Oscar Ibáñez
La cara de angustia de una adolescente demuestra su turbación y confusión, mientras el “animador” enardece a la multitud de jóvenes que están presenciando el desnudo de la joven. Esa expresión que surge de lo más profundo de su dignidad, nos da una idea de la consciencia de la menor que se asoma en ese caos de baile, simulación de actos sexuales en la tarima mientras la música sube de volumen y los jóvenes piden más sexo, drogas, alcohol, y estruendo, que los estimulen, que les permitan acallar esa dimensión desconocida que es la consciencia, que por momentos aflora interpelando.
Un muchacho también muestra su agonía en su expresión, antes de sucumbir a la presión de la muchedumbre que a gritos y brincos pide que exponga sus genitales para beneplácito de esa masa informe de jóvenes que disfrutan violentando la intimidad de otros jóvenes, todo videograbado, todo listo para el cyberbullying en redes sociales. Estas reuniones juveniles se llaman “perreo”, me niego a comentar sobre el adjetivo.
¿Y qué sucede cuando los muchachos que estuvieron inhalando “monas” durante el “perreo” llegan a sus casas impregnados en cuerpo y ropa de los olores del solvente? No lo sé, quizá en algunos casos los padres ni se enteran, en otros la permisividad y tolerancia previas cierran el círculo vicioso de la falta de autoridad, y solo Dios sabe si en algunos casos, los padres se harán presentes apoyando y buscando que los hijos superen esas actitudes y retomen su vida. ¿Cómo saberlo?
Yo regreso a la impresión que me causó la angustia, la agonía del espíritu, el desgarramiento interno que los jóvenes viven cada vez que violentan su conciencia hasta cauterizarla. ¿Cómo sanan las heridas en la dignidad, en el espíritu de las personas? ¿Cómo se inician en los jóvenes esos procesos de rompimiento que tienen su expresión en sus cuerpos, pero que llevan implícito un rompimiento de algo mucho más valioso y frágil que está dentro de cada ser humano?
El tema es muy complejo, pero no puedo dejar de pensar que parte de la solución está en saber que el bien puede más que el mal, en revalorar la dignidad de las personas y la inocencia de los niños, en asumir el mensaje de amor y sanación cristiana a todo mundo con nuestro testimonio y denuncia, finalmente, en asumir la invitación del Papa Francisco, para llevar a Cristo a las periferias existenciales: “las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”.
Oscar Fidencio Ibáñez Hernández
@OFIbanez
Casado, padre de 3 hijos, profesor e investigador universitario, y aprendiz de bloguero. Ingeniero Civil, Maestro en Ingeniería Ambiental y Doctor en política y políticas ambientales.
Mexicano, católico, autor entre otros textos de «El Espíritu Santo en tiempos de Twitter: Documentos del Concilio Vaticano II para tuiteros. Celebrando el #AñoDeLaFe»
Admirador de la Creación en todas sus dimensiones. Nací en La Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte (Hoy, Ciudad Juárez, Chihuahua).
Uff que fuerte y preocupa mucho como cada vez se va desvalorizando la dignidad de la intimidad. En Colombia han llegado al extremo de un juego llamado «carrusel» imaginate. Hay mucho trabajo desde la familia para que desde niños, los chavos aprendan a identificar lo que es riesgoso no solo para su cuerpo, si no para su alma. Buen buen post!
Es un articulo triste pero real: Necesitamos valentía para empezar un proceso de identificación del mal y llamarlo por su nombre desde nuestra vida .