Las palabras de Jesús o más bien sus palabras, van a resonar en el templo como latigazos que intentan convertir a los duros de corazón.
El ambiente es tenso y expectante. Jesús vive con intensidad el momento. Quiere dejar algo muy importante a los que le escuchan. No se trata sólo de sus discusiones con los escribas, los fariseos y los saduceos. Se trata de denunciar la raíz del pecado en los corazones de los hombres. Sólo cuando se descubre el rostro de la soberbia, se puede vencer y vivir la vida de amor tantas veces anunciada, pero siempre lejana. Por eso Jesús manda que se reúnan los más posibles, también sus enemigos. Cuando, de pronto, Jesús eleva la voz para ser oído por todos, y con fuerza expresa de modo fuerte verdades que puede doler, pero que pueden curar. Va denunciar el pecado interno de los escribas y de los fariseos que es actuar "para ser vistos", no guiados por el amor. La soberbia espiritual lleva al engreimiento ante la propia perfección y su primer fruto es hacer las cosas para ser alabados por los hombres. La gloria y el amor de Dios se desdibujan, la humildad se hace imposible y, en una pendiente difícil de controlar, se deslizan una serie de abusos cada vez más notorios. No denuncia Jesús la doctrina de los escribas y fariseos pues dice "haced lo que dicen" sino las motivaciones de sus corazones. Sus palabras, sus gritos más bien, van a resonar en el templo como latigazos que intentan convertir a los duros de corazón. La cólera de Dios se hace manifiesta como en el Sinaí.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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