Lucas 11, 37-41
Autor: Pablo Cardona
«Cuando terminó de hablar, cierto fariseo le rogó que comiera en su casa. Habiendo entrado, se puso a la mesa. El fariseo se quedó extrañado al ver que Jesús no se había lavado antes de la comida. Pero el Señor le dijo: «Así que vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de rapiña y maldad. ¡Insensatos!, ¿acaso quien hizo lo defuera no ha hecho también lo de dentro? Dad, más bien, limosna de lo que guardáis dentro y así todo quedará purificado para vosotros».(Lucas 11, 37-41)
1º. Jesús, te quejas de que algunos fariseos cuiden tanto el cumplimiento externo de la ley, a la vez que por dentro no luchan por erradicar sus defectos e impurezas.
Este cumplimiento se convierte en un «cumplo y miento», en una hipocresía que, por estar revestida de bien, hace un gran daño al prójimo.
La hipocresía es el peor ejemplo: escandaliza a los que tratan de vivir la ley de Dios y aparta a los que podrían llegar a conocerla.
Jesús, yo también tengo el peligro de vivir hipócritamente mi vida cristiana, especialmente cuando asisto a la Santa Misa.
Cuando voy a Misa y comulgo, de alguna manera te estoy invitando a entrar en mi casa, en mi vida.
La misma participación en la Misa, tiene un elemento de cena.
«Dichosos los invitados a la cena del Señor».
«La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros» (C. I. C.-1382).
En cada Misa, Jesús, tengo la oportunidad de hablar contigo, de unirme a Ti con una intimidad especial.
¿Cómo aprovecho la Misa?
¿Me quedo en los rituales externos como si fuera lo único importante, o realmente busco esa unión personal contigo para que me limpies, para que me ayudes, para que me llenes de un amor que se manifieste en obras?
2º. «Hay una urbanidad de la piedad. -Apréndela. -Dan pena esos hombres «piadosos», que no saben asistir a Misa -aunque la oigan a diario-, ni santiguarse -hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación-, ni hincar la rodilla ante el Sagrario -sus genuflexiones ridículas parecen una burla, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora» (Camino.-541).
Jesús, al recordarme que lo importante es la actitud interior, no niegas la importancia de los actos externos, sino que me previenes ante el peligro de quedarme en lo superficial, sin entender el sentido profundo de esas devociones.
La Misa, por ejemplo, está llena de gestos externos: hacer la señal de la cruz; ponerse de pie en la lectura del Evangelio o de rodillas ante el misterio de la consagración; darse la paz antes de la comunión; etc….
¿Me quedo en los actos externos, o les doy el significado profundo que tienen?
Jesús, ¿cómo cuido la urbanidad de la piedad?
La urbanidad de la piedad consiste en cuidar lo mejor posible estos detalles externos, no por rigidez mental y menos por hipocresía-, sino por amor, por el significado que tienen.
Uno de estos detalles es la genuflexión ante el sagrario: doblar la rodilla al pasar por el lugar donde se reserva la Eucaristía, a la vez que, por dentro, hago un acto de adoración, como por ejemplo: decir interiormente «te adoro con devoción, Dios escondido».
Otro detalle de urbanidad en la piedad es cuidar el vestido cuando voy a Misa.
Si la Misa es un encuentro tan íntimo contigo -que eres la personalidad más importante de este mundo- no puedo ir como si fuera a la playa.
Otro detalle: rezar las oraciones de la Misa con pausa y atención, poniendo la cabeza en lo que digo, en vez de contestar como si fuera un disco rayado.
Jesús, ayúdame a cuidar estos detalles externos poniendo la cabeza y el corazón.
De este modo no caeré en la hipocresía, sino que crecerá cada vez más mi amor a Ti.