San José de Cupertino (1603-1663)
Nació en la aldea napolitana de Cupertino en un establo. Su madre lo educó con dureza y esto le proporcionó gran fortaleza de carácter. Era muy corto de alcances, pero Dios obraría en él Maravillas. Fue un gran taumaturgo. Apenas si aprendió a leer. Sólo servía para orar y mortificarse. A los 17 años entró con los franciscanos. Todo lo hacía mal. No sabía ni pelar patatas. Fue despedido como inútil. Entró con los capuchinos y la misma experiencia: muy piadoso, pero se olvidaba de todo y todo le salía mal. Fue una vida de humillaciones. Otra vez tuvo que irse. Fue admitido de nuevo con los franciscanos como oblato para cuidar una mula. Pero se le permitió aspirar al sacerdocio. Fueron un suplicio los estudios. Cada examen era un fracaso. Pero sus progresos en la virtud eran extraordinarios. Vivía en éxtasis casi permanentemente.
El mismo Señor obispo quiso examinarlo. Tomó el Evangelio al azar y salió el único texto que sabía explicar. Era sobre la Virgen, a la que tenía gran devoción: «Dichoso el vientre que te llevó». Lo tradujo, lo comentó y fue admitido al presbiterado. Esto lo atribuyó a la Virgen. Desde entonces, los éxtasis y los favores milagrosos a cuantos acudían a él, se multiplicaron. La fama de sus portentos se extendía. El no le daba importancia, se consideraba el último y se llamaba a sí mismo No Fray José, sino fray ASNO. Sufrió incomprensiones y tentaciones, pero de todas ellas lo libró el Señor. Celebraba Misa con extraordinario fervor. Al llegar la hora de su muerte -el 18 de septiembre de 1663- de la que había recibido aviso, recibió el viático con transportes de alegría. Sus últimas palabras fueron para la Virgen: «muestra que eres mi Madre».
Santa Ricarda (+900)
Hija de Erchanger, conde de Alsacia, se había casado con el biznieto de Carlomagno, Carlos el Gordo, quien era entonces rey de los francos de Renania y luego se convirtió en emperador de Occidente, rey de Alemania y Francia y protector titular del papado. El nuevo emperador era instruido y devoto pero eso no fue obstáculo para que permitiera a los bárbaros saquear Francia y para que abandonara a Juan VIII que le pedía auxilio desde el palacio de Letrán, donde fue finalmente asesinado. Acabó con el imperio carolingio y murió muy pronto después.
Algunos años antes, Ricarda había sido repudiada por su marido, quien la hizo condenar por adulterio. La reina defendió su inocencia, perdonó a su marido y se retiró a la abadía de Andlau que había fundado poco antes, donde murió santamente. En 1049, el papa León IX fue a venerar sus reliquias y la elevó a los altares.
San Juan Macías (1585-1645)
Nació en Extremadura, España, y emigró a América como comerciante. A los 37 años ingresó en Lima con los dominicos como hermano lego y desempeñó por más de veinte años el oficio de portero. Le llamaban “el padre de los pobres” por su atención a los más necesitados.
Santo Domingo Doà Trach (+1840)
Presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, que fue decapitado por orden del rey Minh-Mang, al manifestarse cristiano y negarse a pisar la cruz.
Fue canonizado el 19 de junio de 1088.
Beatos Carlos, Fidel y Jesús (+1936)
Mártires escolapios asesinados durante la Guerra Civil Española. Fueron beatificados el 1º de octubre de 1995, y dijo de ellos el papa Juan Pablo II durante su homilía: “No son héroes de una guerra humana, sino educadores de la juventud, que por su condición de religiosos y de maestros, afrontaron su trágico destino como auténtico testimonio de fe.” Y de estos tres marianistas destacó: “Murieron perdonando, seguros de estar recorriendo también así los pasos del mismo Cristo”.
La sangre de los mártires de un Cristo que murió en la cruz perdonando, es semilla de paz y reconciliación.