Este es el relato, muy sucintamente expuesto, escrito en lengua náhuatl en tiempos en que aún vivía Hernán Cortés. La explosión devota que desde los primeros tiempos de la pacificación de México se produjo fue tan inusitada, y las peregrinaciones espontáneas de indios que acudían de todas partes a rendir culto a la imagen tan notables, que incluso se ocupa de ello Berna Díaz del Castillo en su magna crónica de la conquista de Nueva España.Y llegamos a nuestros días –o mejor, a nuestro siglo-, en que se forma una Comisión de estudios para investigar no pocos fenómenos inexplicables de la famosa tilma de Juan Diego.En primer lugar llama la atención de los expertos textiles la singular conservación del basto tejido. Hoy día está protegido por cristales. Pero durante siglos estuvo expuesto a la buena de Dios, a la topa tolondra, a los rigores del calor, del polvo y la humedad sin que se deshilachase ni se enturbiase su rara policromía.La materia física sobre la que la imagen quedó estampada es una urdimbre hecha con fibra de ayate de la especie mexicana «agave potule zacc» que se descompone por putrefacción a los veinte años, aproximadamente, como se ha probado con varias reproducciones hechas de propósito. Mientras que la túnica del contemporáneo de Cortés lleva cuatrocientos cincuenta años sin desgarrarse ni descomponerse, y por causas ininteligibles para dichos expertos es refractaria a la humedad y al polvo.
Se atribuyó esta virtud a la clase de pintura que cubre a la tela y que muy bien podría actuar como poderosa materia protectora y, en consecuencia, se remitió una muestra para que la analizase al sabio alemán y premio Nobel de Química Richard Kuhn. Su respuesta dejó atónitos a los consultantes. Los colorantes de la imagen guadalupana -respondió el científico germano- no pertenecen al reino vegetal, ni al mineral ni el animal.
Se pensó que, tal vez, la tela estuvo tratada por un procedimiento especial. Las grandes pinturas de la antigüedad han podido llegar hasta nosotros por estar los lienzos (o los paramentos de los «frescos») previamente «preparados», cubiertos de una cola o estuco determinados. ¿De qué rara consistencia sería esta preparación para que la pintura pudiera adherirse y conservarse incólume sobre la materia, como es el ayate, tan frágil y perecedera?Se encomendó a dos estudiosos norteamericanos (el doctor Callahan, del equipo científico de la NASA; y el profesor Jody, Smith, catedrático de Filosofía de la Ciencia en el Pensacolla College) que sometiesen la imagen guadalupana al análisis fotográfico con rayos infrarrojos. Y sus conclusiones fueron las siguientes:Primera. El ayate -tela rala de hilo de magüey- carece de preparación alguna, lo que hace inexplicable a la luz de los conocimientos humanos que los colorantes impregnen y se conserven en una fibra tan inadecuada.Segunda. No hay esbozos previos como los descubiertos por el mismo procedimiento en los cuadros de Velázquez, Rubens, El Greco y Tiziano. La imagen fue -pintada- directamente, tal cual se la ve, sin tanteos ni rectificaciones.
Tercera. No hay pinceladas. La técnica empleada es desconocida en la historia de la pintura. Es inusual, incomprensible e irrepetible.
Paralelamente a esto, un conocido oculista, de apellido hispano-francés, Torija Lauvoignet, examinó con un oftalmoscopio de alta potencia la pupila de la imagen y observó maravillado que en el iris se veía reflejada una mínima figura que parecía el busto de un hombre. Y éste fue el antecedente inmediato para promover la investigación que paso a explicar: la «digitalización» de los ojos de la Virgen de Guadalupe.
Es sabido que en la córnea del ojo humano se refleja lo que se está viendo al instante. El doctor Asta Tonsmann hizo fotografiar (sin él estar presente) los ojos de una hija suya y utilizando el procedimiento denominado «proceso de digitalizar imágenes» pudo averiguar, sin más, todo cuanto vela su hija en el momento de ser fotografiada. Este mismo científico, cuya profesión actual es la de captar las imágenes de la Tierra transmitidas desde el espacio por los satélites artificiales, digitalizó el año pasado la imagen guadalupana y los resultados empiezan ahora a ser conocidos.El procedimiento consiste en dividir la imagen en cuadrículas microscópicas hasta el punto de que en una superficie de un milímetro cuadrado caben veintisiete mil setecientos setenta y ocho ínfimos, mínimos, cuadraditos. Una vez hecho esto, cada mini-cuadrícula puede ampliarse, multiplicándola por dos mil, permitiendo la observación de detalles imposibles de ser captados a simple vista. Y los detalles que se observaron en el Iris de la imagen guadalupana son: un indio en el acto de desplegar su tilma ante un franciscano; al propio franciscano en cuyo rostro se ve deslizarse una lágrima; un paisano muy joven, la mano puesta sobre la barba con ademán de consternación; un indio con el torso desnudo en actitud casi orante; una mujer de pelo crespo, probablemente una negra de la servidumbre del obispo; un varón, una mujer y unos niños con la cabeza medio rapada y otros religiosos más en hábito franciscano, es decir… ¡el mismo episodio relatado en náhuatl por un escritor indígena anónimo en la primera mitad del siglo XVI y editado en náhuatl y en español por Lasso de la Vega en 1649, a que antes hice referencia! Actualmente se están haciendo estudios iconográficos para comparar estas figuras con los retratos conocidos del Arzobispo Zumárraga y de gentes de su tiempo o de su entorno. Lo que es radicalmente imposible es que en un espacio tan pequeño como la córnea de un ojo, situada en una imagen de tamaño aproximado al natural, un miniaturista haya podido pintar lo que ha sido necesario ampliar en dos mil veces para poderío advertir.
El abogado y profesor Luis Fernández Hernández, antiguo colaborador en España de la Editorial Católica, me ha pedido que prologue un libro suyo escrito con motivo del 450 aniversario de los misteriosos sucesos del cerro de Tepeyac, que tuvieron como protagonista al indio Juan Diego, recién cristianizado, y al Obispo español Fray Juan de Zumárraga. De este libro, de próxima aparición, he tomado los datos que anteceden. «¡Inexplicable!», exclamaron los miembros de la Comisión de Estudios cuando conocieron el veredicto del sabio alemán Richard Kuhn de que la policromía de la imagen guadalupana no procedía de colorantes minerales, vegetales o animales. «¡Inexplicable!», declararon por escrito los norteamericanos Smith y Callahan al ver por los rayos infrarrojos que la «pintura» carecía de pinceladas, y el miserable ayate de la tilma de Juan Diego de toda preparación. Y el doctor Aste Tonsmann, al referir en numerosas conferencias el hallazgo de figuras humanas de tamaño infinitesimal en el iris de la Virgen, no se harta de repetir: «¡Inexplicable! ¡Radicalmente inexplicable!».TORCUATO LUCA DE TENADe la Real Academia Española
Diario «ABC», Madrid