Isabel conoce a la Madre del Señor

Llena del Espíritu Santo, Isabel descubre en aquella niña desconocida en su propia tierra, a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada.

Me llamarán bienaventurada todas las generaciones. (Lc 1, 48)

I

La Niña Virgen sigue su camino, con prisa. Corre y corre. Incesante.

Muchas caravanas se echan a un lado cuando se cruzan con aquella en la que se oculta la Señora. Otras veces es la caravana de María la que se despliega y deforma, saliéndose de las sendas, para que pase la que viene en dirección contraria.

El camino es muy estrecho. Y la Niña Virgen va a pie. Presurosa. Y aquellos hombres y mujeres, sudorosos y llenos de polvo de todos los caminos, que van y vienen, no descubren quién es la niña. Van como hoy: a lo suyo.

Cada uno oculta sus afanes, sus proyectos, sus angustias en ese inútil andar apremiante. Se apuran. Se agitan. Se cansan. Y no saben por qué. No saben adónde van. Van…, tan sólo. Se esfuman en seguida sus huellas.

Es la triste humanidad que se olvida de Dios: van, perdiendo la oportunidad de la vida, por todos los caminos. Han cambiado los nombres, pero persisten las mismas actitudes: son aviadores, comerciantes, chóferes, directores de Bancos, repartidores de periódicos, damas elegantes con perritos falderos, parados, profesores, zapateros, panaderos, políticos… Estas profesiones pueden ser, sin embargo, caminos de Dios.

Por ese mismo camino la Niña Virgen sube, confundida entre ellos. También ella va a lo suyo: lo suyo es de Dios. Y sus huellas no se pierden. Quedan imborrables.

II

Las masas que vemos correr, o no piensan, o son presa de temores. Y los Estados organizados por ellas utilizan millones de dólares para hacer frente al mal, engañándose al pensar -niños son al fin, con cara seria- que así arreglan el mundo. Y no dan con la solución, porque a los hombres les es más fácil votar millones de dólares que cambiar la vida.

Si una amenaza ideológica puede vencerse con bombas atómicas y cohetes, el mal de nuestro siglo no puede superarse con esos instrumentos. El mal subsistiría después de haber sido aquella vencida: habría los mismos pecados, los mismos divorcios, los mismos niños sin hogar, los mismos vicios y pasiones, seguiría este pobre mundo tan pagano, tan resquebrajado y tan cerca de la ruina.

Y este paganismo presente en los hombres que se apresuran en las caravanas de todos los caminos, que se echan a un lado para dejarse pasar -presente en los hombres que entregan esos millones de dólares-, sólo puede ser vencido por un cambio total en la vida de cada individuo.

III

 

Es preciso descubrir en la confusión, para seguirlo, el ejemplo de la Niña Nazarena. Andar por los caminos del mundo, sí; pero a impulsos del apostolado y del amor.

Isabel conoció en aquella niña a la Madre del Señor, y se sintió llena del Espíritu Santo. Y Ain-Karim, el pueblecito silencioso de casitas bajas de color de tierra, pegadas a las montañas, recibe en sus calles, sin advertirlo, la visita de una doncella judía, que se persona en el dintel de la casa de sus parientes. Son los momentos en que brota el Magnificat de María, primicias del Evangelio que se transmiten cantando.

En su cántico se amalgaman dos notas discordantes, la grandeza y la humildad. Hay en él también una ley y una profecía. La ley, mil veces comprobada en la historia de cada alma y en la Historia del mundo, consiste en que Dios humilla a los poderosos y ensalza a los humildes. En su profecía, no duda en anunciarnos que la llamarán bienaventurada todas las generaciones.

¿Aceptarán los sabios del mundo esta predicción? Antes de la era cristiana, una campesina niña aún, vestida como las demás, pobre, ignorada en Roma, en Atenas y en Jerusalén, desconocida en su propia tierra, y natural de un lugar perdido en los campos de Galilea, proclama que los siglos no podrán borrar sus huellas.

Nos asegurarán que es una quimera, que muy pronto será olvidada, así como… era ya desconocida por sus contemporáneos.

Han pasado veinte siglos, y podemos comprobar la exactitud de sus palabras. Cualquier sabio moderno puede palpar la evidencia, y notar si realmente la humanidad la alaba más que a los poderosos más recientes, más que a los Sumos Sacerdotes, y más que a Octavio César Augusto, en aquellos días amo del mundo…

Reproducido con permiso del Autor.

«Caminando con Jesús», J.A. González Lobato, Ediciones RIALP, S.A.

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Un comentario

  1. Hermoso artículo a proposito del taller de oración en que me encuentro, donde tratamos el tema de María la Madre de Jesús. Gracias y bendiciones.

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