Parece que Dios es lejano y que poco podemos hacer para acercarnos a él. Esta apariencia se desvanece cuando sabemos cómo estar en la presencia de Dios a través de las acciones diarias.
Los cristianos pretendemos vivir constantemente al lado de Dios. Buscamos su presencia y tratamos de dar testimonio de él con nuestras vidas. Muchos cristianos a lo largo del tiempo han sabido buscar a Dios en lo pequeño, y sin embrago, muchos de estos cristianos llegaron a ser grandes santos, tanto famosos como desconocidos.
Es probable que muchos cristianos se desanimen de la vida de esfuerzo que implica el cristianismo cuando vean los actos maravillosos o milagrosos de las vidas de algunos santos. Aquellos cristianos podrían preguntarse: ¿por qué yo no tengo la capacidad de estar tan cerca de Dios como la tuvieron santos tan llenos de maravillas?
Ante esto podríamos decir que no es necesario hacer maravillas para ser un cristiano bueno, sino que basta buscar la presencia de Dios en las acciones comunes y ordinarias de la vida diaria.
Pequeños detalles
El ofrecimiento de la vida
Una de las mejores maneras de acercarse a Dios es ofrecerle la vida y cada uno de los días que vivimos. Para ello podemos hacer de nosotros mismos una ofrenda viva que tenga una acción de cambio para el bien en el mundo. Cada día podemos ofrecer nuestro trabajo para que el mundo conozca a Dios y se acerque a Él. Igualmente podemos ofrecer cada día lo que nos gusta y también lo que nos disgusta.
Se puede decir que con el ofrecimiento de su vida y sus obras, los hombres pueden colaborar con la acción salvadora de Dios en el mundo, siendo reflejos e imágenes fieles de la Trinidad, a fin de mostrar que Dios ama a los hombres, y por tanto, desea que sean felices y buenos.
La oración diaria
Parte fundamental de la vida del cristiano es la oración diaria. Jesús practicó la oración de manera constante y enseñó a sus apóstoles a perfeccionarse en ella y no desesperar, sino a perseverar en los ruegos al Padre Celestial.
La oración es un acercamiento a Dios desde la intimidad del corazón humano. En ella podemos pedir auxilio, dar gracias, pedir perdón, ofrecer nuestras acciones y alabar la Gloria de Dios.
Con la oración nos acercamos especialmente a Dios, pues ella es un fuerte instrumento para ejercitar nuestra voluntad a cumplir los mandamientos de Dios para nuestro bien. La oración es una fuente de fuerza espiritual. Con ella podemos invocar la acción del Espíritu Santo, fuente de toda sabiduría y conocimiento.
Podemos hacer oración casi en cualquier lugar: mientras trabajamos, descansamos, caminamos o meditamos. De hecho, el trabajo puede convertirse en oración si lo hacemos con devoción y esfuerzo. Recordar constantemente a Dios y pedir su protección, amparo, guía y fortaleza es también una manera de orar.
Podemos orar de muchos modos: con la Liturgia de la Horas o con el Santo Rosario, aunque también podemos usar las jaculatorias, que son pequeñas oraciones que podemos decir constantemente a lo largo del día, a fin de recordar e invocar siempre a Dios.
Otra manera de orar es bendecir los alimentos en cada comida. Con esto damos gracias a Dios por su bondad y nos disponemos a compartir nuestros bienes con quienes lo necesitan para sobrevivir.
Las pequeñas buenas acciones
Parece que hacer el bien es difícil, y parece que de poco sirve si nuestras acciones son pequeñas y no tienen mucha resonancia. Sin embargo una de las acciones que más podemos gozar en cierto sentido es la de hacer el bien sólo por Dios. Dios es el Padre Óptimo, por lo que nos podemos acercar y parecer a Él si hacemos el bien.
“Jesús pasó haciendo el bien en la tierra” (Hch. 10, 34-38) y nosotros nos podemos parecer a Jesús en la práctica del bien. De este modo nos podemos acercar al Padre, imitando las accione de su Hijo para poder ser también nosotros hijos en el Hijo Jesús.
El sufrimiento y la mortificación
El sufrimiento es una realidad difícil de entender, sin embargo puede ser ofrecida a Dios para encontrar sentido en Él. No olvidemos que Jesús, siendo Dios, quiso sufrir una muerte de cruz para redimir a los hombres y llevarlos de vuelta al Padre. Con su cruz, Jesús nos ha enseñado que Dios también nos acompaña en el sufrimiento y sabe qué penas, dolores y pesares hay en esto.
El sufrimiento puede ser camino de santificación, y si el sufrimiento es voluntario, como en la mortificación, podemos enseñar a nuestro cuerpo a resistir el rigor de este mundo para tener siempre en claro que la felicidad última no la encontramos en el mundo, sino en Dios.
Por Gabriel Gonzáles Nares
Me parece interesante tu artículo, pero en cuanto a la mortificación Dios no quiere sacrificios.