Marcos 8, 11-13
Autor: Pablo Cardona
«Salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo para tentarle. Suspirando desde lo más íntimo, dijo: ¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad os digo que a esta generación no se le dará señal alguna. Y dejándolos, subió de nuevo a la barca y se fue a la otra orilla.» (Marcos 8, 11-13)
1º. Jesús, te piden una señal que demuestre que eres Dios.
Necesitan ver milagros.
¿No han visto ya suficientes?
«A esta generación no se le dará señal alguna.»
No te refieres a todos los hombres de esa generación, sino a aquellos fariseos que interpretan todo torcidamente.
Prefieren pensar que haces milagros por el poder del demonio que por el poder divino, y así es imposible que lleguen a creer.
«Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe. Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios. Pero también pueden ser «ocasión de escándalo». No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos; incluso se le acusa de obrar movido por los demonios» (C. I. C.-548).
A veces yo también te exijo milagros: pequeñas o grandes peticiones que pienso que me merezco.
Desde que apruebe un examen hasta que se cure un familiar enfermo; desde que no pierda el tren hasta que encuentre trabajo.
Tú quieres que te pida todas las cosas que necesito, pero no que te las exija como señal de tu divinidad.
Como en el Padrenuestro, quieres que todas mis peticiones vayan seguidas por un: «hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo» (Mateo 6,10).
Jesús, que sepa pedir con esa fe en Ti, sabiendo que me vas a conceder, para mí y para aquellos que amo, lo mejor.
Aunque rompa con los planes que me había trazado, aunque me haga sufrir, aunque limite aparentemente mis posibilidades, Jesús, yo te pido lo que creo que me hace falta, y acepto gustosamente todo lo que me concedes o no me concedes.
2º. «No necesito milagros: me sobra con los que hay en la Escritura. En cambio, me hace falta tu cumplimiento del deber, tu correspondencia a la gracia» (Camino.-362).
Jesús, le dices al apóstol Tomás: «Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído» (Juan 20,29).
Tú hiciste milagros para mostrar a los primeros que eras el Mesías.
No era tan sencillo creer que un hombre podía ser, al mismo tiempo, Dios.
Por eso, a los primeros, les diste pruebas extraordinarias de tu divinidad.
Pero, también por eso, les exigiste pruebas extraordinarias de amor, hasta llegar al martirio.
Tras el testimonio de los primeros apóstoles, la fe ya no necesita de más milagros, sino de la fidelidad de los cristianos en cada generación.
Por eso, no necesito milagros: me sobra con los que hay en la Escritura.
Jesús, tras tu muerte en la Cruz, tengo todos los medios necesarios para reconocerte.
Por eso no me hace falta ver más milagros.
En cambio, -me recuerdas- me hace falta tu cumplimiento del deber, tu correspondencia a la gracia.
Jesús, te hace falta mi fidelidad: que sea fiel en el cumplimiento de mis deberes ordinarios, que tenga el corazón limpio y atento a esas gracias innumerables que me concedes.
Jesús, en la oración me doy cuenta de que tengo que ser más generoso contigo: en mi plan de vida, en mi dedicación al servicio de los demás, en buscar planes que diviertan o mejoren a los que están a mi alrededor, sin ir a la mía.
Ayúdame a corresponder con fidelidad a esas gracias; ayúdame a responder con generosidad a esas inspiraciones que me comunicas en la oración, o a esos consejos de la dirección espiritual.
De esta manera -y no esperando milagros que no tienes por qué hacer- mi fe se irá fortaleciendo, hasta hacerse inamovible.