Juan 1, 47-51
Autor: Pablo Cardona
«Vio Jesús a Natanael que venía y dijo de él: He aquí un verdadero israelita en quien no hay doblez. Le contestó Natanael: ¿De qué me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas en la higuera, yo te vi. Respondió Natanael: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Contestó Jesús: ¿Porque te he dicho que te vi bajo la higuera crees? Cosas mayores verás. Y añadió: En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar en torno al Hijo del Hombre.» (Juan 1, 47-51)
1º. Jesús, hoy considero la llamada de dos nuevos apóstoles: Felipe y Natanael (también conocido como Bartolomé).
Al primero lo llamas directamente: «Sígueme».
Pero para llamar al segundo, cuentas con la ayuda de Felipe, su amigo, para que te lo traiga.
Este es un claro ejemplo de apostolado cristiano.
Felipe tenía la necesidad de comunicar a su amigo la alegría de haberte encontrado.
Del mismo modo, si realmente te encuentro, Jesús, es natural que intente llevarte a mis amigos para que también ellos te encuentren.
Pero he de empezar por encontrarte de verdad, porque «sin una vida interior sólida, sin una auténtica unión con Jesucristo, sin piedad verdadera, no se puede ser apóstol» (San Pío X).
También era natural la fría acogida del amigo.
Natanael no cree en un principio el mensaje de Felipe.
Es lógico, porque Natanael aún no te conocía.
Cuando hablo de Ti a mis amigos, a veces recibo la misma respuesta de escepticismo.
Es la hora de decir, como Felipe: «ven y verás»; y llevar al amigo a los sacramentos o a hablar con un sacerdote.
Y, aunque no venga convencido, como no lo estaba Natanael cuando fue a verte llevado por Felipe, si es amigo, vendrá por amistad.
Y, cuando se encuentre cara a cara contigo, podrá decir también: «Tú eres el Hijo de Dios.»
2º. Mientras hablábamos, afirmaba que prefería no salir nunca del chamizo donde vivía, porque le gustaba más contar las vigas de «su» cuadra que las estrellas del cielo.
-Así son muchos, incapaces de prescindir de sus pequeñas cosas, para levantar los ojos al cielo: ¡ya es hora de que adquieran una visión de más altura! (Surco.-116).
«¿Porque te he dicho que te vi bajo la higuera crees? Cosas mayores verás».
Jesús, a veces tengo una visión pequeñita, encogida, ridícula de lo que es ser cristiano.
Y me quedo en mis cositas sin importancia: en mis preocupaciones de aquí abajo.
Me paso el tiempo comparando marcas de ropa, escuchando el último disco de mi grupo favorito, probando unos nuevos videojuegos, etc.
No es que esté mal, Señor, pero a veces me quedo sólo en eso, en «la higuera», y no miro más allá.
Ayúdame a «levantar los ojos al cielo» para poder ver «el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar en torno al Hijo del Hombre.»
Jesús, al hablar contigo, mis ideales se ensanchan.
No me conformo ya con «ir tirando»; sacar aprobadillos para no tener que estudiar en verano; llegar cuanto antes al fin de semana para salir; tener una moto más potente que la de mis amigos: ir a la mía.
Necesito ser útil: servir a los demás; hacer las cosas lo mejor posible por amor a Ti; entregarme más al ideal cristiano de la santidad; hacer lo posible para que el mundo te conozca mejor, y sepa que has nacido y has muerto por nosotros, por amor.