Juan 21, 1-8
Autor: Pablo Cardona
«Después se apareció de nuevo Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomas, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús. Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ciñó la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces.» (Juan 21, 1-8)
1º. Jesús, los apóstoles te obedecen y vuelven a Galilea en espera de verte allí.
Mientras, aprovechan para hacer lo que saben hacer: pescar. Y vuelve a suceder lo que ocurrió en la anterior pesca milagrosa, cuando llamaste a los primeros discípulos para que fueran pescadores de hombres y ellos lo dejaron todo para seguirte.
Ahora, después de resucitado, es como una segunda llamada. Esta vez serán ellos los que tengan que predicar, y llevar el peso de las contradicciones, las persecuciones, los azotes y hasta su propia muerte.
Jesús, Tú no les abandonas: estás siempre cerca, en la orilla, para bendecir con fruto abundante el trabajo de tus apóstoles.
Jesús, hoy me vuelves a enseñar que el fruto apostólico no es proporcional al esfuerzo humano -«aquella noche no pescaron nada»-, sino que depende de la obediencia a tus mandatos:«echad la red a la derecha.»
Porque «Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia» «San Juan Crisóstomo.
Ayúdame, Jesús, a obedecerte en aquellos planes apostólicos que me sugieres a través de la oración o de la dirección espiritual.
2º. «Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a El: y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana! (…). Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque El es quien dirige la pesca.
«Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor». El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!
«Simón Pedro apenas oyó es el Señor vistiose la túnica y se echó al mar». Pedro es la fe. Y se lanza al mar lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros? (Amigos de Dios, 265-266).
Jesús, a veces me falta el amor de Juan para verte en el trabajo, para tratarte en la oración y en la Comunión, para servirte en los que me rodean.
Necesito toda la pureza y toda la ternura del apóstol adolescente, a quien amabas tanto.
Por mi parte, he de intentar tener el corazón limpio a través de la Confesión frecuente y luchando por vivir las virtudes cristianas.
También te pido la fe de Pedro, para lanzarme de cabeza a todo lo que me pidas, y no quedarme en mi barca: en mis cosas, en mi comodidad, en el éxito de una pesca profesional que es tuya, y que sólo vale la pena si sirve para ponerla a tus pies.
Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?
Jesús, si me fío de Ti, si obedezco, si busco únicamente tu gloria, si me esfuerzo por amarte con fortaleza y con piedad, Tú llenarás de fruto mi barca de apóstol, pues todo es posible cuando Tú diriges la pesca.