


[544] Carlos Pujol. Gente de la Biblia. Los cinco mil

[545] Mt 14,14-21; Mc 6,34-44; Lc 9,12-17; Jn 6,5-15

[546] Mt 15,32-38; Mc 8,1-9

[547] Salmo 85,13

[548] Loel 2,24; cfr Am 9,13-15

[549] Jn 10,10

[550] Lc 15,17

[551] Mc 8,2-3

[552] Forja n. 303

[553] Santo Tomás de Aquino. Adorote devote

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