Juan 1, 29-34
Autor: Pablo Cardona
«Al día siguiente vio a Jesús venir hacia él y dijo: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es de quien yo dije: Después de mí viene un hombre que ha sido antepuesto a mí, porque existía antes que yo. Yo no le conocía, pero ha venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo: He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo. Y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios». (Juan 1, 29-34)
1º. Jesús, hoy Juan el Bautista te llama «el Cordero de Dios».
Este nombre había sido utilizado varias veces en el Antiguo Testamento, y todo buen judío sabía lo que significaba: el Cordero de Dios era el Mesías, el Salvador, que debía ser sacrificado por el pueblo para el perdón de los pecados; como el cordero pascual que sacrificaron los israelitas en Egipto y cuya sangre salvó a sus primogénitos del exterminio del ángel.
El pecado original rompió la unión entre Dios y los hombres.
Pero Tú prometiste un Salvador y los profetas lo habían ido anunciando.
Como la falta primera era infinita -porque infinito era el valor del ofendido-, se requería un rescate infinito.
Pero, a la vez, debía ser un hombre quien pagara el rescate en nombre de toda la humanidad.
Jesús, Tú eres «el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes, y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua» (C. I. C.-608).
Eres «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
Con tu vida, que es vida de hombre y vida de Dios, y con tu muerte, que es un sacrificio de valor infinito, has vuelto a acercarme a Dios.
Que me dé cuenta de la maldad del pecado, pues por cada uno de ellos has muerto en la cruz.
Que valore estar en gracia, pues para que pudiera vivir vida sobrenatural -vida de hijo de Dios- has entregado tu vida.
2º. «Jesús se quedó en la Eucaristía por amor.., por ti.
-Se quedó, sabiendo cómo le recibirían los hombres… y cómo lo recibes tú.
Se quedó, para que le comas, para que le visites y le cuentes tus cosas y tratándolo en la oración junto al Sagrario y en la recepción del Sacramento, te enamores más cada día, y hagas que otras almas -¡muchas!- sigan igual camino.» (Forja.-887).
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del inundo; dichosos los llamados a la cena del Señor.
Con estas palabras me dispongo a recibir la comunión.
Jesús, estás ahí en la Eucaristía.
Te has quedado por mí, para que te cuente mis cosas en la oración, estando física o mentalmente junto al sagrario.
Estás ahí para que te reciba en la comunión y así pueda ir enamorándome cada día más de Ti.
De este modo, como Juan, podré dar «testimonio de que Tú eres el Hijo de Dios.»
Jesús, veo que podría irte a visitar muchas más veces pero que, por otro lado, Tú quieres que viva una vida normal, en medio de mi familia y mis amigos.
No se trata de estar cada vez más horas rezando, sino de ir aprendiendo a encontrarte en cada una de mis actividades profesionales y sociales.
Pero, para ello, necesito el alimento de la comunión frecuente, y el encuentro diario contigo en la oración.
Que con mi vida responsable, alegre y servicial pueda decir en cada momento: «he aquí el Cordero de Dios»; Jesús está aquí: en este rato de deporte en el que no me irrito con el que lo hace peor; en este viaje en el que aprovecho para rezar un rosario; en este rato de estudio que ofrezco por la persona e intenciones del Papa; en esta comida que bendigo al empezar y doy gracias al acabar; en esta tarde con mi familia en la que me desvivo en pequeños detalles y paso por alto las impertinencias de un hermano pequeño, etc.
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