¿Qué esconde la clonación terapéutica?

El encomiable fin de la clonación terapéutica esconde unos medios inmorales, innecesarios, porque, como en el caso de la fecundación in vitro, su práctica puede derivar hacia extremos aberrantes

El gran objetivo de la investigación médico-biológica más reciente, en la que se emplean notables esfuerzos, es la obtención y estudio de las células madre (o troncales, o progenitoras; denominadas “estaminales” es, de hecho un italianismo).

Las células-madre son células indiferenciadas y totipotentes (algunos prefieren el término pluripotenciales), es decir, capaces de diferenciarse en cualquier tipo de tejido: neuronal, muscular, óseo, etc. Teóricamente, son programables hacia tal fin en un laboratorio.

En cuanto los científicos sospecharon la existencia de tales células-madre, enseguida se vislumbró la enorme importancia que podrían tener para el tratamiento eficaz de enfermedades humanas hoy incurables. La experimentación animal confirmó las intuiciones.

Se ha comprobado que las células-madre se encuentran tanto en embriones humanos como en adultos. Ahora bien, ¿de quién obtenerlas? Aquí se planea la gran batalla. Porque extraerlas de adultos, si bien se presume más difícil y onerosos, no reporta mayores costes éticos, mientras que educirlas de embriones implica destruirlos, lo cual de ningún modo es éticamente irrelevante.

En el proceso descrito todavía no aparece por ningún lado la clonación. ¿Cuándo llegará ésta? Años más tarde, aunque es seguro que habrá quien la intente antes. La clonación se prevé para cuando ya se domine la técnica de extracción y reprogramación de células-madre. Para quienes se sienten descargados de responsabilidad ética, ése será el momento de ensayar la clonación de células de una persona enferma, siempre con los fines “sólo” terapéuticos que tan ostentosamente propalan.

Hasta aquí el método, el vehículo y el fin. Un fin reconocido por todos como bueno y plausible: la sanación de graves enfermedades, mediante la investigación sobre las células-madre. Pero ya está comprobado que para obtener tales células –de un adulto enfermo, por ejemplo, con ánimos de curarle- y cultivarlas en laboratorio, no es necesaria la clonación ni, mucho menos, la destrucción de embriones humanos, prácticas éticamente reprobables.

Por desgracia, ambas prácticas han sido aceptadas por el gobierno de Tony Blair, amparadas en una ética dudosa.

EL PROYECTO BRITÁNICO

La asunción por el gabinete Blair del informe de los expertos no significa todavía que la clonación humana esté autorizada ya en Gran Bretaña. Lo que ha hecho es dar el paso previo par que el parlamento entre a debatir una modificación legislativa sobre el empleo de los embriones humanos, que –según se ha anunciado- los diputados decidirán en conciencia, sin disciplina de partido.

Hasta ahora, desde 1990, Gran Bretaña autorizaba el uso de embriones, de hasta 14 días de vida, en cinco campos de investigación: infertilidad, enfermedades congénitas, anormalidades genéticas o cromosómicas, aborto espontáneo y anticoncepción. Pronto, de aprobarse por el parlamento la ley que permitirá el uso de embriones –tanto sobrantes de fecundación in vitro como fabricados ex profeso mediante esa técnica o por clonación- para investigar sobre las células madre. Y también la financiación publica de esos experimentos.

La ley, de entrar en vigor, establecerá unas cautelas: se ha de recabar el permiso gubernamental para comenzar las prácticas y una Comisión de Genética Humana vigilará la realización de los proyectos. Se prohibirá el cruce de material genético de humanos y animales (quimeras), así como la clonación reproductiva.

EL MARCO ESTADOUNIDENSE

El nuevo marco regulador de las investigaciones sobre células-madre, se anunció en enero de 1999. Es algo menos radical que el proyecto británico, pero a la vez un punto más hipócrita. Sin embargo, no es comparable el rango legal de uno y otro.

En realidad, en Estados Unidos cada científico o laboratorio puede hacer lo que quiera con embriones humanos, siempre que sea con fondos privados. Salva rara excepción, ahí no entra el Instituto de Salud. Por eso, el nuevo reglamento en este campo es de orden administrativo –no legal- y regula exclusivamente dos ámbitos: sólo la financiación publica y sólo de investigaciones directas sobre células-madre.

El nuevo marco no contempla ni la clonación, ni los ensayos con embriones, ni tampoco con células-madre provenientes de embriones fabricados para tal fin, sino sólo con las obtenidas de los congelados y sobrantes de tratamientos de fertilidad. Por eso es menos radical que el proyecto británico. Pero a su vez más hipócrita, pues para sortear la prohibición federal de destinar fondos públicos a experimentos con embriones humanos, se limita a sufragar únicamente los que versen sobre células-madre. Y ¿de dónde provienen éstas? De los embriones que los laboratorios privados se encarguen de destruir para proporcionarlas. Con lo que, a la postre, algún dinero público habrá de llegar también a esos laboratorios como pago por el suministro de las células.

Se pretende que “los proyectos financiados se lleven a cabo de una forma ética y legal”. De ahí que, para evitar artimañas y mercados negros, el Instituto prohíba que se compense económicamente a los donante de espermatozoides y óvulos para fabricar embriones, a la vez que se les exigirá autorizar su donación para uso científico inespecificado.

El gobierno norteamericano se justifica así: “No podemos perder la oportunidad de salvar y mejorar vidas, siempre y cuando respetemos unos criterios éticos rigurosos. Esto tiene el potencial de cambiar el futuro”.

REACCIONES MUNDIALES

Tras el anuncio de las decisiones británica y estadounidense, los comentarios llegaron pronto de todas partes. La ministra de Sanidad alemana, Andrea Fisher, negó que la posibilidad de lograr terapias para combatir enfermedades graves “sea razón suficientemente convincente” para autorizar la clonación. Manifestó también su temor a que en su país se produzca un relajamiento de la ley que protege a los embriones humanos. El Parlamento Europeo debatió una solución en la que insta a los Estados miembros a prohibir la clonación terapéutica por considerarla contraria a la dignidad humana. La propuesta fue aprobada por 237 votos a favor, 230 en contra y 43 abstenciones.

La Santa Sede reaccionó con prontitud. Lo hizo mediante un artículo de Gino Concetti en L’Osservatore Romano, recordando el rechazo ética de la destrucción de embriones humanos. La Academia Pontificia para la Vida publicó una larga declaración, señalando los aspectos éticos y científicos de la extracción de células-madre. Juan Pablo II, en un importante discurso mundial sobre trasplantes, intercaló estas palabras: “Se deberán evitar siempre los métodos que no respeten la dignidad y el valor de la persona. Pienso, en particular, en los intentos de clonación humana con el fin de obtener órganos para trasplantes: esos procedimientos, al implicar la manipulación y destrucción de embriones humanos, no son moralmente aceptables, ni siquiera cuando su finalidad sea buena en sí misma. La ciencia permite entrever otras formas de intervención terapéutica, que no implicarían ni la clonación ni la extracción de células embrionarias, dado que basta para ese fin la utilización de células-madre extraíbles de organismos adultos. Esta es la dirección por donde deberá avanzar la investigación si quiere respetar la dignidad de todo ser humano, incluso en su fase embrionaria”.

Junto a muchos científicos de peso, la prestigiosa revista médica británica The Lancet avaló la intervención papal.

Resulta imposible recoger la multitud de lo comentado tras la decisión británica. Las posiciones se han cerrado en dos bloques contrapuestos, a favor y en contra, como era lógico que ocurriera. Para cautivar a la opinión publica algunos han dado a entender que la clonación es la vía –como si fuera la única- para alcanza el fin tan loable de la “cura definitiva del Alzheimer, el Parkinson o los daños en la médula espinal”.

Hay que recordar que la fecundación in vitro “se vendió” en los años setenta con un fin noble: ayudar a tener hijos a matrimonios con problemas de fertilidad. ¿Y en qué ha acabado? 

-En un índice de éxito que no logra superar el 15%, lo que es igual a más de un 85% de ensayos fracasados, con su consiguiente recolección de conflictos humanos, psicológicos y conyugales, sobre los que ya existe documentación testimonial. 

-En la destrucción de numerosos embriones. 

-En la fabricación y conservación abusiva de cientos de miles más, cuya solución final será su inmolación en aras de una ciencia de raíz inhumana, con pingües intereses mercantiles.

Con la clonación terapéutica la situación parece similar. Porque su encomiable fin esconde unos medios inmorales, innecesarios, porque, como en el caso de la fecundación in vitro, su práctica puede derivar hacia extremos aberrantes. 

Hay que cuestionarse por qué se ha dado el salto de la destrucción de embriones humanos y a la clonación, sin haber agotado las vías de la experimentación animal para obtener células-madre. Y también, ¿por qué se han primado en detrimento de la investigación con células de adultos?

Los científicos no son inmunes a la vanidad, ni los laboratorios al lucro económico, incluso al precio de recurrir a cualquier tipo de prácticas. (Palabra, número 436) 

El gabinete de Tony Blair asumió las nueve recomendaciones recogidas en un informe técnico oficial de 150 paginas. Entre ellas se incluyen la clonación humana terapéutica, la producción de embriones para la experimentación científica y el uso, con la misma finalidad, de los muchos miles de embriones sobrantes en los laboratorios, obtenidos por fecundación in vitro.

Liam Dlonaldson, jefe del equipo científico redactor del informe, al presentarlo a la prensa, dio toda una lección de ética proporcionalista: “Hemos analizado con mucho cuidado los aspectos éticos involucrados, colocando en la balanza los beneficios potenciales de esta practica y sus implicaciones éticas. Tras ello hemos decidido que pesan más los beneficios potenciales para los pacientes de las futuras generaciones que los motivos de preocupación”.

EL PLAN GLOBAL

 Por José Ramón Pérez Arangüena

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