Fraternidad: Icono de la Trinidad

La fraternidad, el mejor icono de la Trinidad

Al monje pintor ruso Andrés Roublev le pidieron que decorase una iglesia de la Trinidad, en pleno siglo XV, cuando toda la población vivía en un clima de guerra e invasiones de los tártaros, en medio de fuego, hambre y matanzas.

El iconógrafo Roublev no pintó el Juicio final, que tal vez habría sido lo más cercano a la realidad que el pueblo vivía, sino el icono de la Trinidad. Los tres misteriosos ángeles que visitan a Abraham y Sara junto a la encina de Mambré (/Gn/18/01-15), son representados como símbolo de la Trinidad. En una atmósfera de profunda serenidad, las tres figuras, esbeltas y alargadas, iguales en sus colores básicos (azul y dorado) y diferentes en sus posturas y colores propios, centran su atención sobre una mesa, donde hay un cáliz con un cordero degollado. Es la Trinidad, que se abre al mundo creado.

En un clima de comunión y de mutua circularidad entre los tres personajes, el ángel pintado en el centro del icono , con su túnica roja, color de sangre, representa al Hijo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Toda la Trinidad es un diálogo de amor sobre la salvación y la vida que el Hijo va a derramar sobre el mundo, creado por amor. El Padre envía al Hijo, el Espíritu fecundará y hará posible esta misión audaz: el Hijo se hace hombre y entra en nuestra historia como primogénito de muchos hermanos (Rm 8, 29), para reunir a los hijos de Dios dispersos por el pecado y la división (Jn 11, 51-52), para superar la división de Babel (Gn 11).

En el icono de Roublev, junto al Hijo hay una viña, símbolo del árbol de la vida y de la cruz, vid verdadera que da vida al mundo.

Junto al Espíritu hay una roca, símbolo de la nueva creación, que tiene que pasar del caos a una nueva tierra. Junto al Padre hay una edificación: la casa del Padre.

Del Padre surge la creación y la vida; a la casa del Padre retorna todo. El Padre es la raíz última de toda fraternidad, de quien procede toda paternidad y fraternidad en la tierra, de quien toma su nombre toda familia en el cielo y en la tierra (Ef 3,14-15).

Este icono de Roublev nos muestra de forma gráfica, como evangelio en color, la raíz última de toda fraternidad: el misterio de comunión de la Trinidad; una verdadera ecología divina de la fraternidad que brota de la casa del Padre.

Si somos hermanos, es porque tenemos un Padre común al que podemos llamar «Padre Nuestro». Si somos hermanos, es porque tenemos una casa común.

VÍCTOR Codina

SAL TERRAE 1994, 9

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