Toda la vida de Jesucristo estuvo orientada a fundar la Iglesia.
Pueden en ella distinguirse los siguientes momentos:
lo. Preparó su fundación instruyendo a sus discípulos y a sus Apóstoles durante tres años, haciéndoles aptos para la predicación de su doctrina.
Durante toda su vida pública, Cristo va revelando el Reino de Dios prometido muchos siglos antes en las Escrituras, concibiendo su realización en una comunidad unida a su persona a la que se llamará Iglesia.
2o. Fundó la Iglesia cuando, después de haber instruido a un número amplío de discípulos (cfr. Lc. 6, 17; 19, 37-39), de entre ellos elige a doce "para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc. 3, 13-14).
En efecto, el Señor les escoge para que:
Convivan con El: esta era una característica de todo discípulo rabínico, ya que el aprendizaje de la ley, era una sabiduría práctica que se adquiría contemplando actuar a los maestros. El Señor:
* Les instruye acerca de los misterios del reino (cfr. Mc. 4, 10-11);
* Les descubre el sentido de las parábolas (cfr. Mc. 7, 17);
* Les enseña aparte (cfr. Me. 6, 31), estableciendo una neta diferencia entre ellos y los demás (cfr. Mc. 9, 28-30);
* Les revela el futuro de Jerusalén y el comienzo de la nueva era (Mc. 13, 3ss.) y sobre todo, el misterio de su Pasión y de su Muerte (cfr. Mc. 8, 31; 9, 30; 10, 32).
En vistas al apostolado: por eso les llama Apóstoles (cfr. Lc. 6, 13). El Señor les dará la misión de predicar su doctrina por todo el mundo, confiriéndoles el triple poder de enseñar, santificar y gobernar a los fieles (cfr. Mt. 28, 18).
Como la jerarquía de los Apóstoles necesitaba un principio de unidad estable, una cabeza que rija, gobierne y mantenga unida a la grey, "para que el episcopado fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro" (Const. Lumen Gentium, n. 18).
3o. Constituyó definitivamente a la Iglesia en la cruz. Sacrificándose por su pueblo, el Siervo de Yahvé sella con su sangre la nueva y definitiva alianza entre Dios y los hombres, constituyendo a su Iglesia como realidad eficiente de salvación (acontecimiento de gracia) y como sacramento eficaz para conseguir esa salvación.
Su Resurrección es el nacimiento de la Iglesia porque por ella el Sacrificio de la Cruz aparece como la realización del designio de Dios sobre el mundo: "¿no era acaso necesario que el Cristo padeciera esas cosas para entrar en su gloria?" (Lc. 24, 26). La entrada en la gloria, la Resurrección, constituye la inauguración del Reino.
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