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Martes. Segunda Semana de Adviento

Mateo 18, 12-14

Autor: Pablo Cardona

«¿Qué os parece? Si a un hombre que tiene cien ovejas se le pierde una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte e irá a buscar la que se ha perdido? Y si llega a encontrarla, os aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se habían perdido. Del mismo modo, no es voluntad de vuestro Padre que está en los Cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños». (Mateo 18, 12-14)

1º. Jesús, vas a nacer en Belén como un hombre más.

¿Por qué?

Porque te quieres acercar más a los hombres, que te habíamos abandonado por el pecado original y nuestros pecados personales.

Has venido a salvamos, a darnos los medios necesarios -los sacramentos- para que ya nunca más nos perdamos.

Sin embargo, te vuelvo a perder algunas veces.

Y entonces Tú vuelves a buscarme, sin cansarte nunca de mí.

Señor, que yo tampoco me canse nunca de volver a Ti.

Sé que te doy una gran alegría cuando me confieso, cuando te pido perdón.

También sé que Tú prefieres que no me pierda, que me mantenga a tu lado, en gracia, en tu rebaño.

La alegría de volver es grande porque grande había sido el disgusto al separarme.

Jesús, no quiero darte más disgustos.

Ayúdame a poner los medios que sean necesarios para no decirte más que no.

Enséñame a poner la lucha lejos de las grandes tentaciones: en pequeños vencimientos, en la sobriedad en las comidas, en la guarda de la vista, en el aprovechamiento del tiempo sin ceder terreno a la comodidad.

«El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión…» (San Agustín).

Jesús, quiero tener cada vez «la piel más fina»; una mayor sensibilidad ante el pecado, hasta el punto de que reaccione ante cualquier pequeña falta consentida, pidiéndote rápidamente perdón.

Que aprenda a descubrir aquellas cosas que debería haber hecho mejor, o que Tú esperabas que hiciera y no he hecho.

Que me duela no haber cumplido un pequeño propósito, o haber estado despistado en Misa, o no haberme adelantado a tener un detalle de servicio, o haber puesto mala cara cuando me han encargado algo.

 

2º. «Usted me dijo que se puede llegar a ser “otro” San Agustín, después de mi pasado. No lo dudo, y hoy más que ayer quiero tratar de comprobarlo».

Pero has de cortar valientemente y de raíz, como el santo obispo de Hipona» (Surco.- 838).

San Agustín había tenido una juventud alejada del verdadero Dios, y buscaba la felicidad en los placeres de la tierra.

Pero, gracias a las oraciones de su madre y a su decisión firme y resuelta por buscar a Dios, abandonó su vida anterior y llegó a ser obispo, Doctor de la Iglesia y santo.

Sí, Jesús, yo también puedo ser otro San Agustín, y es lo que me estás pidiendo hoy.

Que me decida a cortar con todo aquello que me aleja de Ti: esos lugares, esos programas, esa gente.

Señor, ayúdame a ser valiente, a decir que no a todo lo que me hunde en el pecado, dejándome el regusto de la infelicidad.

Que sepa darle la vuelta a esas situaciones con visión positiva arrastrando a mis amigos a ambientes más sanos, más limpios.

«No es voluntad de vuestro Padre que está en los Cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños»

Jesús, ¿qué puedo hacer yo si el ambiente está como está, si la gente no tiene formación, si…?

No tengo excusa, al menos, para dar un tono cristiano al ambiente que me rodea: mi familia, mis amigos, mis compañeros de estudio o trabajo.

Tengo que imitarte también en el papel del Buen Pastor: ir a buscar a la oveja perdida; encomendar a aquel amigo que no va bien; buscar el momento oportuno para hablar con él o para presentarle a alguien que le pueda dar un buen consejo.

Jesús, tu voluntad es que no se pierda nadie, porque te preocupan las almas.

Que también a mi me preocupen las almas: todas las almas pero, más en concreto, las almas de los que viven a mi lado.

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