Roma: una ciudad sin papa

Grandes conflictos provocados por la lucha del poder temporal, impedirían que los pontífices tomaran como sede la capital del cristianismo.

Beato Eugenio III (1145-1153)

 

Lucio II perdió la vida, luchando en plena calle, el 15 de febrero de 1145. Antes de que se hiciera de noche quedó elegido su sucesor: el abad del monasterio cisterciense de Roma: Bernardo Aganelle de Montemagno. Era antiguo discípulo de Bernardo de Claraval. Ahora bien, como recientemente había combatido las ideas de Arnaldo de Brescia -que en aquellos momentos era quien imponía la ley en Roma-, el nuevo papa habría cometido una temeridad quedándose en la ciudad.

 

Se marchó al instante y fue consagrado en Farfa el 18 de marzo. Luego, se instaló en Viterbo por dos años. Una breve tregua le permitió, sin embargo, hacia la Navidad de 1145, volver a Roma, donde lanzó la idea de una segunda cruzada. No se pudo quedar en la Urbe y tuvo que regresar a Viterbo, buscando luego refugio en Francia (1147), cerca de Luis VII, donde, ayudado por Bernardo de Claraval, se desvivió por predicar la cruzada. Un empeño que, al fracasar, se volvería contra él tornándole impopular. Aquel desengaño no le impidió, sin embargo, promover la reforma de la Iglesia mediante diversos sínodos importantes: el de París de 1147, de Tréveris en 1148 y los de Reims y Cremona.

 

En un intento de someter a los romanos se alió con Rogerio II de Sicilia, pero fue en vano. Probó entonces a contemporizar con ellos. Las conversaciones permitieron un cierto acuerdo que incluso hizo posible su regreso a Roma en 1149, mas tampoco en esta ocasión pudo quedarse allí, objetivo que no alcanzaría hasta el año 1152 apoyado por Federico I Barbarroja, sucesor de Conrado III.

 

El 23 de marzo de 1153, por el tratado de Constanza, Barbarroja se comprometió a restablecer el orden en los Estados de la Iglesia. Para demostrarle su gratitud, el papa le propuso consagrarlo emperador. Pero no hubo lugar. Eugenio murió el 8 de julio de 1153 en Tívoli, antes de que Federico Barbarroja llegara a Roma.

 

Ocupó la silla de Pedro, mas nunca dejó de ser el monje humilde de Claraval. Pío IX reconoció oficialmente sus virtudes y le declaró beato en el año 1872.

 

Anastasio IV (1153-1154)

 

El 12 de julio de 1153, un romano, Conrado della Suburra, cardenal-obispo de Santa-Sabina, sucedió a Eugenio III con el nombre de Anastasio IV. Estuvo en Roma como vicario de Inocencio II durante los nueve años del cisma y tuvo oportunidad de demostrar su habilidad como mediador, su espíritu caritativo y conciliador. Pero al ser elevado al solio pontificio, bien porque ya estuviera muy cansado, bien por los desengaños acumulados a lo largo de su vida, procuró no crearse problemas; durante sus dieciocho meses de pontificado se propuso complacer a todo el mundo.

 

Falleció en Roma el 3 de diciembre de 1154. Su sucesor sería mucho menos cómodo.

 

Adriano IV (1154.1159)

 

El 4 de diciembre de 1154, Roma tenía un nuevo papa, Nicolás Breakspeare, inglés de origen. Acababa de cumplir cuarenta años, lejos pues de la bondadosa senectud de Anastasio IV. Roma, los normandos y el emperador, unos tras otros, iban a poner a prueba su capacidad de decisión.

 

Su vida no había sido precisamente un camino de rosas: su padre, un clérigo, había tenido el gesto singular de sustraerse a las responsabilidades de la paternidad refugiándose en la paz de un convento.

 

El pequeño Nicolás, al verse abandonado, no tuvo más remedio que pedir limosna hasta que, ya adolescente, pasó el canal y se colocó como criado en el monasterio de San Rufo, cerca de Arlés. De criado se convirtió en religioso, de religioso en prior y de prior en abad… aunque los que lo eligieron en 1137 para esa función se arrepintieron pronto de haberío hecho.

 

El antiguo criadito se dispuso a realizar una reforma seria de su comunidad. En varias ocasiones llegaron a Roma cartas que pretendían manchar la reputación del joven abad, pero el papa Inocencio II no se dejó engañar. Efectivamente, mandó llamar al acusado… pero para consagrarlo cardenal-obispo de Ostia y nombrarle legado pontificio, abriendo así a su celo reformador un campo de acción más a su medida: el conjunto de los países escandinavos. No se le podía preparar mejor para dirigir la Iglesia. Al convertirse en Adriano IV, Nicolás Breakspeare hizo suyas las concepciones de san Gregorio Vll y se aplicó por entero a fortalecer y ampliar el poder espiritual y temporal del papado.

 

Comenzó por Roma y no se anduvo con contemplaciones. Acababa de ser asesinado un cardenal, en plena calle, por un grupo de sediciosos. Adriano lanzó un entredicho sobre la capital del orbe cristiano. Una vez restablecida la calma, consideró llegado el momento de coronar emperador a Federico Barbarroja. La ceremonia, celebrada el 18 e junio de 1155, desencadenó nuevos disturbios: Barbarroja salió de la ciudad llevándose con él al papa y a los cardenales. Poco después, sus hombres lograron apoderarse del instigador de los motines, el ardiente predicador Amaldo de Brescia. El emperador se lo entregó al prefecto de la ciudad y éste le condenó a morir en el cadalso, quemando luego su cadáver y echando sus cenizas al río Tíber.

 

Sometida Roma, Adriano se ocupó de los normandos. Su reino de Sicilia y del sur de Italia constituía una amenaza para los Estados de la Iglesia. En 1156 el papa concluyó con Guillermo I, hijo de Rogerio Il, el tratado de Benevento, que garantizaba al papado la seguridad de sus fronteras meridionales.

 

Este acuerdo entre Adriano y los normandos le indispuso con el emperador. En realidad, nunca hubo unas relaciones claras y cordiales entre el monarca alemán y el sucesor de Pedro. Poseía aquél una enorme personalidad y era un hombre de Estado de excepcional categoría que luchaba decididamente por restaurar todos los derechos y privilegios de su corona. Su imperialismo tenía que chocar necesariamente con un papa imbuido de antiguas pretensiones gregorianas por un dominio universal.

 

La famosa guerra entre el Papado y el Imperio estaba a punto de estallar. El primer chispazo saltó en 1158, cuando, en la dieta de los Campos de Roncaglia, el emperador reivindicó sus derechos sobre las ciudades lombardas y comenzó por apoderarse de Milán. Adriano decidió excomulgar a Barbarroja, pero no le dio tiempo: la muerte le sorprendió en Anagni el 1 de septiembre de 1159.

 

La desaparición de Adriano IV abría la puerta a un nuevo cisma. Su sucesor, Alejandro III, tendría que enfrentarse durante los veintidós años de su pontificado a cuatro antipapas sucesivos.

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Un comentario

  1. La historia de los papas solo llega a Adriano IV, saben donde se encuentra el resto de este documento.Gracias.

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