Lucas 10, 25-37
Autor: Pablo Cardona
«Entonces un doctor de la ley se levantó y dijo para tentarle: «Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?». El le contestó: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Y éste le respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo». Y le dijo: «Has respondido bien: haz esto y vivirás». Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Entonces Jesús, tomando la palabra dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de haberle despojado, le cubrieron de heridas y se marcharon, dejándole medio muerto. Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote; y viéndole pasó de largo. Asimismo, un levita, llegando cerca de aquel lugar, lo vio y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de camino llegó hasta él y al verlo se movió a compasión, y acercándose vendó sus heridas echando en ellas aceite y vino, lo hizo subir sobre su propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él mismo lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta». ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los salteadores?». Él le dúo: «El que tuvo misericordia con él». Díjole entonces Jesús: «Vete y haz tú lo mismo». (Lucas 10, 25-37)
1º. Jesús, tu respuesta al doctor de la ley es clara: he de amar a Dios con toda mi alma con todas mis fuerzas y con toda mi mente, y al prójimo como a mí mismo.
«Haz estoy vivirás», me repites ahora.
Pero ¿cómo puedo amar a Dios sobre todas las cosas? Y «¿quién es mi prójimo?»
Porque, a veces, me quedo en la teoría o en el sentimiento, y no me esfuerzo en cumplir estos dos mandamientos de los cuales, como dices en otra ocasión, «penden toda la ley y los profetas» (Mateo 22,40).
«Si nosotros pues deseamos agradar enteramente al corazón de Dios, procuremos no solamente conformarnos en todo a su santa voluntad, sino aún más, uniformarnos a ella, si se me permite hablar así. La palabra «conformar» quiere decir que nosotros unimos nuestra voluntad a la de Dios, pero «uniformar» significa más, que de dos voluntades hacemos una, de tal manera que solamente queremos lo que Dios quiere, que solamente permanece la voluntad de Dios y que ella es la nuestra» (San Alfonso María de Liborio).
Jesús, amarte con toda mi alma, con todas mis fuerzas y con toda mi mente, no significa sentir una atracción sensible -como la que puede darse entre dos novios-, sino identificarme con tu voluntad hasta en los detalles más pequeños: querer siempre lo que Tú quieras.
Por eso, he de preguntarte muchas veces: ¿qué quieres Señor de mí? ¿Cómo quieres que haga este trabajo o que enfoque aquel problema?
2º. «Cumples un plan de vida exigente: madrugas, haces oración, frecuentas los Sacramentos, trabajas o estudias mucho, eres sobrio, te mortificas…, ¡pero notas que te falta algo!
Lleva tu diálogo con Dios esta consideración: como la santidad -la lucha para alcanzarla- es la plenitud de la caridad, has de revisar tu amor a Dios y, por El, a los demás. Quizás descubrirás entonces, escondidos en tu alma, grandes defectos, contra los que ni siquiera luchabas: no eres buen hijo, buen hermano, buen compañero, buen amigo, buen colega; y, como amas desordenadamente «tu santidad», eres envidioso. Te «sacrificas» en muchos detalles «personales»: por eso estás apegado a tu yo, a tu persona y, en el fondo, no vives para Dios ni para los demás: sólo para ti» (Surco.-739).
Jesús, si mi amor a Ti no tiene consecuencias reales y concretas en el servicio a los que me rodean, aunque haga oración y frecuente los sacramentos, aún me falta algo.
Por un lado, no muy lejos de mi camino -de mis circunstancias familiares, sociales y profesionales-, hay gente que está necesitada: marginados, enfermos, gente mayor o sin trabajo.
Y sobre todo, Jesús, si realmente te quiero, sabré descubrir en mi propio camino -entre los que me rodean- gente que necesita de mi ayuda: un consejo, un rato de compañía, una sonrisa, etc.
Ayúdame, Jesús, a descubrir oportunidades para servir a los demás.
Sólo así estaré avanzando en mi camino de santidad, que es la plenitud de la caridad.