Dios se empeña en hablar con él.
En los capítulos 3 y 4 hemos visto que Dios comenzaba a intervenir, pero sólo en la persona de Moisés. Antes de actuar «públicamente» se ha dedicado a preparar a su instrumento. Moisés no una, sino cinco veces ha presentado dificultades y se ha resistido a la misión que se le confiaba (3,11.13; 4,1.10.13): con ello queda muy de relieve que no va por iniciativa suya, por interés o inclinación alguna personal. Moisés se resiste a hablar o actuar en nombre del Señor. A diferencia de lo ocurrido en el capítulo 2, si ahora se decide a actuar resulta claro que es porque «Dios se empeña».
Y, sin embargo, al menos de momento ésta misión no va a triunfar. Más aún, a lo largo del capítulo la situación irá empeorando…
Faraón contra Yaveh
Hasta ahora Dios no ha dado respuesta al clamor del pueblo en 2,23. Es verdad que le hemos visto intervenir preparando a Moisés, pero el pueblo sigue bajo la opresión. ¿Defraudará el Señor el grito de su pueblo?
En 4,27-31 por fin Moisés se pone en camino para realizar su misión: «Partió, pues…» (Ya antes le habíamos visto regresar a Egipto: 4,20). Y de momento todo parece funcionar: encuentra a Aarón, le relata los planes que Dios le ha confiado; juntos van a los ancianos de Israel… y «el pueblo creyó, y al oir que el Señor había visitado a los israelitas y había visto su aflicción, se postraron y adoraron».
En los primeros versículos del capítulo V, Moisés y Aarón, van ante el Faraón. Pero la oposición de este a los planes de ellos es total y absoluta; «No dejaré salir a Israel». Más aún, puesto que la orden viene del Señor, es a Él a quien el Faraón se opone explícitamente, llegando a desafiarle: « ¿Quién es el Señor, para que yo escuche su voz y deje salir a Israel? No conozco al Señor» (v. 2).
La oposición a Dios que aparecía implícitamente en al actitud de Faráon en el capítulo 1, aquí se hace totalmente explícita. El pueblo pretende salir para «servir» a su Dios (v. 3). Pero él se afirma en que es a él a quien el pueblo ha de servir mediante trabajos cada vez más opresivos (v. 4s).
La expresión «no conozco al Señor» se puede traducir por «no le reconozco», no le acepto, no me someto a Él, no quiero obecederle ni hacer caso de sus palabras… Más aún, a las palabras de Moisés y Aarón: «Así dice el Señor, el Dios de Israel» (v. 1) se contraponen frontalmente las de los escribas y capataces: «Así dice el Faraón» (v. 10). A una orden se opone otra. Es un reto formal, una guerra declarada. El Faraón, en su actitud despótica, se ha colocado en el lugar que corresponde al Señor y no está dispuesto a ceder. Se ha erigido en dueño y señor de sus semejantes, tiranizándolos y esclavizándolos y planta cara a Dios.
¿Quién tendrá razón? Si Dios es verdaderamente el Señor deberá demostrarlo. Tendrá que responder a este reto. Ya no sólo tiene pendiente responder al clamor de los israelitas dirigiéndose a Él (2,23), sino también el desafío del Faraón. Y el caso es que el Faraón parece vencer. Es su orden (vv. 10-11) la que comienza a ejecutarse, mientras que la de Dios (v. 1) parece haber caído en el vacío. El Faraón parece triunfar…
Contra toda esperanza
La situación de los israelitas ha empeorado notablemente. En los vv. 1-14 hemos asistido a un endurecimiento de su servidumbre. En los vv. 15-18, ante las protestas de los israelitas, el Faraón se afianza en su postura. La situación se recrudece. Y los hechos parecen darle la razón…
En consecuencia, todo se vuelve contra Moisés y Aarón. El pueblo había dado fe a su palabra (4,31) como palabra del Señor. Ahora, en cambio, quedan desacreditados ante el pueblo, pues les desacreditan los hechos. Más aún, les piden cuentas de su actuación, ya que su intervención ha causado un empeoramiento de todo. Les hacen responsables ante Dios mismo: «Que el Señor os examine y os juzgue por habernos hecho odiosos a Faraón y a sus siervos y haber puesto la espada en sus manos para matarnos» (v. 21).
Pero Moisés esta vez tiene certeza absoluta de que no ha ido por iniciativa propia. Sabe que el responsable último de la situación es Dios mismo. Por eso a Él se queja: «Señor ¿por qué maltratas a este pueblo? ¿Por qué me has enviado? Pues desde que fui a Faraón para hablarle en tu nombre está maltratando a este pueblo» (vv. 22-23).
La queja de Moisés es desinteresada: no protesta de que él haya fracasado, de que haya quedado mal ante el pueblo… sino de que el pueblo es maltratado. Pero refleja una fe todavía imperfecta: «Tú no haces nada por librarle». ¿Acaso Dios no le había anunciado claramente: «Ya sé yo que el rey de Egipto no os dejará ir sino forzado por mano poderosa»? (3,19). No percibe que Dios sí está «haciendo» pero según otros planes, según otra lógica. Aún no ha entrado del todo en los planes de Dios… y también este nuevo «fracaso» era necesario para completar su «educación» como mensajero e instrumento el Señor.
En 6,1 Dios le responde: «Ahora verás lo que voy a hacer con Faraón, porque bajo fuerte mano tendrá que dejarles partir…» «Verás»: se trata de algo todavía futuro, y por tanto un reclamo a la fe. Cuando a lo largo de todo el capítulo hemos visto que el Faraón triunfaba y los hechos parecían darle la razón, una nueva palabra de Dios parece infundir nuevas esperanzas. Pero se trata sólo de una palabra; Faraón ha mostrado hechos, Dios sólo una palabra. Es verdad que es una palabra que se remite a hechos (Dios viene a decir: «verás… los hechos hablarán»), pero estos hechos son todavía futuros. Por consiguiente, todo queda como colgado de esta palabra de Dios. Y a Moisés se le llama a agarrarse a ella, a fiarse de ella, a pesar de los hechos que parecen contradecirla. Se le llama a ser plenamente el hombre de la fe, a «esperar contra toda esperanza» (cfr. Rom 4,18).