La dinámica de la evolución humana

La pretensión de este texto es liberar el conocimiento científico acerca de la evolución humana de prejuicios, que ocultan las causas….

La Dra. Natalia López Moratalla, catedrática de Bioquímica, nos tiene acostumbrados tanto al rigor científico como a la variedad de perspectivas con las que puede enfocar un objeto de estudio; sin confundir los ángulos y comprendiendo las cosas en la armonía de un conocimiento polifacético que bien puede calificarse de sabiduría. Ni se confunde ni nos confunde. Ni dogmatiza ni relativiza. Se atiene a la verdad de las cosas como son y a la medida en que son conocidas; ni más menos. Como mujer de ciencia se atiene al dato positivo; como mujer que piensa, trasciende el dato; como mujer que siente, se apasiona en el estudio de la verdad. Esta última cualidad inestimable nos las mostró hace un año en su libro Repensar la ciencia (Eiunsa 2006), que tiene mucho de autobiográfico sin ser una autobiografía; mucho de filosofía de la ciencia, sin ser un texto de filosofía de la ciencia; y mucho sobre lo que científicos y no científicos conviene que reflexionemos acerca de la ciencia positiva.

Ahora nos obsequia con otro libro apasionante: La dinámica de la evolución humana. Más con menos, en el que, con las cualidades ya señaladas, nos pone al día sobre la situación de los estudios acerca de la evolución humana y también -claro está- sobre su propio pensamiento. Una lección más de rigor académico, de esa sabiduría que conoce qué se afirma, que podemos afirmar hoy, que hipótesis son las plausibles, qué interpretaciones del dato son coherentes o incoherentes con lo que se sabe más allá del laboratorio o del nicho de restos humanos o humanoides.

Así, desde el rigor de la Biología molecular y del desarrollo cerebral, con audacia intelectual, la autora logra liberar el conocimiento científico acerca de nuestros orígenes y evolución de los prejuicios acerca de las causas. Desde la apertura a la Antropología y a la tradición judeocristiana, ofrece respuesta no sólo al cuándo, dónde, desde qué barro y cómo aparece el primer varón y la primera mujer, sino también para qué y por qué. Esta obra da respuesta al sentido biológico y humano de la desaparición de las poblaciones humanas, expandidas desde África, durante más de un millón de años.


Ficha del libro:

Título: La dinámica de la evolución humana. Más con menos

Natalia López Moratalla

Editorial: Eunsa

Año: 2007 (1 Ed.)

Idioma: Español

Págs: 200

Encuadernación: Rústica; Ilustrado

Dimensiones: 24 x 17 cms.

En las primeras páginas del libro que aquí extraemos, la autora nos señala el propósito del libro y la índole de las cuestiones que se plantean (pp. 14-18)

Liberar lo real en la historia natural

La pretensión de este texto es liberar el conocimiento científico acerca de la evolución humana de prejuicios, que ocultan las causas. Hace más de treinta años que busco comprender al menos algo de la coherencia de esa historia natural en la que se inserta nuestro propio origen, mirándola desde la perspectiva de las ciencias biológicas en primer plano; primer plano que significa que hay muchos otros planos a los que dirigir la atención y no que éste sea el más importante.

Puesto que la Biología es mi enfoque primario, empiezo por manifestar mi reconocimiento al legado científico de Charles Darwin. Puede que Darwin no sea el Newton de la Biología, pero su contribución es esencial. Él fue el primero en mostrar que las especies biológicas, incluido el hombre, no han aparecido ya formadas, sino que proceden, por transformación, de otras existentes: las especies no son inmutables. También fue el primero en plantear que la diversidad orgánica es una consecuencia de la adaptación a diversos ambientes; la variedad sin fin de estructuras y funciones hace posible una diversidad infinita de modos de vida. Y así, porque existen tantas clases de organismos, la evolución pueden explorar, más exhaustivamente que desde cualquier organismo único concebible, las diversas oportunidades para vivir que ofrece un medio ambiente concreto.

Sin embargo, la posibilidad de adaptación al entorno no es «la única causa real» de la evolución de las especies y mucho menos de su origen; y desde luego, no es la única causa real del origen del hombre. En realidad, cuando Darwin plantea la «conjetura» de que la selección natural lleva necesariamente a la supervivencia del más apto por éxito de la reproducción, no estaba describiendo «el único» mecanismo de la evolución de las especies; el éxito de la selección natural ha demostrado ser el mecanismo de la optimización de las funciones y características de los individuos de las diferentes especies. Es la optimización de los parámetros biológicos lo que demuestra la potencialidad de la selección natural como mecanismo por el que se adaptan al medio.

Como comenta Enrique Meléndez-Hevia:

«… a la hipótesis de Darwin podemos darle hoy el nombre de «teorema de la selección natural», y siguiendo a Cairns-Smith podemos formularlo así: Si existen seres que reproducen su especie, se producen variaciones aleatorias en su descendencia; esas variaciones son hereditarias; algunas de esas variaciones pueden proporcionar, a veces, una ventaja a sus poseedores; hay competencia entre las unidades reproductoras, y hay superproducción de individuos, de forma que no todos sean capaces de sobrevivir para producir, a su vez, descendencia; entonces, estos seres lograránreproducir mejor su especie, la naturaleza actúa como un criador selectivo, y la estirpe no tiene más remedio que mejorar»

Darwin, como muchos de sus seguidores, tomó la parte por el todo. La selección natural en función de los cambios del medio optimiza lo que existe por la vía de la simplicidad, de resolver los problemas por el camino más sencillo; pero de ninguna forma explica la causa de que la evolución se encamine a la aparición de organismos cada vez más complejos desde otros menos complejos. Si la fuerza predominante fuese el medio ambiente, deberíamos asistir a transformaciones mucho más uniformes y simultáneas de los organismos que de esta forma aparecerían ligados a un determinado periodo, cosa que no ocurre en realidad. Los datos que aporta Darwin para demostrar ese mecanismo muestran la insuficiencia plena del azar como agente causante. En efecto, Darwin señala tres datos. El primero de ellos es cierto: existe una gran homología de los órganos en el hombre y en los animales; pero eso no significa de suyo azar. El segundo dato es un error que exageró demasiado, ya que si algo no es producto neto del azar es el desarrollo embrionario; y él creyó que lo era. Tampoco acertó la explicación del tercer tipo de datos, las llamadas estructuras rudimentarias, que creyó que eran atavismos.

Al final de su libro El origen del hombre y la selección en relación al sexo la cuestión que plantea no es si el hombre procede o no de otras formas animales, sino la causa. Y su respuesta es el puro azar. Dice así: «Mucho me temo que las conclusiones a que he llegado en este libro sean censuradas por algunos como irreverentes; pero quien así las califique está obligado a demostrar por qué es más irreligioso explicar el origen del hombre como especie diferente por su descendencia de alguna forma inferior, por medio de leyes de variación y de selección natural, que explicar el nacimiento del individuo por medio de las leyes de la reproducción ordinaria. El nacimiento lo mismo de las especies que del individuo forma igualmente parte de esa gran sucesión de acontecimientos que nuestras mentes no quieren aceptar como resultado de una ciega oportunidad, del azar». Contribuyó, por ello, a que Dios fuera pasando, en el imaginario de muchos, a ser un dueño despreocupado por su propiedad que sólo de vez en cuando interviene, de forma milagrosa y ocasional, interrumpiendo o corrigiendo las causas naturales.

En cierta medida éste sigue siendo el fondo de las controversias: o no hay nada nuevo en el mundo, ya que todo lo que sucede siempre se encontraba predestinado desde el comienzo, o todo es puro accidente congelado. La asignatura pendiente es la misma que dejó sin aprobar Darwin: formular bien la pregunta por la finalidad, de forma que sea posible una respuesta racional y plena, sin excluir los otros tipos de saberes de que el hombre es capaz. En efecto, Darwin se contradice respecto a si hay o no un proyecto, una finalidad u orientación, al menos intrínseca, en el proceso evolutivo. En una carta escrita a Asa Gray se expresa así: «No puedo creer que el mundo, tal como lo vemos, sea el resultado de la casualidad; y mucho menos puedo admitir que cada cosa aislada sea el resultado de un diseño. Para poner un ejemplo, acabáis por decirme que vos creéis que la variación ha sido dirigida según ciertas variaciones útiles y yo no puedo admitir tal cosa… Yo pensaría que es ilógico suponer que las variaciones que conserva la selección natural en beneficio de los seres, hayan sido diseñadas con anterioridad».

En cambio, en la primera edición de El origen de las especies Darwin admitía que la selección natural ha sido «el principal, pero no el exclusivo instrumento de modificación» y esto se acentúa en las sucesivas publicaciones. Incluso habla de «variaciones espontáneas que se enlazan más íntimamente a la constitución del organismo variante que a la naturaleza de las condiciones a que se encuentra sometido». Pero, aun así, él no intentó resolver el problema «duro» del origen de las especies y del hombre, es decir, su diseño. Pretendió que el hecho de descubrir la selección natural demostraba que el diseño de los organismos no respondía a ningún designio, sino al puro devenir del entorno. En 1876 en su autobiografía escribió, «… no parece haber más propósito en la variación de los seres vivos, y en la acción de la selección natural, que en la dirección en la que sopla el viento».

Cabe la posibilidad de que haya más; que la evolución universal sea parte de un gran proyecto en el que todos los procesos sean partes. Si es así, ¿quien y por qué lo ha emprendido? Todos somos conscientes de que en esa respuesta nos jugamos la razón de ser, la cuestión del significado de nuestra propia existencia. Sin embargo, perdura en muchos el afán de que la realidad sea puro azar sin sentido; de esa manera seríamos seres autónomos que no debemos nada a nadie y nadie nos puede pedir cuentas de nada. Pero como ocurre generalmente tras un genio, muchos científicos son más darwinistas que Darwin. Valga como muestra estas palabras de Juan Luis Arsuaga, profesor e investigador de Paleontología y ferviente darwinista y admirador de Monod por su filosofía acerca del azar, con las que acaba así su libro El enigma de la esfinge. Las causas, el curso y el propósito de la evolución: «Y creo que toda la zozobra y la tortura de Darwin se resumen en las últimas palabras del libro de Monod El azar y la necesidad: «La antigua alianza ya está rota; el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del Universo donde ha emergido por azar. Igual que su destino su deber no está escrito en ninguna parte. Puede escoger entre el reino y las tinieblas». Un Universo indiferente, sí, pero ya nunca más incomprensible desde que Darwin, sobre las tinieblas de la ignorancia, arrojara luz, mucha luz. El descubrimiento de la verdad nos hizo, al fin, libres».

Los paradigmas de la ciencia biológica, de la Antropología física y de la Antropología filosófica, las neurociencias, la Ecología, la Psicología fisiológica, etc., han avanzado considerablemente. Lo suficiente, al menos, para iluminar las perspectivas de la Biología y la Paleontología a la realidad humana, y con ello a sus orígenes. Desde el rigor de estas disciplinas no se puede afirmar que la única dirección de la historia natural sea la que marca el viento. Las «conclusiones» divulgativas que aparecen en muchos de los libros y artículos son una muestra evidente de que el conocimiento científico, la verdad de la realidad, es lo que urge liberar de simplificaciones incoherentes y, por ello, peligrosas también para la ciencia misma.

¿Cómo podría ser posible mantener la afirmación de que no hay más explicación que el azar sin negar la racionalidad misma de la ciencia?

Retazos en armonía

La armonización del conocimiento acerca del mundo natural, de los orígenes remotos de los hombres en este caso, exige poder mirar la realidad desde diversos enfoques sin excluir ninguno de los que legítimamente tienen algo que decir acerca de ella. Esta historia es muy rica y por eso nos es accesible desde diversos hechos, huellas y evidencias observables y comprobables. Es especialmente rica y se expresa en diversos lenguajes. Unas voces nos hablan del dónde y el cuándo ocurrió. Otras del cuándo y el cómo y ambas de qué partió para aparecer el cuerpo del hombre, desde qué se origina. Otras de qué hizo humano el cuerpo del hombre y qué hace humano el de cada hombre que viene al mundo. Otras del para qué y el porqué.

Aquí se trata la historia de los orígenes del hombre desde la perspectiva del cómo, que nos da las ciencias de la vida. Las cuestiones que se plantean y de las que se ofrece respuesta son, por consiguiente, de este tipo:

¿Qué hace humano el genoma de la especie de los hombres?, ¿qué cambios se observan respecto a los parientes más cercanos vivos (los chimpancés)?, y ¿cómo se han producido y establecido?

¿Qué hace humano el cuerpo de cada hombre?, y ¿qué innovaciones del fenotipo hacen posible un organismo tan distinto del de los chimpancés? ¿Qué causó y cómo se logró un cuerpo humano, bípedo y con un gran cerebro, tan diferente del de los chimpancés, siendo así que los genomas de ambos son tan similares?

¿Qué hace humano el cerebro de cada hombre? ¿Cómo han sido los cambios en la información genética que permiten el funcionamiento de este órgano que es requisito previo, pero no causa, de la conducta propiamente humana, de la libertad del hombre?

¿Cómo se han dado la evolución de la humanidad y la diversidad genética de los hombres actuales? ¿Cómo se han aliado genes y cultura en el paso de las generaciones de la estirpe de los hombres?

Los datos que se recogen en este libro, y las explicaciones de los hechos que reflejan estos datos, proceden fundamentalmente de la Biología molecular y la Genética; de la Biología humana y especialmente de las neurociencias. El protagonismo lo tiene por derecho propio la Biología del desarrollo. Posiblemente el conocimiento más importante de las ciencias biológicas de los últimos años es el descubrimiento de que los dos grandes procesos temporales de los seres vivos -la evolución y el desarrollo embrionario-, presentan idéntico dinamismo. Ambos procesos tienen una flecha del tiempo: transcurren de lo simple a lo complejo a través de los mismos mecanismos de cambio de la información genética, y de la regulación y retroalimentación del mensaje genético.

La tendencia a minimizar las diferencias entre el hombre y los animales es una de las consecuencias de un evolucionismo reductivo; pero los análisis y las observaciones que se han realizado pueden ser mirados desde otra perspectiva. La perspectiva, justamente, de búsqueda de las mayores semejanzas entre el animal y el hombre para comprender cómo se hace humano un cuerpo, puesto que la dinámica del proceso evolutivo implica que las innovaciones específicas del cuerpo del hombre se incoan en otras formas anteriores. Para entender el origen de los hombres es necesario conocer a fondo su parentesco con otras formas vivientes y de esta manera alcanzar a conocer en qué consisten esas «insignificantes» diferencias biológicas, presupuestos biológicos para que un viviente en su unidad de vida pueda liberarse de quedar encerrado en el automatismo de los procesos fisiológicos de la reproducción, el comportamiento, etc. No importan por ello aquí tanto las diferencias como los parecidos, porque toda la base biológica, que es presupuesto para «lo único» del hombre, está incoada y en cierto sentido podríamos decir que está «ensayada» de antemano.

Los datos conseguidos recientemente, comparando el genoma de Homo sapiens sapiens y el genoma de Pan troglodytes, indican que las diferencias genéticas entre los miembros de las dos especies no alcanzan al dos por ciento del total. Y, sorprendentemente, los pocos genes que distinguen nuestra dotación genética de la de los chimpancés son en su mayoría los responsables de la construcción y maduración del cerebro. Esto permite proponer un escenario muy concreto a la evolución hacia el linaje de los hombres: la dirección neta del proceso evolutivo de hominización, que conduce en el tiempo del linaje de los grandes simios a los hombres, parece haber sido un proceso de optimización de las funciones cerebrales. Lo peculiar de los hombres presupone disponer de un peculiar cerebro.

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