La Iglesia, misterio de comunión en la santidad

"Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Lv 19, 1,2).

1. Habló el Señor a Moisés, diciendo: Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Lv 19, 1,2). La Llamada a la santidad pertenece a la esencia misma de la Alianza de Dios con los hombres ya en el Antiguo Testamento. "Soy Dios, no hombre, en medio de ti yo soy el Santo" (Os 11, 9). Dios, que por su esencia es la suma santidad, el tres veces santo (Cfr. Is 6, 3), se acerca al hombre, al pueblo elegido, para insertarlo en el ámbito de la irradiación de esta santidad. Desde el inicio, en la Alianza de Dios con el hombre se inscribe la vocación a la santidad, más aún, la "comunión" en la santidad de Dios mismo: "Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 6). En este texto del Éxodo están vinculadas la "comunión" en la santidad de Dios mismo y la naturaleza sacerdotal del pueblo elegido. Es una primera revelación de la santidad del sacerdocio, que encontrará su cumplimiento definitivo en la Nueva Alianza mediante la sangre de Cristo, cuando se realice la "adoración (culto) en espíritu y verdad", de la que Jesús mismos habla en Siquem, en su conversación con la samaritana (Cfr. Jn 4, 24).

 

2. La Iglesia como "comunión" en la santidad de Dios y, por tanto, "Comunión de los santos" constituye uno de los pensamientos)guía de la primera carta de san Pedro. La fuente de esta comunión es Jesucristo, de cuyo sacrificio deriva la consagración del hombre y de toda la creación. Escribe san Pedro: "Cristo, para IIevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu" (1 Pe 3, 18). Gracias a la oblación de Cristo, que contiene en si la virtud santificadora del hombre y de toda la creación, el Apóstol puede declarar: "Habéis sido rescatados… con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin manciIIa, Cristo" (1 Pe 1, 18.19). Y en este sentido: "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real (Cfr. Ex 19, 6), nación santa" (1 Pe 2, 9). En virtud del sacrificio de Cristo se puede participar en la santidad de Dios, actuar "la comunión en la santidad".

 

3. San Pedro escribe: "Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas" (1 Pe 2, 21). Seguir las huellas de Jesucristo quiere decir revivir en vosotros su vida santa, de la que hemos sido hechos partícipes con la gracia santificante y consagrante recibida en el bautismo; quiere decir continuar realizando en la propia vida "la petición de salvación dirigid Dios de parte de una buena conciencia, por medio de la resurrección de Jesucristo" (Cfr. 1 Pe 3, 21); quiere decir ponerse, mediante las buenas obras, en disposición de dar gloria a Dios ante el mundo y especialmente ante los no creyentes (Cfr. 1 Pe 2, 12; 3, 1 2). En esto consiste, según el Apóstol, el "ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios, por medio de Jesucristo" (Cfr. 1 Pe 2, 5). En esto consiste el entrar en la "construcción de un edificio espiritual… cual piedras vivas… para un sacerdocio santo" (1 Pe 2, 5).

 

El "sacerdocio santo" se concreta al ofrecer sacrificios espirituales, que tienen su fuente y su modelo perfecto en el sacrificio de Cristo mismo. "Pues más vale padecer por obrar el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal" (1 Pe 3, 17). De este modo se realiza la Iglesia como "comunión" en la santidad. En virtud de Jesús y de obra del Espíritu Santo, la comunión del nuevo pueblo de Dios puede responder plenamente a la llamada de Dios: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo".

 

4. También en las cartas de san Pablo encontramos la misma enseñanza: "Os exhorto, pues, hermanos, (escribe a los Romanos) por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual" (Rom 12, 1). "Ofreceros vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios" (Rom 6, 13). El paso de la muerte a la vida, según el Apóstol, se ha realizado por medio del sacramento del bautismo. Y ése es el bautismo,”en la muerte" de Cristo. "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rom 6, 4).

 

Como Pedro habla de "piedras vivas" empleadas "para la construcción de un edificio espiritual", así también Pablo usa la imagen del edificio: "Vosotros sois (escribe) edificación de Dios" (1 Cor 3, 9), para después preguntar: "¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3, 16), y añadir, finalmente, casi respondiendo a su misma pregunta: "El santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois este santuario" (1 Cor 3, 17).

 

La imagen del templo pone de relieve la participación de los cristianos en la santidad de Dios, su "comunión" en la santidad, que se realiza por obra del Espíritu Santo. El Apóstol habla asimismo del "sello del Espíritu Santo" (Cfr. Ef 1, 13), con el que los creyentes han sido marcados: Dios, es "el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Cor 1, 21-22).

 

5. Según estos textos de los dos Apóstoles, la "comunión" en la santidad de Dios significa la santificación obrada en nosotros por el Espíritu Santo, en virtud del sacrificio de Cristo. Esta comunión se expresa mediante la oblación de sacrificios espirituales a ejemplo de Cristo. Por medio de esa oblación se realiza el "sacerdocio santo". A su servicio se desempeña el ministerio apostólico, que tiene como fin .escribe san Pablo. hacer que "la oblación" de los fieles "sea agradable, santificada por el Espíritu Santo" (Rom 15, 16). Así, el don del Espíritu Santo en la comunidad de la Iglesia fructifica con el ministerio de la santidad. La "comunión" en la santidad se traduce para los fieles en un compromiso apostólico para la salvación de toda la humanidad.

 

6. Esa misma enseñanza de los apóstoles Pedro y Pablo aparece también en el Apocalipsis. En este libro, inmediatamente después del saludo inicial de "gracia y paz" (Ap 1, 4), leemos la aclamación siguiente, dirigida a Cristo, "Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (Ap 1, 5.6). En esta aclamación se expresa el amor agradecido y el júbilo de la Iglesia por la obra de santificación y de consagración sacerdotal que Cristo ha realizado "con su sangre". Otro pasaje precisa que la consagración alcanza a hombres y mujeres "de toda raza, lengua, pueblo y nación" (Ap 5, 9) y esta multitud aparece luego "de pie delante del trono (de Dios) y del Cordero" (Ap 7, 9) y da culto a Dios "día y noche en su santuario" (Ap 7, 15).

 

Si la carta de Pedro muestra la "comunión" en la santidad de Dios mediante Cristo como tarea fundamental de la Iglesia en la tierra, el Apocalipsis nos ofrece una visión escatológica de la comunión de los santos en Dios. Es el misterio de la Iglesia del cielo, donde confluye toda la santidad de la tierra, subiendo por los caminos de la inocencia y de la penitencia, que tienen como punto de partida el bautismo, la gracia que ese sacramento nos confiere, el carácter que imprime en el alma, conformándola y haciéndola participar, como escribe santo Tomás de Aquino, en el sacerdocio de Cristo crucificado (Cfr. S.Th. III, q. 63, a. 3). En la Iglesia del cielo la comunión de la santidad se ilumina con la gloria de Cristo resucitado.
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