Introducción a la lectura de la Biblia

Un documento introductorio a la lectura de la Biblia de gran valor para quienes buscan una guía, breve pero completa, sobre el origen de las Escrituras, el contexto histórico, contenido, posible orden de lectura, claves de interpretación.

La Biblia es un libro precioso, pues es la mismísima Palabra de Dios a los hombres; pero cuando se lee fuera del contexto histórico-teológico en el cual nació y sin tener en cuenta otros datos valiosos, puede convertirse en arma de doble filo, para propia condenación (ver 2 Pe 3,16). Aconsejamos descargar el documento e imprimirlo, para leerlo con más provecho y detenidamente.

«Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo» (San Jerónimo, s IV)


Introducción

Sin ninguna duda, en las últimas décadas se ha producido un gran despertar bíblico entre lo católicos. La lectura de la Biblia va dejando de ser algo reservado a nuestros hermanos de las otras Iglesias o grupos cristianos. Prueba de esto es la multiplicación de ediciones católicas de la Biblia en todos los idiomas y más concretamente en castellano. Además se multiplican los círculos y encuentros de iniciación y reflexión bíblica.

Se trata de un hecho sumamente positivo que tuvo su aval y su mejor estímulo en el Concilio Vaticano II concluido hace 25 años. ¡Cómo no va a ser positivo que se conozca en forma directa la Palabra que fundamenta y alimenta toda nuestra fe! Esa Palabra que, en buena parte -lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento -es leída y venerada también por los judíos.

Sin embargo, el entusiasmo inicial por la lectura de la Biblia se transforma no pocas veces en una especie de decepción. «Yo leo la Biblia pero no la entiendo»: esta es una expresión que suele estar en labios de personas muy sinceras y llenas de buena voluntad. Como consecuencia, a menudo se abandona aquella lectura.


La Biblia no es un libro fácil

Hay que reconocer que la Biblia no es un Libro fácil. No lo fue nunca y tampoco lo es ahora. En mayor o menor grado a todos nos pasa lo que le sucedió a aquel funcionario de la reina de Etiopía que volvía de Jerusalén leyendo al profeta Isaías: ¿Cómo lo Puedo entender, si Nadie me lo explica?».

Una traducción inteligible es muy importante y es lo que se ha intentado con la versión realizada en nuestro país, titulada «El Libro del Pueblo de Dios». Pero no basta. Necesitamos que nos inicien y nos guíen en la lectura de la Biblia. O sea, que nos hagan entrar en el mundo de la Biblia, que fue escrita -sobre todo el Antiguo Testamento- en épocas y ambientes tan distintos de los nuestros.

Entonces, ¿será la Biblia sólo para «iniciados»? Sí y no. No, si entendemos por «iniciados» a una minoría selecta con muchos conocimientos intelectuales. Sí, si nos referimos a una iniciación por lo menos elemental, semejante a la que se necesita para manejar un automóvil o desempeñarse en cualquier trabajo.

Finalidad última de su lectura

De todos modos no se trata de oponer una lectura «científica» de la Biblia a otra llamada «espiritual». Por supuesto, lo importante es en último término descubrir el mensaje siempre actual de la Biblia y su aplicación a nuestra vida: «¿Qué nos dice Dios aquí y ahora a través de esos viejos textos de otros tiempos y lugares?».

Precisamente, para lograr esto como es debido, no queriendo hacer decir a la Biblia lo que nosotros queremos que diga, se hace necesaria una suficiente iniciación. De lo contrario, los textos de la Sagrada Escritura pueden confundirnos y hasta desconcertarnos. Incluso, pueden llevarnos a conclusiones completamente gratuitas y fantasiosas, cuando no contrarias a la verdadera fe. Es lo que sucede con algunas sectas tan extendidas en todas partes.

A esta finalidad responde el presente folleto, que podrá servir de base tanto a la lectura personal de la Biblia cuanto a la que se realiza en forma grupal. Desde luego existen otros libros y escritos elaborados con el mismo fin. De ellos daremos una bibliografía que, sin duda, será de mucha utilidad. Es de esperar que todo esto nos ayude a «leer» los textos bíblicos para «vivir» la Palabra contenida dentro de ellos.

«El Concilio exhorta vehementemente a todos los fieles cristianos a que adquieran el «inapreciable conocimiento de Cristo Jesús», con la lectura frecuente de las divinas Escrituras» (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Revelación divina, 25).


Para leer y comentar

Lc. 11. 27-28 Hech. 8. 26-40

Heb. 4. 12 Sant. 1. 19-25

Para orar

«Conservo tu Palabra en mi corazón, para no pecar contra ti» Sal. 119. 11.

Palabra de Dios y Palabra de los hombres

Dios nos habla de muchas y muy diversas maneras. Lo hace a través de la naturaleza, de los acontecimientos y de nuestra conciencia. Pero su Palabra nos llega especialmente en los libros bíblicos. Ahí se conserva su Palabra escrita. Es la Palabra del Padre celestial, que «sale al encuentro de sus hijos y entabla conversación con ellos», según una feliz expresión del Concilio Vaticano II.

«Toda la Escritura está inspirada por Dios», nos enseña el Apóstol san Pablo. Y así lo reconocen numerosos textos de los mismos Libros Sagrados. De ahí el valor excepcional que siempre se les dio tanto en el Pueblo de Israel cuanto en la Iglesia de Jesucristo. Los Apóstoles basaron su predicación en los escritos del Antiguo testamento y el mismo Jesús confirmó sus enseñanzas.

«Palabra de Dios», se nos dice después de proclamarse los textos de la Biblia en las celebraciones litúrgicas. Y así debemos escucharlos y leerlos nosotros, «como lo que son realmente: como Palabra de Dios, que actúa en los que creen», según otra afirmación de san Pablo. Sólo esos textos tienen a Dios por autor principal, y ningún otro escrito, por bueno que sea, puede equipararse con ellos.

Libro de Dios, libro de hombres

Pero si bien la Biblia fue inspirada por Dios de una forma única y exclusiva, eso no significa que haya caído del cielo. A fuerza de repetir que ella contiene la Palabra de Dios, existe el riesgo de olvidar que fue escrita por hombres diferentes y a lo largo de muchos siglos. A la vez que un Libro «divino», la Biblia es un Libro «humano», El Espíritu Santo inspiró a los autores sagrados, pero no para que fueran simples taquígrafos de lo que El les dictaba. Al contrario, se valió le ellos como de instrumentos vivos y conscientes, respetando la personalidad de cada uno, el idioma que hablaban y su originalidad literaria. Por lo tanto, cada uno de ellos dejó en sus escritos un sello propio y un matiz particular.

De hecho, los Libros inspirados fueron compuestos originariamente en diversas lenguas. A saber, el hebreo, la lengua semita que los israelitas encontraron en la Tierra prometida; el arameo, que llegó a ser la lengua del pueblo; y el griego hablado comúnmente en la época de Jesús. En esta lengua se escribió todo el Nuevo Testamento y dos Libros del Antiguo. La mayor parte del Antiguo, en cambio, fue escrita en hebreo, y sólo unas pocas partes en arameo.

Un ejemplo puede aclarar esto. El que ejecuta una obra musical está condicionado por las características del instrumento utilizado. También Dios condicionó su Palabra a los que El eligió para escribirla. Una adecuada lectura de la Biblia exige que se tenga bien presente esta realidad sin que eso oscurezca el sello divino que está presente en cada una de sus páginas. La Biblia es Palabra de Dios «escrita» por los hombres y palabra de los hombres «inspirada» por Dios.

El Concilio Vaticano II lo expresa de una manera sumamente elocuente: «Las palabras de Dios, al ser expresadas por lenguas humanas, se hicieron semejantes a la manera humana de hablar, así como un día la Palabra del eterno Padre se hizo semejante a los hombres, asumiendo la carne de la debilidad humana» (Constitución sobre la Revelación divina, 13).

Por más que cueste comprenderlo, los cristianos aceptamos que, al hacerse hombre en Jesucristo, Dios se haya sometido a todas las limitaciones propias de la naturaleza humana. ¿Por qué no vamos a aceptar también que Dios se haya valido de las limitaciones e imperfecciones del lenguaje humano para transmitirnos su mensaje divino? En el fondo, se trata del misterio de la «humanidad» de Dios que quiso salvar a los hombres «poniéndose a su altura».

«La Iglesia siempre ha tenido y tiene las Sagradas Escrituras juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe, ya que, inspiradas por Dios y consignadas por escrito de una vez para siempre, ellas comunican inmutablemente la Palabra del mismo Dios». (Constitución sobre la Revelación divina, 21)

Para leer y comentar

1 Mac. 12. 9 Flp. 2. 5-11

2 Tim. 3. 14 – 4. 2 2 Ped. 1.19-21; 3. 15-16


Para orar

«Mi alegría está en tus preceptos, no me olvidaré de tu Palabra» Sal. 119. 16.


Jesucristo centro de toda la Escritura

Como todos sabemos y más adelante lo vamos a analizar mejor, para los cristianos, la Biblia consta de dos grandes partes, que llamamos el Antiguo y el Nuevo Testamento. Y también sabemos que la línea divisoria entre ambos es Jesucristo: con El, en efecto, se inicia el Nuevo Testamento. Sin duda es así, pero esto no significa que Jesús no tiene mucho que ver con el Antiguo o que está al margen de él.

Pensar de esta manera -como sucede a veces inconscientemente- sería un gravísimo error.

La Biblia es una sola. Es como una planta que hunde sus raíces en el Antiguo Testamento y florece en el Nuevo. Y las dos partes que la componen encuentran su unidad en Cristo. El es la clave que nos permite descifrar su sentido más profundo. «Toda la Biblia gira alrededor de Jesucristo: el Antiguo Testamento lo considera como su esperanza, el Nuevo como su modelo, y ambos como su centro». Esta expresión de Pascal -matemático, físico y filósofo del siglo XVII- resume muy bien el lugar de Cristo dentro de la Escritura.

Por eso, cuando san Jerónimo -el gran traductor de la Biblia a la lengua latina en el siglo IV- afirmaba que «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo», no se refería solamente a los Libros inspirados por Dios después de su venida, como son los Evangelios y el resto de los escritos apostólicos. Lo que quiere decirnos es que tampoco se puede conocer debidamente a Jesucristo si se desconoce lo que está contenido en los Libros Sagrados anteriores a El.

Jesús fue llamado «el profeta de Nazaret» y lo es de verdad. Pero no como uno más entre los tantos que Dios envió a su Pueblo «en muchas ocasiones y de diversas maneras». El es el Profeta en quien se cumplen todas las profecías. Más aún, lejos de ser el mero transmisor de una palabra que se le había confiado, El es la palabra en persona. La Palabra única y definitiva, la «última» Palabra con la que Dios nos dice lo que antes había dicho con muchas palabras.

Más aún, el Apóstol san Pedro llega a decirnos en una de sus Cartas que era «el Espíritu de Cristo el que estaba presente en los profetas» del Antiguo Testamento, inspirándolos e iluminándolos. Lo que equivale a reconocer que Cristo es por igual el gran «protagonista», tanto del Antiguo cuanto del Nuevo Testamento. Con razón, entonces, El desafiaba a sus adversarios, diciéndoles: «Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí».

Así se explica que el Señor haya dicho: «Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos», o sea, en todo lo que es para nosotros el Antiguo Testamento. El Evangelio pone esta advertencia en labios de Jesús resucitado, y agrega: «Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras». También leemos en otra parte del Evangelio que, cuando Jesús resucitó, sus discípulos «creyeron en la Escritura».

No es de extrañar, en consecuencia que uno de los Documentos del Concilio Vaticano II declare que «cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es el mismo Cristo quien nos habla». El mismo Cristo por boca de Moisés de Isaías o de cualquiera de los escritores sagrados. De ahí que los autores de los Evangelios hayan releído el Antiguo Testamento buscando y encontrando en él a Cristo, como lo recordaremos al tratar sobre los diversos «sentidos» de la Biblia. Por algo solía decirse antiguamente que «la Ley llevaba a Cristo en su seno».

A la luz de Jesucristo todo se aclara y hasta los textos más oscuros y aparentemente menos importantes de la Biblia adquieren una nueva e inesperada dimensión.

Con razón decimos en cada Vigilia Pascual: «Cristo ayer y hoy Principio y Fin, Alfa y Omega. A El pertenece el tiempo y la eternidad. A El sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos». Es fundamental que tratemos de familiarizarnos con esta idea. Sólo así podremos sacarle a la Biblia «todo el jugo» posible. Y esta es, por otra parte, la única forma de leerla «cristianamente».

«La Iglesia siempre ha venerado las Sagradas Escrituras como el mismo Cuerpo de Cristo, porque, sobre todo, en la liturgia, no deja de alimentarse con el Pan de Vida y de distribuirlo a los fieles tomándolo de la Mesa, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo». (Constitución sobre la Revelación divina, 21)


Para leer y comentar

Lc. 24. 13-35 Jn. 1. 35-51

Lc. 24. 36-48 Jn. 5. 39-47

Para orar

«Lo que me consuela en la aflicción es que tu Palabra me da la vida» Sal. 119. 50.

La Biblia es un libro y una biblioteca

La Biblia es un Libro. El Libro de los libros. El Libro «del Dios del Pueblo» y «del Pueblo de Dios». Pero lo que ahora se publica en un volumen fue primero una serie de textos agrupados poco a poco en razón de un común denominador, a saber, su origen divino. La misma palabra «Biblia» significa «los libros». De ahí que sea, a la vez, un «Libro» y una «Biblioteca» sagrada.

El total de los escritos bíblicos es de 74: 47 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo. Su común denominador no impide que exista entre ellos -como en toda biblioteca- una gran variedad. Allí encontramos relatos históricos narraciones folklóricas, códigos legislativos, oraciones de diferentes clases. oráculos proféticos, poemas de amor, parábolas, refranes, cartas y listas genealógicas.

Se equivocaría completamente el que pensara encontrar en la Biblia lo que suele llamarse un libro «piadoso». Ciertamente lo es, pero no de la manera que muchos se imaginan. En ella está contenida la «Historia de la Salvación». Y esa Historia abarca muchas cosas, como la vida de cada uno y de toda la humanidad. De hecho, Dios quiso hablarnos «así». Y «así» se fue «revelando a los hombres y nos reveló su designio misericordioso de amor.


Diversos sentidos

En la Biblia no debemos atenernos siempre estrictamente a la letra de lo que está escrito. Es indispensable comenzar por averiguar cuál es el estilo o el género literario empleado en cada uno de sus Libros o en las diversas partes de ellos para transmitirnos la Palabra de Dios. A algunos esto los puede desconcertar o confundir un poco, pero sólo así se puede descubrir el verdadero alcance de esa Palabra.

Todos sabemos que un mismo hecho se narra de diferentes maneras, dentro de un círculo de amigos o frente a un tribunal. También sabemos que aún dentro del estilo epistolar, no es lo mismo una carta familiar que otra de carácter comercial.

Lo mismo sucede en la Biblia. ¿Por qué vamos a entender literalmente el relato de la creación del mundo como si se tratara de un informe científico? ¿Y por qué nos vamos a extrañar de que a veces tal o cual acontecimiento se relate de maneras aparentemente contradictorias en uno u otro pasaje bíblico?

En este último caso, podemos preguntarnos cuál de esos relatos es el «exacto». En realidad lo son todos y no lo es ninguno del todo. Sin embargo, todos son «verdaderos». Cada uno, en efecto, pone de relieve un aspecto de la verdad. ¿Acaso la verdad en sí misma no suele ser compleja y casi imposible de abarcar desde un solo ángulo? Como a las montañas, no se la puede conocer desde una sola ladera.

De este modo, podremos manejarnos correctamente en el «mundo» de la Biblia. Podremos conocerla y, sobre todo amarla verdaderamente. En efecto, el deseo de la Iglesia y el objeto de toda iniciación bíblica es que se logre «aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura, atestiguando por la venerable tradición de los ritos litúrgicos, tanto orientales como occidentales». Así afirma el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Liturgia, 24.

Sí, debemos «amar» la Biblia, como se ama la voz de una persona muy querida. Pero ya sabemos que para llegar a amar de veras a alguien es necesario aceptarlo con sus virtudes y sus defectos, con sus valores y sus limitaciones. También para amar la Biblia hay que comenzar por no idealizarla, queriendo que sea como nosotros desearíamos que fuera: es preciso aceptarla «tal cual es». Y cuanto más la «amemos», más y mejor la «entenderemos».

«La verdad se propone y expresa en la Sagrada Escritura de diversas y variadas maneras, según se trate de textos históricos -con diferentes grados de historicidad- proféticos o poéticos, o de otras formas de hablar. De ahí que la Escritura deba leerse e interpretarse con el mismo espíritu con que se escribió». (Constitución sobre la Revelación divina, 12)


Para leer y comentar

Ex. 14; 15 Sal. 66. 5-6; 78. 12-14; 114; 136.13-15

Neh. 9. 9-12 Sab. 10.15-21


Para orar

«Tus fieles verán con alegría que puse mi esperanza en tu Palabra» Sal. 119. 74.

Géneros Literarios

Uno de los géneros literarios más conocidos del Antiguo Testamento es el «histórico», hasta el punto que todo el Antiguo Testamento se concibió como una «Historia Sagrada». De hecho las dos principales obras literarias articuladas de la Biblia – y no meras recopilaciones de obras independientes- Son dos obras «históricas»: la «deuteronómica» (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y la del «Cronista» (Crónicas, Esdras y Nehemías).

También la obra literaria de mayor importancia y la más antigua o sea los textos de la tradición llamada «yahvista» -porque en ella se designa a Dios con el nombre de «Yahvé»- es una obra «histórica». Eso no quiere decir que todo lo que se narra en ella sea «histórico». Al contrario, contiene los famosos relatos de la creación del mundo y del hombre, que sirven de introducción a la historia auténtica a la manera de «mitos» que expresan lo que nunca fue y siempre es».

Más aún, cuando se habla del género «histórico» de estas obras literarias de la Biblia, no se debe entender dicha expresión en el sentido que se le da actualmente.

Lo que pretenden esos textos no es simplemente relatar las cosas que sucedieron en otra época.

Las exposiciones históricas más importantes de la Biblia tienen otra finalidad. Son escritos aleccionadores y programáticos, que muestran más bien lo que hay que hacer «ahora». El pasado se narra para que pueda pensarse en los errores que hay que evitar y en las medidas que se deben adoptar: es una «historia profética». Desde luego a través de esta gran obra histórica del Antiguo Testamento nos han llegado muchas noticias del pasado, pero el propósito del autor no era tanto este sino más bien ofrecer un «programa» de gobierno y de reformas.

Esto se nota sobre todo en la obra del «Cronista», cuyo propósito era poner de relieve que la misión esencial de la comunidad religiosa de Israel consistía en dar gloria a Dios en el Templo de Jerusalén. En el fondo, la obra del Cronista es una «reinterpretación» de la historia de Israel.

Sin embargo, no todos los escritos «históricos» del Antiguo Testamento tienen este objetivo «programático». Otros intentan mostrar cómo se ha llegado a una determinada institución o situación discutible del presente por ejemplo, cómo Salomón llegó a ser el legítimo sucesor de David. Este tipo de escritos están mucho más cerca del estilo actual de los libros de historia y sirven de fuentes muy valiosas para el historiador.

De todas maneras, la Biblia contiene y es una «historia sagrada» en el sentido más profundo de la palabra: es la «Historia de la Salvación», la historia de la fidelidad de Dios más allá de las infidelidades de los hombres.

Otro de los géneros literarios de la Biblia es el de los relatos «didácticos» o «doctrinales» con apariencias históricas, entre los que se destacan los libros de Tobías, Judit y Ester. Estos tres Libros pueden considerarse una especie de «novelas históricas», cuya finalidad era levantar el ánimo de Israel en los momentos de desaliento y cuando el pueblo estaba más expuesto a dejarse arrastrar por el paganismo circundante.

En el Nuevo Testamento lo que más se asemeja a estos relatos doctrinales son las célebres «parábolas» que, junto con las fábulas, también se encuentran en el Antiguo Testamento, diseminadas en varios de sus Libros.

Otro caso de relato «doctrinal» es el 2do. libro de los Macabeos con la diferencia de que su autor no lo compuso sobre la base de alusiones bíblicas como las anteriores, sino de extractos de una obra histórica que se perdió.

A estos géneros, hay que agregar el de los «oráculos proféticos» -iniciados casi siempre con la expresión: «Así habla el Señor»- que no sólo se encuentran en las «colecciones proféticas sino también en otros Libros, incluidos los Salmos.

También encontramos en la Biblia el género «apocalíptico», muy extendido entre los judíos desde el siglo II a.C. hasta el II d.C. Se caracteriza por sus «revelaciones», sobre todo acerca del porvenir, y en él abundan las visiones simbólicas, las alegorías enigmáticas, las imágenes sorprendentes y las especulaciones numéricas.

Su aparición se explica por las duras condiciones de vida del Judaísmo tardío, que despertaron un gran anhelo de tiempos mejores y de liberación nacional. El prototipo de este género literario en el Antiguo Testamento es el libro de Daniel, así como en el Nuevo Testamento lo es el célebre Apocalipsis.

Otros géneros literarios de la Biblia son el «proverbial» (Proverbios), el de los «poemas didácticos» (Sabiduría), el de los «diálogos sapienciales» (Job), el de las «súplicas individuales o colectivas» (Salmos), el de los «Himnos» Salmos.

Aclaremos que en un mismo Libro se mezclan a veces diversos géneros literarios, y tengamos en cuenta que un mismo hecho puede ser narrado con diversos géneros literarios. Un ejemplo de esto es lo que sucede con el «Oráculo profético» de 2 Sam. 7. 4-17, que está en el origen de la esperanza mesiánica de Israel y tiene un hermoso paralelo poético en Sal. 89. 20-38.

Cómo nación y cómo se formó la Biblia

Uno de los géneros literarios más conocidos del Antiguo Testamento es el «histórico», hasta el punto que todo el Antiguo Testamento se concibió como una «Historia Sagrada». De hecho las dos principales obras literarias articuladas de la Biblia – y no meras recopilaciones de obras independientes- Son dos obras «históricas»: la «deuteronómica» (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y la del «Cronista» (Crónicas, Esdras y Nehemías).

También la obra literaria de mayor importancia y la más antigua o sea los textos de la tradición llamada «yahvista» -porque en ella se designa a Dios con el nombre de «Yahvé»- es una obra «histórica». Eso no quiere decir que todo lo que se narra en ella sea «histórico». Al contrario, contiene los famosos relatos de la creación del mundo y del hombre, que sirven de introducción a la historia auténtica a la manera de «mitos» que expresan lo que nunca fue y siempre es».

Más aún, cuando se habla del género «histórico» de estas obras literarias de la Biblia, no se debe entender dicha expresión en el sentido que se le da actualmente.

Lo que pretenden esos textos no es simplemente relatar las cosas que sucedieron en otra época.

Las exposiciones históricas más importantes de la Biblia tienen otra finalidad. Son escritos aleccionadores y programáticos, que muestran más bien lo que hay que hacer «ahora». El pasado se narra para que pueda pensarse en los errores que hay que evitar y en las medidas que se deben adoptar: es una «historia profética». Desde luego a través de esta gran obra histórica del Antiguo Testamento nos han llegado muchas noticias del pasado, pero el propósito del autor no era tanto este sino más bien ofrecer un «programa» de gobierno y de reformas.

Esto se nota sobre todo en la obra del «Cronista», cuyo propósito era poner de relieve que la misión esencial de la comunidad religiosa de Israel consistía en dar gloria a Dios en el Templo de Jerusalén. En el fondo, la obra del Cronista es una «reinterpretación» de la historia de Israel.

Sin embargo, no todos los escritos «históricos» del Antiguo Testamento tienen este objetivo «programático». Otros intentan mostrar cómo se ha llegado a una determinada institución o situación discutible del presente por ejemplo, cómo Salomón llegó a ser el legítimo sucesor de David. Este tipo de escritos están mucho más cerca del estilo actual de los libros de historia y sirven de fuentes muy valiosas para el historiador.

De todas maneras, la Biblia contiene y es una «historia sagrada» en el sentido más profundo de la palabra: es la «Historia de la Salvación», la historia de la fidelidad de Dios más allá de las infidelidades de los hombres.

Otro de los géneros literarios de la Biblia es el de los relatos «didácticos» o «doctrinales» con apariencias históricas, entre los que se destacan los libros de Tobías, Judit y Ester. Estos tres Libros pueden considerarse una especie de «novelas históricas», cuya finalidad era levantar el ánimo de Israel en los momentos de desaliento y cuando el pueblo estaba más expuesto a dejarse arrastrar por el paganismo circundante.

En el Nuevo Testamento lo que más se asemeja a estos relatos doctrinales son las célebres «parábolas» que, junto con las fábulas, también se encuentran en el Antiguo Testamento, diseminadas en varios de sus Libros.

Otro caso de relato «doctrinal» es el 2do. libro de los Macabeos con la diferencia de que su autor no lo compuso sobre la base de alusiones bíblicas como las anteriores, sino de extractos de una obra histórica que se perdió.

A estos géneros, hay que agregar el de los «oráculos proféticos» -iniciados casi siempre con la expresión: «Así habla el Señor»- que no sólo se encuentran en las «colecciones proféticas sino también en otros Libros, incluidos los Salmos.

También encontramos en la Biblia el género «apocalíptico», muy extendido entre los judíos desde el siglo II a.C. hasta el II d.C. Se caracteriza por sus «revelaciones», sobre todo acerca del porvenir, y en él abundan las visiones simbólicas, las alegorías enigmáticas, las imágenes sorprendentes y las especulaciones numéricas.

Su aparición se explica por las duras condiciones de vida del Judaísmo tardío, que despertaron un gran anhelo de tiempos mejores y de liberación nacional. El prototipo de este género literario en el Antiguo Testamento es el libro de Daniel, así como en el Nuevo Testamento lo es el célebre Apocalipsis.

Otros géneros literarios de la Biblia son el «proverbial» (Proverbios), el de los «poemas didácticos» (Sabiduría), el de los «diálogos sapienciales» (Job), el de las «súplicas individuales o colectivas» (Salmos), el de los «Himnos» Salmos.

Aclaremos que en un mismo Libro se mezclan a veces diversos géneros literarios, y tengamos en cuenta que un mismo hecho puede ser narrado con diversos géneros literarios. Un ejemplo de esto es lo que sucede con el «Oráculo profético» de 2 Sam. 7. 4-17, que está en el origen de la esperanza mesiánica de Israel y tiene un hermoso paralelo poético en Sal. 89. 20-38.

Origen

Los orígenes de la Biblia se encuentran en las «tradiciones orales», transmitidas de padres a hijos. Estas, a falta de escritura, tenían antiguamente mucha más vigencia que en la actualidad. Las primeras de esas tradiciones se remontan al tiempo de Moisés, 13 siglos antes de Cristo. En cuanto a los primeros textos escritos, datan del siglo XI, o sea, de la época del rey David.

A partir de entonces, se fue «haciendo» la Biblia. Para los judíos -que sólo tienen lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento- ella quedó terminada dos siglos antes de Jesucristo. Para los cristianos, en cambio, a fines del siglo I de nuestra era, con el último libro del Nuevo Testamento. La composición de la Biblia abarca, por lo tanto, nada menos que un milenio, y ninguno de sus autores sabía que estaba escribiendo la Biblia…

El Pueblo israelita, primero, y luego, la Iglesia reconocieron que esos escritos -entre muchos otros también de carácter religioso- habían sido inspirados por Dios para manifestares a los hombres a través de ellos. Pero esto tampoco ocurrió de golpe sino progresivamente. Sólo después de la destrucción de Jerusalén en el año 70, los judíos completaron su lista -lo que se llama el «canon»- de Libros Sagrados. Y la Iglesia terminó de hacer lo propio en el curso del siglo IV

Es una sola Biblia

La Biblia es una sola, pero del Antiguo Testamento existe una versión hebrea y otra griega. La segunda fue elaborada en la ciudad de Alejandría, en Egipto, unos doscientos años antes de Jesucristo, para uso de los judíos que habitaban fuera de Palestina. En esta versión griega hay 7 libros y algunos fragmentos de otros dos que no fueron reconocidos como «inspirados» por los judíos de Palestina.

Estos Libros que no entraron en el canon hebreo son Judit, Tobías, 1ro. y 2do. de los Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc, incluida la Carta de Jeremías. A ellos hay que agregar una parte del libro de Ester y otra del libro de Daniel. La razón para no admitirlos es que algunos de ellos habían sido escritos originariamente en griego y de otros sólo se conservaba la traducción en esa lengua. Tampoco los protestantes los aceptan. La Iglesia Católica, en cambio, los incluye con el nombre de «deuterocanónicos», o sea, «reconocidos en segundo término».


¿Y en qué orden se escribió la Biblia?

Ciertamente, no en el que figura actualmente. Así, por ejemplo, los cinco primeros Libros que ahora la encabezan sólo adquirieron su forma definitiva en el siglo V antes de Jesucristo, cuando ya existían muchos otros del Antiguo Testamento. Y antes de que se escribieran los Evangelios, ya habían aparecido varias Cartas apostólicas. Sólo el Apocalipsis sigue un orden cronológico: es el que cierra la Biblia y, a la vez, el último que se escribió.

También varía el orden actual de ubicación de los Libros del Antiguo Testamento. En la mayor parte de las versiones se sigue el orden de la Biblia griega, que los ubica dentro de cuatro partes, a saber, el Pentateuco, los Libros históricos, los libros proféticos y los libros poéticos y sapienciales. Otras versiones -entre ellas, la argentina- siguen el orden de la Biblia hebrea, que contiene tres partes: la Ley , los Profetas y los demás Escritos.

En cuanto a los originales de la Biblia, se perdieron hace mucho tiempo, lo mismo que los originales de los grandes escritores de la antigüedad. Las copias más antiguas de casi toda la Biblia griega datan de los siglos IV al V de nuestra era. De la Biblia hebrea completa, los manuscritos más antiguos son de los siglos IX al XI.

Pero entre los años 1947 y 1957 se descubrieron cerca del Mar Muerto 600 fragmentos del Antiguo Testamento que datan de la época de Jesús. Y del Nuevo Testamento también se conservan algunos fragmentos bastante cercanos a la época en que fueron escritos.

«La Iglesia, instruida por el Espíritu Santo se esfuerza por acercarse cada vez más a una mayor comprensión de las Sagradas Escrituras para poder alimentar continuamente a sus hijos con las enseñanzas divinas». (Constitución sobre la Revelación divina, 23)


Para leer y comentar

Ecli. Prólogo

Mt. 5. 17; 11. 13; 22. 40

Lc. 16.16; 24. 27, 44

Jn 1. 45; Hech. 24. 14; 26.22


Para orar

«Tu Palabra, Señor, permanece para siempre, está firme en el cielo» Sal. 119. 89.


El Antiguo Testamento

– Siglo X: Primeros textos del futuro Pentateuco; Proverbios 10. 1 – 22. 16

– Siglo VIII: Amós, Oseas, Isaías I, Miqueas

– Siglo VII: Primera redacción de los Libros «históricos», Jeremías

– Siglo VI: Ezequiel, Isaías II y III, Redacción definitiva de los Libros «históricos»

– Siglo V-IV :Pentateuco definitivo, Job, Proverbios definitivo

– Siglo IV-III: Tobías, Cantar de los Cantares, Eclesiastés

– Siglo II: Ester, Judit, Eclesiástico, Macabeos

– Siglo I: Sabiduría

– Siglo X-III: Salmos (muchos y recopilación definitiva, siglo V)

El Nuevo Testamento


– Año 51 Cartas a los Tesalonicenses

– Años 56-58 Cartas a los Romanos, Corintios y Gálatas, Carta de Santiago

– Años 61-63 Cartas a los Colosenses y Efesios

– Hacia 64 Primera Carta de Pedro

– Años 65-70 Evangelio según san Marcos

– Año 67 Carta a los Hebreos

– Hacia 80 Evangelios según san Mateo y san Lucas, Hechos de los Apóstoles

– Hacia 95 Evangelio según san Juan y Cartas de Juan, Apocalipsis

Biblia griega


Casi completa (Antiguo y Nuevo Testamento) s. IV-V:

-Códices Sinaítico – Vaticano – Alejandrino.


Fragmentos más o menos largos del Nuevo Testamento:

– 72 papiros: s. III

– Jn. 18. 31-33, 37-38: s II (1ra. mitad)

– Citas de los Padres y Leccionarios


Biblia hebrea

Completa (Antiguo Testamento):

– Códice de Leningrado: s. XI

– Códices de Siria y de Egipto: s. IX y X

– 600 fragmentos de todos los Libros, menos Ester: s. I (1ra. mitad), Isaías s. II a. C.

Del Antiguo al Nuevo Testamento

Con mucha frecuencia, se oye aplicar la palabra Biblia nada más que a los escritos del Antiguo Testamento. Desde luego eso es perfectamente correcto para los creyentes del Pueblo de la primera Alianza pero no para los que pertenecemos al Pueblo de la Nueva Alianza. También los escritos nacidos en el seno del Cristianismo forman parte de la Biblia. Hacemos «nuestro» el Antiguo Testamento pero a la vez lo completamos con el Nuevo.

Por supuesto los primeros creyentes no tenían otra Biblia que los Libros Sagrados del Judaísmo leídos e interpretados a la luz de la fe en Jesucristo resucitado. Esa fe no se basaba en testimonios escritos sino en la predicación apostólica cuyo núcleo central era el Misterio Pascual del Señor. Con todo la transmisión oral del mensaje cristiano pronto resultó insuficiente para satisfacer las necesidades de una Iglesia en rápida expansión.

De hecho el Apóstol Pablo tuvo que redactar varias Cartas para mantenerse en contacto con las Comunidades fundadas por él. Y a medida que iban muriendo los que habían conocido al Señor se hizo más urgente recoger por escrito su mensaje. Es así como fueron apareciendo los primeros textos que con el tiempo serían oficialmente reconocidos como inspirados por Dios lo mismo que los textos del Antiguo Testamento.


Cuatro Evangelios y un solo Evangelio

Entre los escritos cristianos de la Biblia sobresalen los llamados Evangelios. Como es sabido Jesús no dejó ningún escrito personal. En cambio el recuerdo de su palabra y de sus obras permaneció vivo en la memoria de los que lo habían visto y oído. Y ese recuerdo difundido de boca en boca fue tomando forma progresivamente dentro de las primeras comunidades sobre todo con ocasión de las celebraciones cultuales y de la catequesis a los recién bautizados.

Fueron cuatro los discípulos que recopilaron los dichos y hechos del Señor y en base de ellos redactaron sus respectivos Evangelios. Los tres primeros -el del Apóstol Mateo el de Marcos intérprete de san Pedro y el de Lucas, compañero de viaje de san Pablo- siguen un esquema más o menos semejante y tienen muchas coincidencias entre sí. El cuarto en cambio -atribuido al Apóstol Juan- difiere considerablemente de los otros tanto por su forma cuanto por su contenido.

Sin embargo los «cuatro» Evangelios no son en el fondo más que «un» solo Evangelio. Es decir una sola Buena Noticia -este es el significado de la palabra «Evangelio»- la más «buena» y la más «noticia». La Buena Noticia de Jesús, expresada «según» cada uno de los que la escribieron. Reducir los Evangelios a simples «vidas» de Jesús, o a un conjunto de relatos más o menos interesantes, es empobrecerlos y perder de vista su contenido más profundo

La buena noticia anticipada y cumplida

Y si bien a partir del siglo II, el nombre de Evangelio se reservó a estos cuatro escritos, todo el resto del Nuevo Testamento merece este mismo título. También los Hechos, las Cartas apostólicas y el Apocalipsis son verdadero «Evangelio». También ellos contienen la «Buena Noticia» » en la que hemos creído y por la que somos salvados», según la expresión de san Pablo. ¿Y por qué no dar igualmente este nombre a los Libros del Antiguo Testamento? ¿Acaso todos ellos no anticipan el Evangelio cristiano?

Al incluir entre los Libros Sagrados sus propios escritos que ahora constituyen el Libro de la Nueva Alianza o Nuevo Testamento la Iglesia no pretendió sustituir un Testamento por otro. Entre ambos no hay «ruptura», sino «continuidad». Para expresarla, el arte cristiano representó alguna vez a los cuatro grandes «profetas» del Antiguo Testamento llevando sobre sus espaldas a los cuatro evangelistas. A veces, lo «nuevo» desplaza lo «antiguo»: en la Biblia, lo asume.

«Dios inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo.» (Constitución sobre la Revelación divina, 16)


Para leer y comentar

Heb. 1. 1-2 Lc. 1.1-4

Hech. 10. 36-43 1 Ped. 1. 10-12


Para orar

«¡Qué dulce es tu Palabra para mi boca, es más dulce que la miel!» Sal. 119. 103.


Características de los cuatro evangelios

Marcos

Compuesto entre los años 65 y 70, y el más breve- fue escrito para los cristianos venidos del paganismo. Tras los pasos de Jesús, quiere llevarnos a descubrir gradualmente que El es el Mesías y el hijo de Dios. La primera parte (caps. 1-8) nos lleva a interrogarnos sobre la identidad de Jesús a través de sus milagros y enseñanzas. Así podemos proclamar con Pedro al final de esta parte: «Tú eres el Mesías» (8. 29). En la segunda parte (caps. 9-16) nos encaminamos con El hacia la Pasión, comprendiendo que seguir a Cristo significa hacerlo por el camino de la Cruz. A diferencia de Mateo, Marcos se interesa más por las acciones que por las palabras del Señor, y pone especialmente de relieve su humanidad

Mateo

Compuesto hacia el año 80- está dirigido a los cristianos venidos del Judaísmo. Quiere demostrar por medio de las antiguas Escrituras que Jesús es el Mesías esperado por Israel. Este evangelista reúne su material en siete libros: un prólogo con los relatos de la infancia del Señor (caps. 1-2), un epílogo con los acontecimientos pascuales (caps. 26-28) y cinco secciones intermedias. En estas últimas se agrupan otros tantos discursos del Señor, donde El aparece como el nuevo Moisés, que lleva a su plenitud la Ley de la Antigua Alianza. El tema central de estos discursos, precedidos cada uno de una parte narrativa, es el Reino de Dios, al que Mateo llama ordinariamente Reino «de los Cielos».

Lucas


Compuesto también hacia el año 80- es el Evangelio de la misión a los paganos, a la vez que el de la misericordia y el perdón. Todos sin distinción son invitados a participar del Reino anunciado e iniciado por Jesús. Esta Salvación universal crea un clima de alabanza y alegría, y en ella el Espíritu Santo ocupa un lugar fundamental. Además, Jerusalén aparece como el lugar en el que se realiza la Salvación. Todo comienza y termina en el Templo, y más de la mitad del Evangelio -desde 9. 51 hasta el final- es un largo viaje hacia la Ciudad santa donde el Señor culmina su obra salvadora. También el libro de los Hechos de los Apóstoles, que es la continuación de este Evangelio, sitúa en Jerusalén la venida del Espíritu y el punto de partida de la acción evangelizadora.

Juan

Compuesto hacia el año 95- no sigue el mismo esquema que los tres Evangelios anteriores y supone una reflexión mucho más desarrollada sobre el misterio de la persona y la misión de Jesucristo. Este Evangelio comienza remontándose al origen divino del Señor, a quien presenta como la Palabra de Dios que existía eternamente y «se hizo carne» en el tiempo. La primera parte (caps. 1-12) gira alrededor de «siete» signos -los milagros- que dejan traslucir aquel misterio, a través de los discursos explicativos que los acompañan. La segunda parte (caps. 13-21) nos pone ante la «hora» de Jesús, a la que El mismo hizo varias veces referencia a lo largo de su actividad pública, la «hora» en que debía manifestarse su «gloria» por medio de la muerte.

Manantial inagotable

«Señor, ¿quién es capaz de comprender toda la riqueza de una sola de tus palabras? Es más lo que dejamos que lo que captamos, como los sedientos que beben de un manantial. Las perspectivas de la Palabra de Dios son numerosas, según las posibilidades de los que la estudian. El Señor ha pintado su Palabra con diferentes colores, para que cada discípulo pueda contemplar lo que le agrada. Encerró en su Palabra muchos tesoros, para que cada uno de nosotros al meditarla, encuentre una riqueza.

El que alcanza una parte del tesoro no crea que esa Palabra contiene sólo lo que él encontró, sino piense que él únicamente encontró una parte de lo mucho que ella encierra. Enriquecido por la Palabra, no crea que esta se ha empobrecido, sino que viendo, que no a podido captar todo, dé gracias a causa de su gran riqueza. Alégrate de haber sido vencido, y no te entristezcas de que te haya superado. El sediento se alegra cuando bebe, y no se entristece porque no puede agotar el manantial, porque si tu sed se sacia antes de que se agote el manantial, cuando vuelvas a tener sed podrás beber nuevamente de él; si, por el contrario una vez saciada tu sed, el manantial se secara, tu victoria se convertiría en un mal para ti.

Da gracias por lo que recibiste, y no te pongas triste por lo que queda y sobreabunda. Lo que recibiste, lo que a ti te tocó, es tu parte; pero lo que queda es tu herencia. Lo que a causa de tu debilidad no puedes recibir ahora, lo podrás recibir, si perseveras, en otros momentos. No intentes beber avaramente de una sola vez lo que no se puede beber de una sola vez, ni renuncies por negligencia a lo que podrás beber poco a poco» (San Efrén, s. IV, Diácono y Doctor. de la Iglesia)

Dios no se ata a la tierra

Según un gran estudioso de la Biblia, estrictamente hablando, en el Antiguo Testamento no habría más que dos «sentidos»: el «literal» y el llamado «típico», «figurativo» o «cristológico». Este consiste en considerar a los personajes centrales -Adán, Noé, los Patriarcas, Moisés, David, los Profetas- y los hechos fundamentales de la historia bíblica -el Diluvio, el llamado de Dios a Abraham, el paso del Mar Rojo, la Alianza del Sinaí- como «tipos» o «figuras» de Cristo y de su obra salvadora. Es lo que se hace en numerosos Pasajes del Nuevo Testamento.

Y aún sin apartarse del sentido «literal», Dios puede decirnos mucho más de lo que dice la «letra». Un ejemplo característico de este sentido «más pleno» o «implícito» es el del oráculo de Isaías: «La joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel». En su sentido «literal» histórico, este texto se refiere al nacimiento del hijo de un rey de la dinastía de David. San Mateo, por su parte, le da un nuevo sentido al aplicarlo a Jesús, el «Hijo de David» por excelencia y, como nadie, «Dios con nosotros».

El sentido alegórico

Por otra parte, es algo común referirse al sentido «alegórico» de la Sagrada Escritura. Antiguamente, este término tenía un significado más amplio que el actual y se refería a cualquier otro sentido que no fuera el «literal». En tal caso, el sentido «alegórico» correspondería al «típico», «figurativo» o «cristológico». En la actualidad, por alegórico se entiende más bien todo lo que es «simbólico». Esto supuesto, es evidente que la Escritura está llena de «alegorías» que, con frecuencia, pertenecen al sentido «literal». Pensemos en las parábolas y demás expresiones simbólicas tan comunes en el lenguaje oriental.

No hay duda de que, a menudo, lo «alegórico» logra expresar la realidad mucho mejor que lo «discursivo». Sin embargo, en ciertas épocas existió una exagerada tendencia «alegorizante», que casi prescindía del sentido «literal», o bien, lo dejaba en la sombra. Es un riesgo que siempre existe. Por eso conviene recordar lo que enseña santo Tomás de Aquino, el gran teólogo del siglo XIII: «En el sentido «espiritual» no se contiene nada necesario para la fe, que también no lo presente la Escritura en su sentido «literal»».

Asimismo, muchas veces se habla del sentido «acomodaticio» de los textos bíblicos. Con todo, más que un sentido «de» la Escritura, la «acomodación» es un sentido dado «a» la Escritura, cuando se la aplica a tal o cual persona o situación concreta dentro de la catequesis, la liturgia o la predicación. Este uso de la Biblia es válido, pero siempre dentro de un cierto límite. O sea, con tal que el uso no se convierta en «abuso», utilizándose la Biblia en forma arbitraria y fantasiosa.

«La Iglesia instruida por el Espíritu Santo, trata de acercarse cada vez más a una mayor comprensión de las Sagradas Escrituras, para poder alimentar siempre a sus hijos con las enseñanzas divinas.» (Constitución sobre la Revelación divina, 23).

Para leer y comentar

Is. 7. 10-17; Mt. 1. 18-23 Rom. 5. 12-21

1 Cor. 10.1-13 1 Ped. 3. 18-22

Para orar

«Tu Palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino» Sal. 119. 105.


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10 comentarios

  1. Es un material muy bueno. Está en breve una realidad biblica interpretativa. Muy buen contexto explicatico. Es dicáctico. Dios siga bendiciendo sus esfuerzos.

  2. Excelente. El escrito clarísimo Pienso que la Biblia debe estudiarse desde niño. Con el catecismo.

  3. gracias por compartrir esta pagina. Voy a dar un tema sobre la lectura de la Sagrada Escritura y este tema ABC. me dio la pauta a seguir. Dios los Bendiga.

  4. Gloria a Dios por los hermanos que nos orientan cada día en la búsqueda de Nuestro Padre, en el amor de Nuestro Hermano y la escucha de nuestro Santificador, con la compañia de Mamá María, los saludo desde Corrientes (la Virgen María de Itatí)

  5. Que bonito sitio, da muchas respuestas aumenta la fe y las ganas de leer el mejor libro escrito en la tierra.

    Gracias por compartir en la web sus cono9cimientos e interpretaciones

  6. excelente. muy bueno,muy didactico y excelentemente escrito. cada vez que leo este ABC
    me siento cerca de DIOS. gracias por brindarnos esta sabiduria.

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