¿No es verdad que el mensaje cristiano proviene del futuro –no pertenece al pasado– y por eso interesa mucho en el presente? ¿Acaso el mundo no se encuentra sólo en la época “después de Cristo” sino, y sobre todo, en el “tiempo antes de Cristo”? Esto es lo que le plantean a Benedicto XVI en un pasaje central del libro-entrevista “Luz del mundo” (pp. 76-77).
Sí, dice el Papa. Y por eso los cristianos –como ya hizo Juan Pablo II– debemos ser capaces de exponer nuevamente “el mensaje de la fe desde la perspectiva de Cristo que viene”. Debemos hacerlo de una manera en cierto sentido original, puesto que “a menudo, esa condición de Cristo que viene se ha proclamado en fórmulas que, si bien son verdaderas, al mismo tiempo han envejecido”. Han perdido su significado o éste ha sido falseado. Por eso, y se refiere a una expresión de Jürgen Habermas, es importante que haya teólogos que puedan traducir el tesoro de la fe de tal modo que “sea una palabra para este mundo”. Le da la razón en que “el proceso interior de traducción de las grandes palabras a la imagen verbal y conceptual de nuestro tiempo está avanzando, pero aún no se ha logrado realmente”.
¿Cómo lograr traducir las verdades de la fe a la cultura de nuestro tiempo? Entiende Benedicto XVI que “esto sólo puede conseguirse si lo hombres viven el cristianismo desde Aquel que vendrá”. Es decir, si la “traducción existencial” (en la vida) antecede a la “traducción intelectual”.
Ha aquí lo decisivo que señala el Papa, recogiendo una idea que desarrolla la Exhortación “Verbum Domini” (los santos son los más perfectos intérpretes de la Escritura, cf n. 48). Aquí lo dice en la perspectiva de Cristo: “Son los santos los que viven el ser cristiano en el presente y en el futuro, y a partir de su existencia, el Cristo que viene puede también traducirse, de modo que se haga presente en el horizonte de la comprensión del mundo secular”. “Ésta es –subraya con fuerza– la gran tarea frente a la cual nos encontramos”.
Y es verdad. Para que se reconozca a Cristo como presente y como futuro del mundo, ante todo tiene que haber muchos “cristianos de la calle” (fieles laicos) –y no sólo clérigos o personas consagradas en el sentido canónico– que se tomen en serio la santidad, también “en” y “por” las cosas del mundo: en las familias y a través del trabajo, de las tareas culturales, sociales y políticas, en el ocio y el deporte, en todas las etapas y condiciones de la existencia humana. ¿Cómo, si no, podrá mostrarse que sólo en Cristo se encuentra la respuesta a tantas cuestiones vitales como la primacía del amor, la bondad originaria del mundo, la validez de la razón, el atractivo de la belleza que conduce a la verdad, la estrecha conexión entre culto a Dios y compromiso social, la esperanza en un progreso auténtico…?
Aquí habría que preguntarse por el “cómo” de la santidad en medio del mundo. Ya se ve que en esto se juegan cuestiones no sólo de método teológico, sino de evangelización e incluso de supervivencia para la humanidad. Para ello es preciso dejarse iluminar por Dios, “Luz del mundo” y, a la vez, Palabra y Vida para el mundo.
Ramiro Pellitero,
Instituto Superior de Ciencias Religiosas,
Universidad de Navarra
(publicado en www.religionconfidencial.com, 8-XII-10)