¿Son compatibles la Biblia y la evolución?

¿Son armonizables evolución y creación? ¿Qué se entiende hoy por creacionismo científico? ¿En qué momento apareció? La creación puede hacerse compatible con la evolución si sabemos desde qué perspectiva abordar esta aparente oposición de propuestas.

Podemos comenzar a responder a estas cuestiones afirmando que el creacionismo científico surgió como reacción ante el pujante evolucionismo materialista, una filosofía nociva para las ideas religiosas y morales de la sociedad americana. Su génesis se encuentra en la actividad de algunos grupos de fundamentalistas protestantes que se organizaron emprendiendo una amplia campaña con la que pretendían conseguir dos objetivos básicos: por una parte, mostrar que la Biblia proporciona conocimientos científicos acerca de la creación y que serían contrarios a las hipótesis evolucionistas; y, por otra, conseguir legalmente que en las clases de ciencia natural que se dan en las escuelas, junto con las teorías evolucionistas, se explique también, dedicando igual tiempo, el creacionismo como concepción alternativa.

La mentalidad de los creacionistas científicos se explica por la confluencia de tres factores. Uno es el fundamentalismo protestante que interpreta la Biblia de modo excesivamente literal y que, por tanto, fácilmente considera como científicas algunas informaciones que deben ser entendidas en el contexto del estilo empleado en esas narraciones. Así, el obispo anglicano de Armagh, Usher, a finales del siglo XVII, decidió, basándose en textos bíblicos, que el mundo había sido hecho en el 4004 a. C., cálculo que debió de parecer poco interesante a teólogos de mayor envergadura. Otro factor es la historia de los Estados Unidos, que incluye contrastes ideológicos que se remontan a las causas y efectos de la guerra civil y que no han desaparecido por completo. Y un tercero es que, de hecho, se difunden tesis evolucionistas de tipo materialista y relativista, que se presentan como científicas pero realmente son extrapolaciones injustificadas carentes de base científica. El anti-evolucionismo es ya antiguo en grupos del Sur de los Estados Unidos. Después de la guerra civil no se consiguió una unidad religiosa. Los del Sur acusaban a los del Norte de estar infectados por un “espíritu liberal” que se manifestaría, por ejemplo, en afirmar, según el “espíritu” y no la “letra” de la Biblia, que debía condenarse la esclavitud. El Sur perdió la guerra, pero no estaba dispuesto a perder sus ideas, y se mantenía firme en convicciones que parecían tradicionales frente a la laxitud de los del Norte.

Henry M. Morris, antiguo profesor universitario, doctorado en Hidráulica, y un grupo de creacionistas como él, en 1963, organizaron la Sociedad para la Investigación de la Creación. En 1972, fundó el Institute for Creation Research (“Instituto para la Investigación de la Creación”, ICR) de San Diego, institución privada no lucrativa, cuyo objetivo original es publicar literatura creacionista y hacer campaña en las escuelas públicas en favor de las interpretaciones escriturísticas de los orígenes humanos. A pesar de presentarse como una organización de carácter apolítico y aconfesional, el ICR exige a todos sus miembros una confesión de fe sobre el fijismo de las especies creadas, la universalidad del diluvio y la realidad histórica de la Creación, según el Génesis. En 1981, Morris obtuvo la aprobación oficial para la escuela superior, que ofrece títulos en Ciencias de la Educación, Geología, Astrofísica, Geofísica y Biología. En 1986, consiguió trasladarse del campus de Christian Heritage College, en el Cajón, California, a su actual campus. Puesto que el ICR no está refrendado por la Western Association of Schools and Colleges, las escuelas más acreditadas no reconocerán sus títulos ni aceptarán sus créditos de clase para un traslado de matrícula.

El profesor Morris ha dicho que no es su intención solicitar un refrendo de la Western Association, a la que califica de “organización secular, muy comprometida con la teoría evolucionista”. Y añade: la Biblia es “nuestro libro de texto sobre la ciencia del creacionismo” pues “estamos totalmente constreñidos a lo que Dios ha considerado adecuado decirnos y esa información es su palabra escrita.” Y, en otro lugar: “Si el hombre desea saber algo acerca de la creación, su única fuente de información verdadera es la revelación divina”. De tal modo, que la creación habría tenido lugar en días de 24 horas, excluyendo absolutamente toda evolución. Esta perspectiva es compartida por importantes teólogos protestantes de Princeton, como Benjamin Warfield, Duane Gish, el reverendo Jerry Falwell y el Sínodo luterano de Missouri, de donde surgió un buen grupo de colaboradores de Henry Morris para organizar el “creacionismo científico” en 1963. Estos autores intentan poner de manifiesto el gran número de verdades científicas que han permanecido ocultas en sus páginas durante 30 siglos o más, y han puesto en el candelero este movimiento antes minoritario en los Estados Unidos, desde donde se ha difundido por todo el mundo.

Morris desautoriza abiertamente la biología evolucionista en uno de los libros en que ha colaborado, The Bible Has the Answer (“La Biblia tiene la respuesta”), donde se califica la “evolución” no sólo de “antibíblica y anticristiana, sino de absolutamente acientífica, además de imposible. Pero ha servido, efectivamente, de base pseudocientífica para el ateísmo, el agnosticismo, el socialismo, el fascismo y numerosas otras filosofías falsas y peligrosas de los últimos cien años”.

Parece que estas corrientes, que han confluido en el “creacionismo científico”, ven en el evolucionismo un poderoso aliado del materialismo moderno que pretende difundir a gran escala una visión relativista y atea que socava los fundamentos mismos de la civilización humana. George Marsden, profesor de Historia en Michigan, afirma que los creacionistas científicos han identificado correctamente el contenido materialista de gran impacto social que se presenta apoyado en el evolucionismo. Cita como ejemplo la popular serie televisiva Cosmos, de Carl Sagan, que trasluce una clara visión anti-creacionista. Y señala que los creacionistas han percibido esa filosofía nociva para las ideas religiosas y morales básicas de la civilización, concluyendo, aunque no justificando, que “los defensores dogmáticos de mitologías evolucionistas anti-sobrenaturalistas constituyen una invitación a responder del mismo modo”.

En la práctica, el creacionismo utiliza argumentos basados en el razonamiento lógico de que, si la teoría evolucionista tiene fallos y puntos débiles o no puede dar razón de algunos hechos, quedaría demostrado que el creacionismo es correcto. Sus argumentos suponen que sólo existen dos opciones: el creacionismo o el evolucionismo darwinista. Los creacionistas científicos se han servido de los debates evolucionistas recientes como pretexto para afirmar que el darwinismo está a punto de ser destruido, con lo cual su posición quedaría como la única alternativa razonable. Sin embargo, no han tenido en cuenta que el deseo de proponer y discutir nuevas hipótesis, lejos de anunciar el inminente colapso de una teoría, se considera, en general, como un signo de vitalidad científica. La hipótesis creacionista, en cambio, armoniza bastante mal -literalmente entendida- con los datos científicos. Como la mayor parte de los creacionistas sostienen que el mundo fue creado casi instantáneamente hace unos pocos miles de años, ellos se oponen no sólo a la teoría de la evolución, sino a toda interpretación científica del pasado. Si prevaleciera esta posición, la Geología, la Paleontología, la Arqueología e incluso la Cosmología deberían reformularse de forma que la ciencia retornaría a un marco teórico propio del S. XVIII.

En el otro bando de la contienda, se encuentra el evolucionismo radical. Sus defensores han visto en las teorías evolucionistas la prueba científica de que no es admisible la creación. El origen del universo y del hombre se explican sin necesidad de recurrir a la existencia de un Dios creador, noción que ha sido superada por el avance científico. El hombre no es más que un producto de la evolución al azar de la materia, y los valores humanos son algo casual y relativo, ya que están en función de las condiciones en que se ha realizado dicha evolución material. Con estos presupuestos, las iniciativas jurídicas y educativas de los creacionistas han sido contrarrestadas directa y contundentemente por los defensores del evolucionismo. Por ejemplo, el Dr. Wayne Moyer, director ejecutivo de la Asociación Americana de Profesores de Biología, ha hecho un llamamiento a los profesores universitarios para que ayuden a los maestros a oponerse al intento de introducir en las clases de Biología una “teología disfrazada de ciencia”.

No existe la alternativa evolución-creación, como si se tratara de dos posturas entre las que hubiera que elegir.

Pero, debemos plantear esta polémica en sus justos términos. La realidad es que la evolución como hecho científico y la creación divina se encuentran en dos planos diferentes: no existe la alternativa evolución-creación, como si se tratara de dos posturas entre las que hubiera que elegir. Se puede admitir la existencia de la evolución y, al mismo tiempo, de la creación divina. Si el hecho de la evolución es un problema que ha de abordarse mediante los conocimientos científico-experimentales, la necesidad de la creación divina responde a razonamientos metafísicos. En sentido estricto, creación significa “la producción de algo a partir de la nada”. En ningún proceso natural se puede dar una creación propiamente dicha: los seres naturales, desde las piedras hasta el hombre, sólo pueden actuar transformando algo que ya existe. La naturaleza no puede ser creativa en sentido absoluto. El hecho de la creación, así entendido, no choca con la posibilidad de que unos seres surgieran a partir de otros.

Evolución y creación divina no son necesariamente, por tanto, términos contradictorios. Podría haber una evolución dentro de la realidad creada, de tal manera que, quien sostenga el evolucionismo, no tiene motivo alguno para negar la creación. Dicha creación es necesaria, tanto si hubiera evolución como si no, pues se requiere para dar razón de lo que existe, mientras que la evolución sólo se refiere a transformaciones entre seres ya existentes. En este sentido, la evolución presupone la creación. Pero es que, además, quien admite la creación -así entendida-, tiene una libertad total para admitir cualquier teoría científica. Quien no admita la creación, necesariamente deberá admitir que todo lo que existe actualmente proviene de otros seres, y éstos provienen de otros, y así sucesiva e indefinidamente, de manera que todos y cada uno de los seres que existen deben tener un origen trazado por la evolución. Aunque pueda resultar paradójico, es el evolucionista radical quien viola las exigencias de rigor del método científico, pues se ve forzado a admitir unas hipótesis que no pertenecen al ámbito científico, y deberá admitirlas aunque no pueden probarse.

No hay, por tanto, necesidad de plantear ningún conflicto entre ciencia y religión. Esto es lo que postulan, al menos, destacados científicos evolucionistas. John McIntyre, profesor de Física en la Universidad de Texas, confiesa la frustración que experimenta por el hecho de que los “antievolucionistas” hayan usurpado el término “creacionismo”, e insiste en que es del todo posible conciliar las creencias cristianas en un Dios creador con la idea de que la vida haya evolucionado a través del tiempo. Por su parte, el paleontólogo neodarwinista G. G. Simpson, asegura:

“Ningún credo, salvo el de las fanáticas sectas fundamentalistas -que son una minoría protestante en EE.UU.-, reconoce por dogma el rechazo de la evolución. Muchos profesores, religiosos y laicos, la aceptan , en cambio, como un hecho. Y muchos evolucionistas son hombres de profunda fe. Además, los evolucionistas pueden ser también creacionistas”.

Y Martin Gardner, colaborador habitual de la revista Investigación y Ciencia, creador de juegos matemáticos y autor de libros de divulgación científica de calidad, sostiene: “No conozco ningún teólogo protestante o católico fuera de los círculos fundamentalistas que no haya aceptado el hecho de la evolución, aunque puede que insistan en que Dios ha dirigido el proceso e infundido el alma a los primeros seres humanos”.

Por lo que hace a la polémica, el panorama no es muy halagüeño. Sin embargo, queda la esperanza de que se impongan los análisis serenos. El creacionismo científico y el evolucionismo radical se alimentan mutuamente. Hoy por hoy, el evolucionismo radical parece el contrincan-te más fuerte: su poder y difusión están aliados con una mentalidad pragmatista muy extendida, en la que la ciencia es para muchos la única fuente de la verdad. La batalla no tendrá final, mientras no se disipe el error en que incurren ambas posturas con sus extrapolaciones. Porque ni la Biblia contiene datos científicos desconocidos en la época en que fue escrita, ni tampoco es legítimo ni científico negar lo que no se alcanza mediante la ciencia. Existen dos parcelas autónomas del saber humano -Filosofía y Ciencia- que no se pueden trasvasar sin caer en extrapolaciones inadmisibles o en una peligrosa pirueta conceptual. El problema desaparece cuando se advierte que evolución y creación divina se encuentran en planos distintos y, por lo tanto, no se excluyen mutuamente, aunque haya un tipo de “evolucionismo” que es incompatible con la admisión de la creación y un tipo de “creacionismo” que es incompatible con la aceptación de la evolución.


(1) Una profundización sobre esta polémica puede verse en mi libro: Carlos Javier Alonso: Tras la evolución. Panorama histórico de las teorías evolucionistas, Eunsa, Pamplona, 1999.

www.arvo.net

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2 comentarios

  1. Evolucionismo y creacionismo. Ambos ciertos para gloria de Dios

    Estimados señores,
    ¿Pueden echarle un vistazo al libro https://www.amazon.es/teor%C3%ADa-extinci%C3%B3n-del-Hombre-econom%C3%ADa-ebook/dp/B01LWCU72L/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1476521273&sr=8-1&keywords=la+teoria+de+la+extincion+del+hombre ?
    La teoría de la extinción del Hombre.: De porqué Darwin tenía razón, de porqué existe un Creador y de porqué el ciclo de la economía del dinero toca a su fin
    en http://www.alcrea.es también tienen una buena parte del libro gratis y en ella ya se habla del pecado original.
    No sé cuánto encaja en la línea de su página ni si se podría abrir un debate sobre las ideas que contiene (evitando el nombre y publicidad sobre el libro)

    Pozuelo de Alarcón me ha invitado a presentar el libro el próximo 17/11/2016 a la 19:30 en la sala de la biblioteca Miguel de Cervantes (en la plaza del ayuntamiento).
    Está disponible en la biblioteca.

  2. VARIAS CONTRADICCIONES DE LA TEORIA DE LA EVOLUCION CON LAS
    SAGRADAS ESCRITURAS:

    A) La teoría de la evolución afirma que el hombre primitivo era menos perfecto que el actual. Y en cambio las Sagradas Escrituras, CLARAMENTE ENSENAN que los primeros hombres, Adán y Eva gozaban de un estado, el de justicia original, que los hacía INMUNES AL SUFRIMIENTO y A LA MUERTE, estaban LIBRES DE CONCUPISCENCIA, por lo que tenían un PERFECTO DOMINIO DE SI MISMOS y una INTELIGENCIA LUMINOSA. Así leemos en el Catecismo (universal) de la Iglesia Católica, nº 376: «Por la irradiación de esta gracia (de la gracia de la SANTIDAD ORIGINAL), todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina el hombre NO DEBIA NI MORIR (cf Gn 2, 17;3, 19) NI SUFRIR (cf Gn 3, 16). Así pues, según la palabra de Dios (que no es hombre para mentir), en las Sagradas Escrituras, el primer hombre era MUCHO MAS PERFECTO en el orden natural y en el sobrenatural que el hombre actual.
    Padre Eduardo, por simple lógica ¿No choca esto frontalmente con la teoría de la evolución que supone al primer hombre un casi animal?

    B) Las Sagradas Escrituras nos dicen que el hombre se compone, de cuerpo y alma: Si el cuerpo no fue creado directamente por Dios, sino que procede de la evolución de un mono, como sostiene la teoría atea evolucionista, ¿entonces cuándo fue creada el alma y superpuesta al cuerpo de un hasta entonces solo un animal? ¿Es esto creíble y conveniente? ¿Cuándo y cómo habría el hombre de recibir el alma si fuese el producto último de una evolución de un mono? ¿Es imaginable siquiera que los monos hayan recibido, junto con su vida animal, el alma espiritual, el alma inmortal, el alma inteligente, el alma libre? Sólo el pensarlo creo que es una blasfemia. ¿Cómo entonces podían transmitir lo que no tenían? Y ¿podía Dios ofenderse a Sí mismo infundiendo el alma espiritual, su soplo divino, en un animal, todo lo evolucionado que se quiera pensar, pero siempre procedente de una dilatada procreación de brutos? Creo que pensar esto es también ofender al Señor».

    C) Las Sagradas Escrituras, nos enseñan que Adán y Eva pecaron y que nos transmiten desde entonces el «Pecado Original»,[«pecado» de manera análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no un acto,( cf Catecismo Universal nº 404)]. Ahora bien, si este pecado cometido en el origen por nuestros primeros padres es transmitido a todos los hombres, a todos los descendientes de Adán (cf Catecismo Universal, nº 404), ello quiere decir que hubo una única pareja primera de hombres (monogenismo) , y no varias (poligenismo) como sería lo natural pensar si se admite la teoría de la evolución.

    D) Muchas doctrinas del Nuevo Testamento se remontan hasta Adán: el pecado original, Jesús como Nuevo Adán. Es por eso importante sostener la doctrina del Monogenismo (todos los hombres proceden de uno). Si la caída de Adán no ocurrió, entonces la salvación de Cristo no era necesaria. San Pablo intencionalmente vincula y hace un paralelo entre estas dos en Romanos 6, llamando a Cristo el Nuevo Adán o el Segundo Adán. Si el primer Adán es un mito, el segundo Adán queda reducido a mito. Si la caída del primero no ocurrió, la redención del segundo tampoco.

    Por último padre Eduardo, termino haciéndole llegar la respuesta bíblica que Jesús, le dio a una mística italiana católica conocida, de nombre María Valtorta (y que recibió muchas visiones sobre la vida de Jesús), cuando esta una vez le cuestionó al Señor, que como era posible que los primeros hombres siendo más cercanos al ejemplar perfecto que Dios creó, y que ciertamente, eran bellísimos además de fortísimos, fuesen más brutos que nosotros». Y le cuestiono que como era posible pensar cómo pudo ser que la belleza de la obra creadora más perfecta hubiera llegado a envilecerse tanto, hasta el punto de dar pie a los científicos para negar que el hombre hubiera sido creado hombre por Dios y asegurar que sea el resultado de la evolución del mono.
    Me habla Jesús y dice:
    «Busca la clave en el capítulo 6º del Génesis. Léelo». Lo leo y Jesús me pregunta: «¿Lo entiendes?».
    «No, Señor. Lo que entiendo es que los hombres se corrompieron enseguida y nada más. No sé que relación puede guardar ese capítulo con el hombre mono».
    Jesús sonríe y me responde:
    «No eres la única que no lo entiende, pues no lo entienden los sabios, los científicos, los creyentes, los teólogos, ni los ateos. Estame atenta». Y comienza a recitar. «Y habiendo comenzado los hombres a multiplicarse sobre la tierra y habiendo los hijos de Dios, o hijos de Set, tenido hijas y visto que las hijas de los hombres (hijas de Caín) eran hermosas, se desposaron con las que, entre todas, más les gustaron…Así pues, una vez que los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y éstas dieron a luz, de ellas salieron aquellos hombres potentes y famosos durante siglos». «Esos hombres que por la potencia de su esqueleto llaman la atención de vuestros científicos, los cuales deducen de ahí que el hombre en el comienzo de los tiempos, era más alto y fuerte que no lo sea actualmente y de la estructura de su cráneo deducen que el hombre deriva del mono. Es decir, los consabidos errores de los hombres ante los misterios de la creación.»
    Prosigue en el mismo pasaje la voz de Dios en los escritos de María Valtorta: «Aquéllos que ya no eran hijos de Dios, por cuanto con su padre y como él se alejaron de Dios para acoger a Satanás, se abalanzaron a lo ilícito, degradante y bestial, llegando a tener monstruos por hijos e hijas. Son los monstruos que ahora llaman la atención de vuestros científicos induciéndoles a error. Los monstruos que, por el poderío de sus formas, su salvaje belleza y su ardor bestial, frutos de la unión de Caín con los brutos y de los brutísimos hijos de Caín con las fieras, sedujeron a los hijos de Dios, es decir a los descendientes de Set por Enós, Quenan, Mahalalel, Yéred, Hénoc de Yéred – no confundir con el Henoc de Caín – Matusalén, Lamek y Noé, padre de Sem, Cam y Jafet.» «Fue entonces cuando Dios, para impedir que la rama de los hijos de Dios se corrompiese del todo con la de los hijos de los hombres, mandó el diluvio universal para sofocar bajo el peso de las aguas la libídine de los hombres y para destruir los monstruos engendrados por la lujuria de los sin Dios, insaciables en su sensualidad al hallarse abrasados por el fuego de Satanás.»
    «Y el hombre, el hombre actual, desatina con las líneas somáticas y los ángulos cigomáticos. Y, no queriendo admitir un Creador al ser excesivamente soberbio para reconocer el haber sido hecho, admite la descendencia de los brutos para así poder decir: «Nos hemos valido solos evolucionando de animales a hombres». El hombre se degrada, se autodegrada por no querer humillarse ante Dios. Y desciende. ¡Vaya si desciende!…» Es decir que los esqueletos que se han encontrado de hombres que la teoría de la evolución llama hombres monos, no son sino restos de los hombres degenerados que perecieron con el Diluvio.
    La hipótesis de la evolución no sería sino una fábula grata a los oídos de quienes gustan de prescindir de Dios, o no negando la existencia de Dios, quizá para rendir tributo a una seudo-ciencia que creen sin discutir, caen en concebir un Dios al que es difícil crear al hombre de la nada e inmediatamente.

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