Santa Casilda, virgen (siglo XI)
Se dice que fue hija del rey moro de Toledo, Aldemón, y que era una princesa muy compasiva que daba de comer a los presos. Quería bautizarse, pero ¿cómo lograrlo? En eso, le empezó un flujo de sangre que ningún médico acertó a curar y sólo sanaría, le dijo una voz del cielo, bañándose en el lago de San Vicente en Briviesca. Su padre consintió en aquel viaje a los reinos cristianos, y Casilda, después de sanar tras bañarse en aquellas aguas, se bautizó e hizo construir una ermita en aquel mismo lugar donde vivió santamente hasta su muerte.
San Vadim (+376)
Vivía en Bethlapat, Persia, con otros siete monjes. Fueron perseguidos y conducidos a prisión por órdenes del rey Chahpurhr II. Allí encontraron a Nersán, príncipe de Aria, también cristiano, que estaba preso por haberse negado a adorar al sol. Este hombre había soportado todo, pero viendo las torturas infligidas a Vadim, se desmoronó y acabó por preferir los favores de un príncipe mortal a los de Dios, y decidió complacer al rey. Éste le puso por condición que matara a Vadim, a lo cual consintió Nersán. Cuando le pusieron la espada en la mano, se echó a temblar de tal modo que no pudo emplearla para cortar la cabeza de un golpe a su víctima. Entonces empezó a golpearle a diestra y siniestra, destrozándole todo el cuerpo.
Los discípulos de Vadim fueron liberados a la muerte del rey Sapor, pero Nersán fue ejecutado después de su crimen.
San Lorenzo de Irlanda (1128-1180)
Nació en Irlanda de la familia O´Toole que era dueña de uno de los más importantes castillos de esa época. Ingresó en un monasterio siendo muy joven y fue su vida tan ejemplar que al ser ordenado sacerdote, los monjes lo eligieron por unanimidad como nuevo superior.
Fue siempre un gran apaciguador. Durante una gran escasez de alimentos la gente recorría los pueblos robando y saqueando cuanto encontraban. El abad Lorenzo les salió al encuentro con una cruz en alto, y los convenció de rezar con él para pedir la ayuda de Dios. Luego les repartió todas las provisiones que tenían en su inmenso monasterio. Fue después elegido arzobispo de Irlanda y cumplió perfectamente sus obligaciones. Se dedicó primero a arreglar los templos de modo que fueran lo más bellos posibles. Luego se esforzó para conseguir que todos los sacerdotes cumplieran bien sus deberes sacerdotales, y enseguida, se dedicó a repartir limosnas con gran generosidad. Cada día recibió hasta 60 menesterosos en la casa episcopal y él mismo les servía la comida.
Cuando los ejércitos de Inglaterra invadieron Irlanda, el arzobispo hizo lo posible por detener el saqueo de los invasores y la matanza que causaron. Al no lograrlo, se fue a Inglaterra a interceder ante el rey, que no le hizo caso. Entonces se decidió a seguir al rey que iba a Normandía para continuar intercediendo por su asolado país, pero a causa del agotamiento y el terrible frío, falleció al poco tiempo de haber llegado.
Su sacrificio, junto con el de muchos otros, ha logrado conservar la fe en Irlanda.
* Pidamos hoy al Señor la virtud de la Esperanza, para tener la seguridad de que Él nos dará los medios necesarios, ordinarios o extraordinarios, para salvarnos y llegar a gozar de su gloria y compañía.