Primera Pascua

Tras los hechos de Caná y Cafanaúm, Jesús inicia su manifestación a Israel como Mesías, y lo hace en Jerusalén, la ciudad santa. Jerusalén era la ciudad del Templo y, por ello, la ciudad de Dios.

Allí se adoraba a Dios del modo más pleno. Los israelitas peregrinaban a ella de todo el mundo y especialmente los que vivían en Israel. El Templo, construido por Salomón, había atraído el centro de la religiosidad sacándolo de las casas particulares. Su destrucción fue una gran desgracia sentida por todos. A la vuelta de la cautividad de Babilonia los judíos lo reconstruyen, aunque sin su antiguo esplendor, pero con un cuerpo sacerdotal, unos sacrificios y una doctrina. Herodes lo volvió a reconstruir más adelante, lleno de magnificencia. Era conveniente que el Mesías se diese a conocer en el centro espiritual de Israel, y así lo hizo.

El modo de esa manifestación resulta sorprendente, pues, nada más llegar al Templo, se produce la primera expulsión de los mercaderes que vendían lo necesario para los sacrificios y para las ofrendas. Esta acción molestará vivamente tanto a los que se aprovechaban de esa mercadería, como el Sumo sacerdote, cargo que comportaba un notable enriquecimiento por estas y otras prácticas parecidas. Pero agradará a los más religiosos, que verán en Jesús el fuego de los profetas que clama ante la religiosidad pervertida y mercadeada. Tras esta expulsión muchos creyeron en él, aunque, a la vez, toma cuerpo la oposición que irá creciendo en la medida en que Jesús aclare en qué consiste el reino de Dios.

"Estaba próxima la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y haciendo un látigo de cuerdas arrojó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Y dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí, no hagáis de la casa de mi Padre un mercado. Recordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume" (Jn).

La acción de Jesús no es fruto de un acceso de ira repentino, sino algo querido de un modo lúcido y claro. Se trataba de instaurar el Reino de Dios Padre primero en su propia casa. Se trataba de que aquellos muros fuesen casa de oración, de diálogo sincero, de amor desinteresado. Y para ello se necesitaba una purificación del pecado y de la mancha que significaba convertir la limosna y el culto purificador en un suculento negocio al servicio de intereses inconfesables. Por eso les decía: "¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en una cueva de ladrones"(Mc, Mt y Lc). Se había impedido lo más importante de Israel: los derechos de Dios por un mercadeo. La esencia religiosa del pueblo se corrompía y los abusos eran constantes. El desprestigio llegaba a otros campos menores, como evitar dar la vuelta al Templo para ir de un lado a otro y pasar por el centro del Templo con el consiguiente barullo de animales, excrementos y paseantes que convierten el Templo en un lugar de paso. También esa costumbre, fruto de la pereza o de la comodidad será corregida, pues "no permitía que nadie transportase cosas por el Templo" para evitar la alteración del ambiente de oración y recogimiento.

El Reino de Dios, que estaba cerca, se manifestaba ya desde el principio como una restauración de lo religioso en el mismo centro. Han llegado los nuevos tiempos largamente esperados. Muchos preguntarían quién era ese desconocido. Y se enterarían que acababa de anunciar la llegada del Reino de Dios; y que el Bautista lo avalaba con toda su autoridad de profeta ante el pueblo. El mismo Jesús explica con palabras el sentido de su acción. Muchos no se alteran demasiado hasta ver en qué paran las cosas, ya había demasiados que se proclamaban mesías, o que eran unos religiosos exaltados.

Aunque la expulsión de los mercaderes fuese bien vista por los hombres religiosos, y quizás por la mayoría del pueblo, fue también ocasión de la primera reacción en contra de Jesús, pues ya desde entonces "lo oyeron los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y buscaban el modo de perderle; pues le temían, ya que toda la muchedumbre estaba admirada de su doctrina" (Mc).

Si se hubiera tratado sólo de corregir un abuso moral, la mayoría estaba de acuerdo, también los fariseos. Pero había algo más. Jesús suele hablar con un lenguaje simbólico, como la mayoría de los judíos de su tiempo, los gestos aclaraban lo que necesitaba una interpretación. La expulsión de los mercaderes del Templo, en primer término, es la corrección del abuso; pero, en un segundo nivel, es un ataque al Templo mismo, o, mejor a su modo de conducir la religiosidad de su tiempo. Así lo entienden un grupo de fariseos que polemizan con él.

Y se levantó la primera polémica: "Entonces los judíos replicaron: ¿Qué señal nos das para hacer esto?". Es como decir si acaso se siente con más autoridad que el Templo y sus sacerdotes, que no han rechazado esos usos y, en cambio, custodian al Santo de los Santos. A lo que Jesús respondió: "Destruid este Templo y en tres días lo levantaré. Los judíos contestaron: ¿En cuarenta y seis años ha sido construido este Templo, y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del Templo de su cuerpo. Cuando resucitó de entre los muertos, recordaron sus discípulos que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había pronunciado Jesús" (Jn). La respuesta de Jesús es fulminante y será recordada por todos. Jesús se reconoce a sí mismo como superior al Templo, hasta el punto de poder destruirlo y reconstruirlo. Es evidente que no entenderían entonces que se refería a Él mismo, pero sí entendieron que es superior, y eso no lo pueden tolerar. No iba a ser fácil llegar al corazón de todos y que le reconociesen como Mesías, había que luchar contra muchas cosas y remover muchos obstáculos. El pecado se revestía de muchos modos: la avaricia y el enriquecimiento aprovechando lo religioso va a ser el primero; pero, sobre todo, un modo de vivir la religiosidad que no estaba de acuerdo con el querer de Dios, como se pondrá de manifiesto en las polémicas posteriores.

Sin embargo, el fruto más importante de aquella primera expulsión fue la conversión de muchos. "Mientras estaba en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los milagros que hacía" (Jn). Aunque la primera conversión, o la aceptación de Jesús como el enviado, fuese superficial, allí estaba. Era un buen comienzo para llegar a los corazones de los hombres.

Tras estos hechos, Jesús sigue un tiempo en Judea hasta el mes de abril o comienzos de mayo. "Después de esto fue Jesús con sus discípulos a la región de Judea, y allí convivía con ellos y bautizaba"(Jn). Cuenta con un número apreciable de discípulos, y se multiplican las conversiones en aquella tierra difícil de Judea. La respuesta a los hechos de la primera pascua y el comienzo de la manifestación de Jesús son esperanzadores, "Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos, y no necesitaba que nadie le diera testimonio acerca de hombre alguno, pues sabía lo que hay dentro de cada hombre". En muchos la conversión fue una adhesión firme, aunque la identidad de Jesús no se hubiese revelado en su totalidad, pero era un primer paso. En otros hay una resistencia clara. Pero todos debían cambiar sus esquemas mentales religiosos para poder comprender la buena nueva del Reino de Dios, cosa difícil que requiere verdadera humildad y ánimo abierto junto a una verdadera sed de vivir con Dios.

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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