No te alegres cuando caiga tu enemigo; que no se alegre tu corazón cuando él tropiece, no sea que el Señor lo vea, y le desagrade, y deponga su enojo contra él. (Prov. 24)
Ninguna mujer que sabe que un hombre tiene esposa y además hijos, debe poner su mirada y menos su corazón en esa persona e insistir en seducirla, ya que pone un hogar en peligro. Que no se alegre su corazón cuando caiga otro en el dolor y la desolación a causa de la «búsqueda» de su felicidad, olvidando que será la causa de ese dolor en el corazón de los miembros de la familia que se destruye.
Cuando alguien ha sido abandonado, sabe lo duro que es esto. Sobre todo, si sigue amando a aquel que la abandonó, más cuando se trata del rompimiento de la unión matrimonial, un sacramento que para los cristianos, no puede terminar con la traición y menos cuando por egoísmo se busca la aparente felicidad sin pensar que causará dolor en toda una familia. El matrimonio es un compromiso indisoluble, “hasta que la muerte los separe”, y nadie tiene derecho a invadir ese hogar sagrado por desear esa «felicidad» que origina tener un hogar construido sobre el dolor de los abandonados.
Muchos de quienes abandonan su compromiso ante Dios, piensan que es fácil pedir el divorcio, o unirse a otra persona, o actuar como si uno, creyéndose inocente, deja de tener deberes hacia la parte que cree “culpable”, y con el pensamiento de “tengo derecho a ser feliz”, lo arregla todo, borrón y cuenta nueva.
La persona abandonada, desde la convicción, que viene de la fe y del amor, sufre mucho, pero siempre vivirá a la espera de superar las dificultades y el dolor, manteniendo abierta una puerta al sueño de la reconciliación, de un reencuentro que volverá a hacer resplandecer la esperanza de recuperar lo que creyó perdido: su hogar.
“Los justos claman, y el Señor los oye; los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido.” ( Sal. 34,17-18)
Aun cuando Jesús nos dijo que el dolor y el sufrimiento serían parte de nuestras vidas, no seamos quienes lo causemos a los demás ya que esto nunca será del agrado de Dios. El sufrimiento es parte de la vida, pero no debemos causarlo por buscar nuestra propia felicidad.
Es evidente que cualquier error, fracaso, problema, prueba o mala decisión que hayas experimentado, Dios lo puede transformar y decirte: “Aun así lo usaré para bien en tu vida, y espero que lo uses para ayudar a otros”. A esto se le llama sufrimiento redentor y quien lo experimenta lo acepta por amor a Dios, lo ofrece con la esperanza que el dolor de sus seres amados, quienes también viven ese dolor causado por otro sea consolado de alguna manera.
Podemos ser ejemplos de personas que expresaron a Dios su frustración e impotencia frente a las injusticias y el sufrimiento. Sabemos, pues, que podemos llevar nuestro dolor a Dios sin temor con la esperanza que aquellas personas que nos han causado dolor se arrepientan, rectifiquen y reparen aun cuando les toque dejar lo que en un momento determinado consideraron que podría edificar su felicidad a costa del dolor del otro.
Oración
Señor, te pido por aquellos que interrumpen la paz y la unión de un hogar seduciendo al hombre o mujer casados y comprometidos en santo matrimonio por buscar su propia felicidad, que entiendan que esa unión indisoluble ha sido bendecida por Ti y no hay poder humano que pueda romperla. Que por buscar una felicidad sobre el dolor de otro sólo producirán en el tiempo sinsabores, angustias, inquietudes y vacíos que sólo Tú puedes saciar y aliviar. Dales la gracia de permanecer unidos a ti y mantener en sus corazones el deseo de hacer y cumplir siempre Tu santa voluntad y evitar que otros sufran por culpa de ellos.
Luce Bustillo Schott