Significados Naturales y Manipulación Científica

El grado de intervención en los procesos naturales que ha alcanzado la ciencia contemporánea plantea cuestiones nuevas a la conciencia ética del científico.

Por Natalia López Moratalla

 

El grado de intervención en los procesos naturales que ha alcanzado la ciencia contemporánea plantea cuestiones nuevas a la conciencia ética del científico.

Algunos ámbitos de la ciencia actual ya no pueden ser considerados como una actividad que busca un conocimiento objetivo y riguroso orientado a hacer más ordenado y eficaz el gobierno del hombre sobre el mundo. Tal gobierno supone un reconocimiento de la entidad propia de la realidad gobernada. La novedad que se plantea en la ciencia de nuestros días radica en que el gobierno sobre el mundo se ha transformado en una actitud dominadora que está en el origen de las modernas ciencias positivas experimentales: el camino hacia el conocimiento ya no era, como en las ciencias premodernas, la contemplación, sino la intervención alcanzada por la simple contemplación sensible (1). Las consecuencias de este nuevo conocimiento, aunque apuntadas por algunos, sólo se han hecho patentes con el desarrollo avanzado de la ciencia actual.

La ciencia engendra así una técnica que no gobierna propiamente el mundo, sino que considera la naturaleza como un conjunto de materiales neutros, con los que puede fabricarse cualquier producto. La orientación en este proceso no es tomada de los significados naturales que se reconozcan en el mundo, sino exclusivamente del propósito del hombre manipulador, sin más limites que las propiedades «positivas» de los materiales de que dispone. Cuando este proceso alcanza a todos los ámbitos del mundo humano, es lógico que la ética se trasforme en consecuencialismo, donde lo «mejor» o «peor» de las consecuencias es por principio ajeno a todo contenido ético.

Esta capacidad de dominio ha engendrado en la mentalidad contemporánea un sentido nuevo de responsabilidad; ya no se siente al hombre en una naturaleza cuyos procesos absorberán los posibles errores en lo que de todos modos ocurre, porque es la marcha misma del cosmos la que se advierte como sometida al dominio del hombre. La matematización de la ciencia moderna (2) produjo como efecto inmediato la homogenización del espacio y el rechazo displicente de la vieja física de lugares propios. La mentalidad surgida de este método científico ha conducido a no tener reparos en desencadenar en el planeta Tierra procesos altamente energéticos que, aunque son propios de otros lugares del universo, y muy beneficiosos para la Tierra cuando tienen lugar en el sol, son extraños en el ámbito humano y amenazan su destrucción. De esta manera el hombre se ha hecho responsable de su propia aniquilación o de su propia supervivencia.

En los primeros tiempos de la ciencia moderna aún se reconocía un límite a la responsabilidad universal, había algo dado naturalmente cuya dignidad no era fruto de decisión humana: el mismo hombre. Los siglos de la modernidad contemplan la paradoja del desarrollo de una ciencia de la naturaleza mecanicista y ateleológica y, a la vez, sucesivas y enfáticas declaraciones de los derechos humanos (3). La tensión ha sido rota en favor de la afinalidad, y también el hombre ha caído a la condición de material de dominio por parte de las tecnologías avanzadas. Las declaraciones de los derechos del hombre, separadas de la tradición clásica y cristiana, quedaron convertidas en un elemento extraño a la mentalidad del cientifismo moderno. «El hombre – llegará a decir Foucauld (4) – es un invento del siglo XVIII».

En esta situación, en la que la mentalidad cientifista y dominadora se hace primero explícitamente escéptica y luego, consecuentemente, negadora de significados naturales, cualquier discurso ético es imposible: todos los significados, y por tanto los valores, han quedado reducidos a asunto de decisión.

La formidable embestida de esta mentalidad requiere más que nunca la reconquista del carácter de criatura de Dios que tiene el hombre y el mundo en que fue situado. Sólo en esta visión se puede dar explicación cabal de la dignidad absoluta del hombre y de los valores objetivos – aunque relativos al hombre que se encuentran en el mundo (5).

 

Manipulación genética con fines eugenésicos

Un paradigma de la novedad del dominio del hombre lo encontramos en la posibilidad de manipulación genética del mismo hombre. Es específicamente nueva la situación, porque la manipulación genética supone un dominio sobre la clave de guía de la constitución del cuerpo humano. No se trata de conocer mejor la naturaleza humana – en su corporalidad – para gobernarla, sino de constituir esa naturaleza. Se busca configurar un hombre diferente, interveniendo en el soporte de lo que caracteriza biológicamente la especie humana y lo específico de cada cuerpo humano, en su mismo origen. Se pretende modificar el patrimonio genético donde se inscriben tanto los caracteres comunes, como los individuales, e incluso mezclar la dotación genética de varias especies, para producir un tipo humano (o humanoide) «mejor»; es decir, más apto para determinadas funciones que se deseen asignar.

Esta manipulación es esencialmente diversa de la posible y deseable interven­ción terapéutica para curar una enfermedad genética, que no tendría en tal caso el carácter de un cambio de la dotación, sino que sería la reparación de un defecto de la dotación genética que le impide ejercer su propia función con normalidad. Y, por supuesto, esta eugenesia por manipulación genética sería totalmente distinta de aquella que se limitara a seleccionar – para transmitir la vida – sólo a determinados individuos considerados biológicamente mejores.

 

La moderna eugenesia se propone como objetivo hombres distintos, programa­dos genéticamente por los manipuladores.

1. La constitución del patrimonio genético de cada persona como expresión de su individualidad

La ciencia biológica ha demostrado con suficiente rigor que con la fecundación del óvulo se determina irreversiblemente el individuo con todos los caracteres propios de la especie, expresados en la concreción de ese individuo, al establecerse la dotación genética – inédita e irrepetible – que porta la célula – cigoto – a partir de la cual se desarrollará ese ser vivo.

El patrimonio genético – completo ya en la concepción – contiene las instrucciones precisas para que se constituyan los diversos tejidos y órganos, y contiene también la guía para terminar su vida una vez alcanzado el limite de duración propio de cada especie.

El desarrollo de cada ser vivo es un proceso continuo, con etapas que se suceden en un orden riguroso y preciso, y todas ellas necesarias para la normalidad e integridad de sus funciones. A pesar de las múltiples etapas de ese desarrollo, la dotación genética de cada individuo se mantiene en cada una de sus células durante toda la vida. De este modo, aunque los elementos materiales que constitu­yen el cuerpo experimentan recambio, puede hablarse con propiedad de una identidad biológica de cada individuo vivo desde su concepción hasta su muerte. Esto hace que la identidad de los seres vivos sea muy superior a la de los demás elementos del mundo, y, por supuesto, esencialmente distinta de la de los artefactos. En efecto, la identidad de los artefactos es muy débil y difícil de cifrar en alguna característica bien determinada. En su biografía de Tereo, cuenta Plutarco que «la nave de treinta remos en la que Tereo navegó y volvió salvo con los jóvenes fue conservada por los atenienses hasta el tiempo de Demetrio Falereo, quitando la madera gastada y poniendo madera nueva, de forma que esto dio materia a los filósofos para sus discusiones, tomando como ejemplo esta nave y argumentando unos que era la misma y otros que no lo era» (6). En el siglo XVII, Hobbes (7) recurrió a esa vieja historia para argumentar sobre el principio de individuación de los artefactos: la nave a la que hubieran repuesto la madera conservaría la unidad de forma, pero la posible nave construida con las maderas repuestas tendría identidad material con la primera, de modo que la identidad formal no podría ser criterio de identidad absoluta a. Estas ambigüedades, debidas a la debilidad de la identidad de los artefactos, desaparecen completamente en los seres vivos pues la identidad de cada individuo, en su unidad y variedad de características, se expresa adecuadamente en su dotación genética, permanente y presente en todas sus células, en medio del continuo intercambio de materiales que supone el metabolismo de la vida.

La individualidad, con la unidad que supone, es rastreable biológicamente a lo largo del desarrollo del organismo desde las primeras divisiones del cigoto. Durante los primeros estadios del desarrollo embrionario, las células, que se van originando por divisiones sucesivas del cigoto, son más o menos equivalentes entre sí: sólo cuando han llegado a ser 16 células pueden observarse diferencias entre ellas. Sin embargo, esto no quiere decir que se dé una multiplicación de la identidad, o que la identidad se haga difusa o problemática. En efecto, las células que resultan de la división del cigoto no son un simple conjunto de células semejantes entre sí y semejantes al cigoto y, por tanto, dotadas cada una de la misma individualidad de éste. Aunque puedan separarse, cuando están unidas constituyen una única realidad biológica, forman como un elementalísimo organismo bicelular o tetracelular, etc. Ese conjunto de células constituye una verdadera unidad gracias a la aparición de proteínac específicas que se sitúan en la membrana – como llamada proteína F-9 -, una especie de «pegamento» que no sólo las mantiene unidas sino además «da noticia» a cada célula de la presencia de las otras, estableciendo una conexión e interacción precisa entre ellas y ordenándolas en la fase de mórula mientras el número de células va desde 32 hasta 100 aproximadamente. Las proteínas como la F-9 son los elementos biológicos que nos permite afirmar que la mórula no es un conjunto indiferenciado de células muy parecidas sino una unidad verdaderamente articulada. La señal para la elaboración de esas proteínas está ligada al mismo proceso de fecundación y es posiblemente de las primeras instrucciones emitidas por el programa genético recién constituido. La proteína F-9 que articula en unidad las células nacidas de las divisiones del cigoto no está presente en los gametos de los progenitores, ni en el cigoto, ni estará en ninguna de las células después de superado el periodo de mórula. De modo patológico puede volver a aparecer en uno de los tipos de células del tumor maligno teratocarcinoma.

En la especie humana – como en otras muchas – cuando el programa genético está recién iniciado, es decir, en los primeros días, es posible una multiplicación vegetativa, que no es la propia de los mamíferos, pero que es la forma normal de reproducción de otras especies. Las células presentes en ese período se separan entonces en dos mórulas que darán lugar a gemelos monocigóticos. Si la división no fuera completa nacerían hermanos siameses. La posibilidad de tal multiplicación no es ningún argumento válido contra el carácter individual del cigoto o de la mórula, como tampoco significa carencia de unidad orgánica el que una bacteria se reproduzca por escisión, o que la estrella de mar, por ejemplo, siendo adulta pueda ser escindida y dar lugar a un nuevo individuo a partir de cada mitad.

Más aún, la posibilidad de que las células en la fase de mórula se dividan en varias depende de las interacciones establecidas a través de las proteínas de membrana, F-9, cuya aparición, desaparición y cantidad están genéticamente controladas. Experimentalmente se ha comprobado que si se deshace la articulación que esa proteína establece entre las células de la mórula – mediante la adición de un anticuerpo específico frente a esa proteína -, ésta se desintegra al separarse las células 9. Cabría, por tanto, incluso afirmar que el caso de la gemelaridad no es un accidente que ocurre al azar sino establecido en la dotación genética que controlará la disposición y cantidad de estas proteínas. Esto no querría decir que en el único cigoto con esa dotación genética haya dos individuos, sino que a ese único individuo le está facilitada o permitida por su dotación genética una multiplicación vegetativa.

Muy infrecuentemente puede ocurrir en los primeros días, una fusión embrional de hermanos heterocigóticos. La muerte de uno de ellos tiene lugar cuando sus células, es decir, todo su cuerpo, es incorporado por el otro en una especie de trasplante que hará que el receptor manifieste más adelante en las regiones de su cuerpo derivadas de las células incorporadas, los caracteres propios de su hermano. El caso sería similar al del trasplante de riñón, que sigue manifestando los caracteres inmunológicos del donante.

A pesar de la magnitud del cambio que implica la fusión embrional no supone tampoco argumento contra la unidad de la mórula, aunque cuando tiene lugar, la unidad de la mórula efectivamente se debilita. Como también se debilita la unidad del cuerpo al que se ha transplantado un corazón. En el fondo, la capacidad de debilitamiento de la unidad es propia de los seres que la poseen, y que por tanto pueden enfermar: en efecto, la enfermedad es un debilitamiento de la unidad de un cuerpo en que la materia y la forma se copertenecen. El barco de Tereo no puede enfermar, como no puede enfermar ningún artefacto, porque su materia y su forma son de suyo extrañas y separables.

 

2. El patrimonio genético humano como expresión biológica de la individualidad personal

Todo problema antropológico puede reconducirse directa o indirectamente a la «doble» condición del hombre que es a la vez individuo de una especie, y persona dotada de dignidad absoluta. La clave de esta polaridad la expresa la doctrina cristiana cuando afirma que en el origen concreto de cada persona se encuentra, junto con la generación por parte de los padres, una acción creadora del alma individual por parte de Dios. La antropología cristiana, ajena a cualquier tipo de dualismo, supone que los padres engendrantes y Dios creador del alma no son dos causas separadas que tengan efectos distintos, sino verdaderas con-causas que constituyen un único principio de la persona. Esto significa que los padres que engendran son verdadera y propiamente partícipes del poder creador de Dios (10). Pero significa también que entre la llamada creadora de Dios, fundamento de la dignidad absoluta de la persona, y la disposición corporal existe una correspondencia biunívoca, aunque el alma espiritual no quede sumida totalmente en su función de forma. En efecto, la individualidad de la llamada creadora se expresa en la concreta disposición del cuerpo, y por tanto es de esperar que la singularidad personal se exprese también biológicamente. La expresión de la singularidad personal dentro de la comunidad específica con los demás «individuos de la especie humana» es la dotación genética, única y singular para cada persona. El patrimonio genético es como la precipitación material – y como tal investigable por la ciencia positiva – de la función ordenadora e integradora del alma como forma sustancial: como la forma sustancial, también el patrimonio genético está presente en cada una de las células somáticas, «marcando» cada parte del cuerpo como parte de un único todo que se expresa en ese patrimonio completo, aunque en cada parte sólo configure el órgano o las células correspondientes.

De este modo la identidad personal, cuyo fundamento está en la llamada singular por parte de Dios y cuya expresión formal es el alma espiritual, tiene su expresión biológica justamente en el patrimonio genético. Podría decirse que el patrimonio genético es el «órgano» de la identidad personal. En su correspondencia con la identidad personal radica la importancia de la significación no sólo biológica, sino antropológica – y por tanto ética – del patrimonio genético, pues implica que a través de éste la identidad pueda ser manipulada técnicamente.

Que la persona humana puede ser manipulada a causa de la corporalidad es algo evidente. La protección de la dignidad absoluta de la persona frente a ese peligro está expresada como exigencia moral en el 5° mandamiento del Decálogo. Pero la posibilidad de manipulación y por tanto el alcance de ese precepto se ha ampliado con el desarrollo de las técnicas de manipulación genética. Aún cuando las posibilidades fácticas de manipulación sean actualmente bastante limitadas es necesario recordar que manipular el código genético no es una manipulación indiferente del «material» del cosmos, sino una manipulación de la identidad personal»» (11). El 5° precepto del Decálogo adquiere un nuevo alcance para la conciencia del científico: «respetar la dignidad del hombre supone salvaguardar esta identidad» (12). Por tanto la dignidad de la persona prohibe manipular su patrimonio genético, que como demuestra la Biología, se establece en el momento de la concepción, al fundirse los núcleos de los gametos de los progenitores

 

3. La cuestión del «status» del embrión precoz

El programa contenido en el patrimonio genético se va explicitando a lo largo de la vida en un sucederse de etapas sin solución de continuidad. Hay momentos en la vida de un individuo que se podrían calificar de biológicamente más densos: el nacimiento, la pubertad, etc.; uno de esos momentos particularmente cruciales desde el punto de vista biológico es la implantación del embrión en el útero materno, indispensable para la supervivencia. Esto tiene lugar aproximadamente dos semanas después de la concepción: las células del embrión articulado en la ordenación propia del estado de blastocito quedan determinadas a seguir un camino concreto de diferenciación, y éste abandona la posibilidad de dividirse y por tanto de multiplicación vegetativa.

Algunos de esos momentos han sido a veces interpretados como el comienzo de la vida humana, calificando la situación anterior como una fase de vida pre-humana y por tanto manipulable sin reservas éticas. Es necesario advertir con énfasis que esas opiniones no tienen ningún fundamento científico, y no son más que expresiones varias del deseo de manipulación sin restricciones, con un leve adorno ideológico.

“Los científicos -afirma Flynn (13)- tienen una casi insuperable inclinación a identificar el comienzo de la hominización no antes de que el embrión alcance el estado de blastocito”. Pero tal inclinación, si es real, no es algo insuperable, y desde luego no es científica, aunque fuera sostenida por científicos, sino ideológica y manipuladora, pues no tiene apoyo serio en el proceso biológico. Más bien se trata de un significado voluntariamente añadido a la anidación y negado a la concepción al que de forma natural pertenece.

http://www.arvo.net

Referencias

1. ARENDT H., La condición humana. Barcelona 1974, pp. 378-384.

2. GALILEO GALILEI. Il Sogdiatore §6. “La filosofa está escrita en ese grandioso libro que está continuamente abierto ante nuestros ojos (lo llamo universo). Pero no se puede descifrar si antes no se comprende el lenguaje y se conocen los caracteres en que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático».

3 STRAUSS L., Natural Right and History. “People were forced to accept a fundamental, typically modem, dualism of a nonteleological natural science and a teologícal science of man”. Chicago 1970, p. 8.

4 FOUCALD M., Las palabras y las cosas, p. 375, passim.

5 Ruiz RETEGUI A., La ciencia y la fundamentación de la ética y Principios éticos de la relación del hombre con la naturaleza, en LOPEZ MORATALLA et al., Etica Biológica, Universidad de Navarra, Pamplona 1985.

6 PLUTARCO, Vidas paralelas, 1, § 23

7 HOBBES, De cive, II, cap. 11, § 7.

8 NUBIOLA J., Hablando de artefactos, «Anuario Filosófico», XVII (1984-2), pp. 113-119

9 JACOB F:, Teratocarcinoma et diiérenciation cellulaire, «La Recherche», 9, 421-429, 1978.

10. RUIZ RETEGUI A., La pluralidad humana y la sexualidad, en LOPEZ MORATALLA et al., Etica Biológica, Universidad de Navarra, Pamplona 1985.

11. Podría decirse que supone el cambio de una persona por otra persona: la primera sería propiamente matada, y la segunda sería «construida» a partir de los elementos de la primera y los otros materiales que se introdujeran. Lo que hasta hace unas décadas era sólo objeto de fantasías en las novelas de ciencia-ficción se presenta como posibilidad real. La manipulación genética puede realizar de una manera técnicamente perfectísima los toscos experimentos del Dr. Frankestein.

12. JUAN PABLO II, Discurso a la Asamblea General de la Asociación Médica Mundial. Febrero, 1984.

13. FLYNN E.C., Human fertilization in vitro: a Catholic moral perspective, Fordham University, University Microfilm Intemational, New York 1983, p. 317.

 

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