Quien quiere influir en el presente tiene que amar el mundo en que vive
Nacida en Hildesheim, doctora en Pedagogía por la Universidad de Colonia y en Teología por la Universidad de Navarra, ha escrito libros como Libertad vivida, con la fuerza de la fe; Un nuevo estilo de vida: amar y perdonar; Una nueva comprensión de la sexualidad humana; o Hacia un nuevo feminismo.
En su conferencia Transmitir la fe hoy, Jutta Burggraf asegura que quien quiere influir en el presente tiene que amar el mundo en que vive. No debe mirar al pasado, con nostalgia y resignación, sino adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto: estar a la altura de los nuevos acontecimientos, que marcan sus alegrías y preocupaciones, y todo su estilo de vida. Hoy una persona percibe la realidad del mundo de un modo diferente a generaciones anteriores y también reacciona afectivamente de otra manera. Por eso es tan importante escuchar.
Ser auténtico, no perfecto
En su opinión, para transmitir la fe un cristiano no tiene que ser perfecto, pero sí auténtico. Esa transmisión puede empezar en la infancia: «Para un niño es más importante crecer en un ambiente de amor auténtico, sin referencias explícitas a la religión, que en un clima de «piedad» meramente formal, sin cariño. Sin amor, falta la condición básica para un sano desarrollo. No se puede modelar el hierro frío, pero cuando se calienta es posible formarlo con delicadeza».
Lo bueno de lo malo
La profesora de la Facultad de Teología observa «personas con una fuerte identidad cristiana incapaces de convencer a nadie porque hoy apenas se acepta a alguien que se muestra demasiado seguro y por encima de los demás. Así lo expresó el entonces joven obispo Karol Wojtyla en una de las sesiones del Vaticano II cuando criticó el proyecto de uno de los documentos propuestos en el concilio». De acuerdo con santo Tomás de Aquino, Jutta Burggraf recuerda que «cualquier persona, por erróneas que sean sus convicciones, participa de alguna manera de la verdad: lo bueno puede existir sin mezcla de lo malo, pero no existe lo malo sin mezcla de lo bueno».
Podemos enseñar, pero no obligar a nadie a ser bueno
Entre otras consecuencias, para transmitir la fe con mayor efectividad sugiere «huir de lo que hacen los que quieren quitar fuerza al cristianismo: reducen la fe a la moral; y la moral, a la sexualidad». También reivindica como esencialmente cristiano el regalo divino de la libertad para todas las personas. «Quien no acepta la libertad de los demás no ama a Dios y, quizá, ni cree en Él. La convicción de que el hombre redimido por Cristo es incapaz de libertad encierra un pesimismo ateo. Glosando a Benedicto XVI, cabe considerar que Dios ha irrumpido en la historia de una forma mucho más suave de lo que nos hubiera gustado. Pero así es su respuesta a la libertad. Dios nos deja libres, incluso para ofenderle y condenarnos. No podemos obligar a nadie a ser bueno porque eso es tarea de cada uno. Una cosa es enseñar a ser buenos; y otra muy distinta, obligar».
Libertad: vivir la propia existencia
En este sentido, lamenta que muchas personas de buena voluntad se dan cuenta quizá en una edad avanzada de que no han vivido realmente, que no han sido protagonistas de su propia existencia. Ilustra este riesgo con lo sucedido a san Josemaría con unos padres que buscaban en Madrid un sitio «seguro» para su hijo y llegaron a una residencia del Opus Dei. Cuando invitaron al fundador a ejercer un poco de control sobre el chico para que no se «perdiera» en la España de mitad de siglo XX, recibieron una respuesta muy clara: Se han confundido ustedes de puerta. Aquí no se vigila a nadie. En esta casa se ama mucho la libertad, y el que no sea capaz de vivirla y de respetar la de los demás no cabe entre nosotros.
Amistad: ser para los demás
Junto con la libertad, Jutta Burggraf subraya la necesidad de la auténtica amistad, descrita como ser para los demás. «Una persona libre sabe liberar también a los demás. Descubre y despierta la vida de los que encuentra a su lado, y ayuda a cada uno a crecer según su propio ritmo. Es importante encontrar la forma adecuada de relacionarse con cada persona, según el carácter y sus circunstancias particulares, sabiendo que es distinta». Con palabras de Juan Pablo II, recuerda que «cada hombre es individual, y por eso no puedo programar a priori un tipo de relación que valga para todos, sino que cada vez debo volver a descubrirlo desde el principio».
Dios no ama a personas ideales, sino a seres reales
Para la teóloga, «cada ser humano es importante y sagrado, independiente de sus deficiencias y errores, su fragilidad y su vida pasada. Dios no ama a la persona que yo debería ser, sino a la que soy. Dios no ama a personas ideales, sino a seres reales». En la comprensión de este planteamiento juega un papel clave una cualidad típica de la amistad: la escucha. «En un momento de desaliento, de debilidad o de angustia, es tremendamente importante encontrar a una persona que comprenda, que no riña, que no clasifique fríamente, sino que ofrezca consuelo y alivio. La «ascética» se prueba en la capacidad de escuchar. Nos mueve a empeñarnos en el difícil arte de ir al fondo con los demás, de no quedarnos en lo que dicen, sino llegar a lo que quieren decir; de no oír sólo palabras, sino mensajes».
Renunciar al orgullo de tener razón
Como la escucha es caridad, Jutta Burggraf propone renunciar a ese «orgullo de dar recetas y tener razón que tan a menudo impide sintonizar con los demás. «Quien admite su debilidad puede dar ánimo a otro y hacerle crecer. En cambio, quien presume de saberlo todo puede paralizar a las personas a su alrededor. Si alguien experimenta que es amado por lo que es, sin necesidad de mostrarse competente o interesante, se siente seguro en presencia del amigo. Entonces desaparecen las máscaras y las barreras tras las que se ha escondido. Cuando alguien adquiere la libertad de ser uno mismo, se vuelve acogedor y amable. Surge una vida nueva que le hace madurar y crecer. Puede incluso ocurrir que una persona ajena a toda vida espiritual se abra de nuevo a Dios».
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