Octava de Pascua

Con el Domingo de Resurrección comienza los cincuenta días del tiempo pascual que concluye en Pentecostés. La Octava de Pascua se trata de la primera semana de la Cincuentena; se considera como si fuera un solo día, es decir, el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga ocho días seguidos.

Las lecturas evangélicas se centran en los relatos de las apariciones del Resucitado, la experiencia que los apóstoles tuvieron de Cristo Resucitado y que nos transmiten fielmente. En la primera lectura iremos leyendo de modo continuo las páginas de los Hechos de los Apóstoles.


Domingo de Resurrección

El Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual es el día en que incluso la iglesia más pobre se reviste de sus mejores ornamentos, es la cima del año litúrgico. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor. Y un dolor y gozo que se funden pues se refieren en la historia al acontecimiento más importante de la humanidad: la redención y liberación del pecado de la humanidad por el Hijo de Dios.

Nos dice San Pablo: «Aquel que ha resucitado a Jesucristo devolverá asimismo la vida a nuestros cuerpos mortales». No se puede comprender ni explicar la grandeza de las Pascuas cristianas sin evocar la Pascua Judía, que Israel festejaba, y que los judíos festejan todavía, como lo festejaron los hebreos hace tres mil años, la víspera de su partida de Egipto, por orden de Moisés. El mismo Jesús celebró la Pascua todos los años durante su vida terrena, según el ritual en vigor entre el pueblo de Dios, hasta el último año de su vida, en cuya Pascua tuvo efecto la cena y la institución de la Eucaristía.

Cristo, al celebrar la Pascua en la Cena, dio a la conmemoración tradicional de la liberación del pueblo judío un sentido nuevo y mucho más amplio. No es a un pueblo, una nación aislada a quien Él libera sino al mundo entero, al que prepara para el Reino de los Cielos. Las pascuas cristianas -llenas de profundas sismologías – celebran la protección que Cristo no ha cesado ni cesará de dispensar a la Iglesia hasta que Él abra las puertas de la Jerusalén celestial. La fiesta de Pascua es, ante todo la representación del acontecimiento clave de la humanidad, la Resurrección de Jesús después de su muerte consentida por Él para el rescate y la rehabilitación del hombre caído. Este acontecimiento es un hecho histórico innegable. Además de que todos los evangelistas lo han referido, San Pablo lo confirma como el historiador que se apoya, no solamente en pruebas, sino en testimonios.

Pascua es victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. ¿Cómo no alegrarse por la victoria de Aquel que tan injustamente fue condenado a la pasión más terrible y a la muerte en la cruz?, ¿por la victoria de Aquel que anteriormente fue flagelado, abofeteado, ensuciado con salivazos, con tanta inhumana crueldad?

Este es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se unen y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la vida humana no respetada.

La Resurrección nos descubre nuestra vocación cristiana y nuestra misión: acercarla a todos los hombres. El hombre no puede perder jamás la esperanza en la victoria del bien sobre el mal. ¿Creo en la Resurrección?, ¿la proclamo?; ¿creo en mi vocación y misión cristiana?, ¿la vivo?; ¿creo en la resurrección futura?, ¿me alienta en esta vida?, son preguntas que cabe preguntarse.

El mensaje redentor de la Pascua no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que , aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior, sin embargo se realiza de manera positiva con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu , la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz -suma de todos los bienes mesiánicos-, en una palabra, la presencia del Señor resucitado. San Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto : «Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él» (Col. 3 1-4).


Lunes de Octava de Pascua

Hch 2, 14. 22-33
Sl 15
Mt 28, 8-15

Oración colecta

«Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.»

Por medio del Bautismo, el Señor hace crecer a su Iglesia, dándole siempre nuevos hijos.  Este es un día en que le pedimos que nos conceda a cuantos hemos renacido en la fuente bautismal, vivir siempre de acuerdo con la fe que profesamos.

Es también el día en que el Señor, después de su Resurrección se manifiesta a las mujeres, que al verlo se asieron de sus pies y le adoraron.

De la Homilía de Melitón de Sardes, obispo, Sobre la Pascua

Encomio de Cristo

Entendedlo, queridos hermanos: el misterio pascual es algo a la vez nuevo y antiguo, eterno y temporal, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.

Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada; temporal en la figura, eterno en la gracia; corruptible en cuanto a la inmolación del cordero, incorruptible en la vida del Señor; mortal por su sepultura bajo tierra, inmortal por su resurrección de entre los muertos.

La ley, en efecto, es antigua, pero la Palabra es nueva; la figura es temporal, la gracia es eterna; el cordero es corruptible, pero incorruptible es el Señor, que fue inmolado como un cordero y resucitó como Dios.

Dice la Escritura: Era como cordero llevado al matadero, y sin embargo no era ningún cordero; era como oveja muda, y sin embargo no era ninguna oveja. La figura ha pasado y ha llegado la realidad: en lugar del cordero está Dios, y en lugar de la oveja está un hombre, y en este hombre está Cristo, que lo abarca todo,

Por tanto, la inmolación del cordero, la celebración de la Pascua y el texto de la ley tenían como objetivo final a Cristo Jesús pues todo cuanto acontecía en la antigua ley se realizaba en vistas a él, y mucho más en la nueva ley.

La ley, en efecto, se ha convertido en Palabra, y de antigua se ha convertido en nueva (y una y otra han salido de Sión y de Jerusalén); el precepto se ha convertido en gracia, la figura en realidad, el cordero en el Hijo, la oveja en un hombre, y este hombre en Dios .

El Señor, siendo Dios, se revistió de naturaleza humana, sufrió por nosotros, que estábamos sujetos al dolor, fue atado por nosotros, que estábamos cautivos, fue condenado por nosotros, que éramos culpables, fue sepultado por nosotros, que estábamos bajo el poder del sepulcro, resucitó de entre los muertos y clamó con voz potente: «¿Quién me condenará? Que se me acerque. Yo he librado a los que estaban condenados, he dado la vida a los que estaban muertos, he resucitado a los que estaban en el sepulcro. ¿Quién pleiteará contra mí? Yo soy Cristo -dice-, el que he destruido la muerte, el que he triunfado del enemigo, el que he pisoteado el infierno, el que he atado al fuerte y he arrebatado al hombre hasta lo más alto de los cielos: yo, que soy el mismo Cristo.

Venid, pues, los hombres de todas las naciones, que os habéis hecho iguales en el pecado, y recibid el perdón de los pecados. Yo soy vuestro perdón, yo la Pascua de salvación, yo el cordero inmolado por vosotros, yo vuestra purificación, yo vuestra vida, yo vuestra resurrección, yo vuestra luz, yo vuestra salvación, yo vuestro rey. Yo soy quien os hago subir hasta lo alto de los cielos, yo soy quien os resucitaré y os mostraré el Padre que está en los cielos, yo soy quien os resucitaré con el poder de mi diestra. »

Tomado de serviciocatolico.com


Martes de la Octava de Pascua

Hch 2, 36-41
Sl 32
Jn 20, 11-18

Oración colecta

«Tú, Señor que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo, que ya ha empezado a gustar en la tierra.Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.»

El Señor, que nos ha salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestiales a su pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo, que ya ha empezado a gustar en la tierra.

También somos invitados a meditar sobre la aparición del Señor Jesús a María Magdalena, la ferviente discípula a quien se le aparece el Señor Jesús Resucitado. Así recompensa Jesús el amor fiel de la mujer penitente (Lc 7,37ss.), cuyo corazón, ante esa sola palabra del Señor, se inunda de gozo indescriptible y sale al encuentro de los apóstoles para anunciarles que el Señor ha resucitado.

El Mesías tenía que padecer, para así entrar en su gloria

Después que Cristo se había mostrado, a través de sus palabras y sus obras, como Dios verdadero y Señor del universo, decía a sus discípulos, a punto ya de subir a Jerusalén: Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los gentiles y a los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, hagan burla de él y lo crucifiquen. Esto que decía estaba de acuerdo con las predicciones de los profetas, que habían anunciado de antemano la muerte que había de padecer en Jerusalén. Las sagradas Escrituras habían profetizado desde el principio la muerte de Cristo y todo lo que sufriría antes de su muerte; como también lo que había de suceder con su cuerpo, después de muerto; con ello predecían que este Dios, al que tales cosas acontecieron, era impasible e inmortal; y no podríamos tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar nuestra fe en ambos extremos, a saber, en su pasión y en su impasibilidad; como también el motivo por el cual el Verbo de Dios, por lo demás impasible, quiso sufrir la pasión: porque era el único modo como podía ser salvado el hombre. Cosas, todas éstas, que sólo las conoce él y aquellos a quienes él se las revela; él, en efecto, conoce todo lo que atañe al Padre, de la misma manera que el Espíritu penetra la profundidad de los misterios divinos.

El Mesías, pues, tenía que padecer, y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calificó de hombres sin inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese; y esta salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de la pasión, y que había de ser atribuida al que nos guiaba a la salvación, como nos enseña !a carta a los Hebreos, cuando dice que él es el que nos guía a la salvación, perfeccionado por medio del sufrimiento.

Y vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que había asumido; dice, en efecto, San Juan, en su evangelio, al explicar en qué consiste aquella agua que dijo el Salvador qué brotaría como un torrente del seno del que crea en él. Esto lo dijo del Espíritu Santo, que habían de recibirlos que a él se unieran por la fe, pues aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado; aquí el evangelista identifica la gloria con la muerte en cruz. Por esto el Señor, en la oración que dirige al Padre antes de su pasión, le pide que lo glorifique con aquella gloria que tenía junto a él, antes que el mundo existiese.

Tomado de serviciocatolico.com


Miércoles de la Octava de Pascua

Hch 3, 1-10
Sl 104
Lc 24, 13-35

Oración colecta

«Oh Dios, que todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor, concédenos, a través de la celebración de estas fiestas, llegar un día a la alegría eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.»

La Liturgia de hoy nos invita a introducirnos en el encuentro del Señor Jesús Resucitado con los Discípulos de Emaús.  Este pasaje es un apasionante programa de vida cristiana, en el que el mismo Señor victorioso sale al encuentro del hombre desesperanzado, y lo invita a vivir un horizonte pleno y hermoso.

El Resucitado, les enseña las Escrituras y comparte el pan y el vino, trocando la tristeza que agobiaba sus corazones en alegría y gozo.

De una Homilía pascual de un autor antiguo

Esta página se ha tomado de una homilía que algunos atribuyeron a San Ambrosio. Tal atribución no puede sostenerse pero la pieza es antigua, de la época patrística.

El apóstol Pablo, recordando la dicha de la salvación restaurada, exclama: Del mismo modo que por Adán la muerte entró en el mundo, así también por Cristo ha sido restablecida la salvación en el mundo; y también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo.

Y aun añade: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, esto es, del hombre viejo, pecador, seremos también imagen del hombre celestial, esto es, del reconocido por Dios, del redimido, del restaurado. Esforcémonos, por tanto, en conservar la salvación que nos viene de Cristo, ya que el mismo Apóstol dice: Primero, Cristo, esto es, el autor de la resurrección y la vida; después, los de Cristo, esto es, los que, imitando el ejemplo de su vida íntegra, tendrán una esperanza cierta, basada en la resurrección del Señor, de la futura posesión de la misma gloria celestial que él posee, como dice el mismo Señor en el Evangelio: El que me sigue no perecerá, sino que pasará de la muerte a la vida.

Así, pues, la pasión del Salvador es la salvación de la vida humana. Para esto quiso morir por nosotros, para que nosotros, creyendo en él, viviéramos para siempre. Quiso hacerse como nosotros en el tiempo, para que nosotros, alcanzando la eternidad que él nos promete, viviéramos con él para siempre.

Éste, digo, es aquel don gratuito de los misterios celestiales, esto es, lo que nos da la Pascua, esto significa la ansiada solemnidad anual, éste es el principio de la nueva creación.

Por esto los neófitos que la santa Iglesia ha dado a luz mediante el baño de vida hacen resonar los balidos de una conciencia inocente con sencillez de recién nacidos. Por esto unos castos padres y unas madres honestas alcanzan por la fe una nueva e innumerable progenie.

Por esto, bajo el árbol de la fe, brilla el resplandor de los cirios en la fuente bautismal inmaculada. Por esto los que han nacido a esta nueva vida son santificados con el don celestial y alimentados con el solemne misterio del sacramento espiritual.

Por esto la comunidad de los fieles, alimentada en el regazo maternal de la Iglesia, formando un solo pueblo, adora al Dios único en tres personas, cantando el salmo de la festividad por excelencia: Éste es el día en que actuó el Señor: sea él nuestra alegría y nuestro gozo.

¿De qué día se trata? De aquel que nos da el principio de vida, que es el origen y el autor de la luz, esto es, el mismo Señor Jesucristo, quien afirma de sí mismo: Yo soy el día; quien camina de día no tropieza, esto es, quien sigue a Cristo en todo llegará, siguiendo sus huellas, hasta el trono de la luz eterna; según aquello que él mismo pidió al Padre por nosotros, cuando vivía aún en su cuerpo mortal: Padre, quiero que todos los que han creído en mí estén conmigo allí donde yo esté,- para que, así como tú estás en mí y yo en ti, estén ellos en nosotros.

Tomado de serviciocatolico.com


Jueves de la Octava de Pascua

Hch 3, 11-26
Sl 8
Lc 24, 35-48

Oración colecta

«Oh Dios, que has reunido pueblos diversos en la confesión de tu nombre, concede a los que han renacido en la fuente bautismal, una misma fe en su espíritu y una misma caridad en su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.»

Dios, que ha reunido pueblos diversos en la confesión de su Nombre, concede a todos los que han renacido en la fuente bautismal, una misma fe en su espíritu y una misma caridad en su vida.

Él nunca nos abandona.  Después de su Resurrección, sigue acompañándonos y enseñándonos como debe ser nuestro esfuerzo cotidiano por ser santos.

El Buen Pastor, nunca deja a sus ovejas, y esta vez nos lo confirma al salir al encuentro de sus queridos y temerosos amigos, mostrándoles las marcas de la dolorosa y gloriosa cruz, comiendo ante ellos y abriendo sus corazones para que comprendan lo que las Escrituras decían de su Muerte y Resurrección.

De las Catequesis de Jerusalén

El Bautismo es signo visible de la Pasión de Cristo

Fuisteis conducidos a la sagrada piscina bautismal, del mismo modo que Cristo fue llevado desde la cruz al sepulcro preparado.

Y se os preguntó a cada uno personalmente si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y, después de haber hecho esta saludable profesión de fe, fuisteis sumergidos por tres veces en el agua, y otras tantas sacados de ella; y con ello significasteis de un modo simbólico los tres días que estuvo Cristo en el sepulcro.

Porque, así como nuestro Salvador estuvo tres días con sus noches en el vientre de la tierra, así vosotros imitasteis con la primera emersión el primer día que estuvo Cristo en el sepulcro, y con la inmersión imitasteis la primera noche. Pues, del mismo modo que de noche no vemos nada y, en cambio, de día nos hallamos en plena luz, así también cuando estabais sumergidos nada veíais, como si fuera de noche, pero al salir del agua fue como si salierais a la luz del día. Y, así, en un mismo momento moristeis y nacisteis, y aquella agua salvadora fue para vosotros, a la vez, sepulcro y madre.

Y lo que Salomón decía, en otro orden de cosas, a vosotros os cuadra admirablemente; decía, en efecto: Tiene su tiempo el nacer y su tiempo el morir. Mas con vosotros sucedió al revés: tiempo de morir y tiempo de nacer; un mismo instante realizó en vosotros ambas cosas: la muerte y el nacimiento.

¡Oh nuevo e inaudito género de cosas! No hemos muerto, ni hemos sido sepultados físicamente, ni hemos resucitado después de ser crucificados en el sentido material de estas palabras, sino que hemos llevado a cabo unas acciones que eran imagen e imitación de estas cosas, obteniendo con ello una salvación real y verdadera.

Cristo verdaderamente fue crucificado, fue sepultado y resucitó; y todo esto se nos ha dado a nosotros como un don gratuito, para que, siendo por la imitación partícipes de sus dolores, adquiramos, de un modo real, nuestra salvación .

¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo recibió los clavos en sus inmaculados pies y manos, y experimentó el dolor; y a mí, sin dolor ni esfuerzo alguno, se me da gratuitamente la salvación por la comunicación de sus dolores.

Nadie piense, pues, que el bautismo consiste únicamente en el perdón de los pecados y en la gracia de la adopción como era el caso del bautismo de Juan, que confería tan sólo el perdón de los pecados, sino que, como bien sabemos, el bautismo de Cristo no sólo nos purifica de nuestros pecados y nos otorga el don del Espíritu Santo, sino que también es tipo y signo sensible de su pasión. En este sentido exclamaba el apóstol Pablo: Cuantos en el bautismo fuimos sumergidos en Cristo Jesús fuimos sumergidos en su muerte. Por nuestro bautismo fuimos, pues, sepultados con él, para participar de su muerte.

Tomado de serviciocatolico.com


Viernes de la Octava de Pascua

Hch 4, 1-12
Sl 117
Jn 21, 1-14

Oración colecta

«Dios todopoderoso y eterno, que por el misterio pascual has restaurado tu alianza con los hombres, concédenos realizar en la vida cuanto celebramos en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.»

Por el Misterio pascual, Dios ha restaurado su alianza con los hombres. Pidámosle que nos conceda realizar en nuestras vidas todo lo que celebramos en la Fe.

Hoy, que el Señor nos invita a crecer en nuestra fe, y a echar las redes para pescar.  En el pasaje de la pesca milagrosa, las palabras del Señor Jesús resuenan en las fibras más profundas del corazón de los Apóstoles, disipando toda preocupación y temor existente en sus corazones, y  permaneciendo con ellos en un fraternal compartir.

De las Catequesis de Jerusal én

La unción del Espíritu Santo

Bautizados en Cristo y habiéndoos revestido de Cristo, habéis adquirido una condición semejante a la del Hijo de Dios. Pues Dios, que nos predestinó a la adopción de hijos suyos, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Por esto, hechos partícipes de Cristo (que significa Ungido), no sin razón sois llamados ungidos; y refiriéndose a vosotros dijo el Señor: No toquéis a mis ungidos.

Fuisteis hechos cristos (o ungidos) cuando recibisteis el signo del Espíritu Santo, todo se realizó en vosotros en imagen, ya que sois imagen de Cristo. Él, en efecto, al ser bautizado en el río Jordán, salió del agua, después de haberle comunicado a ella el efluvio fragante de su divinidad, y entonces bajó sobre él el Espíritu Santo en persona, y se posó sobre él como sobre su semejante.

De manera similar vosotros, después que subisteis de la piscina bautismal, recibisteis el crisma, símbolo del Espíritu Santo con que fue ungido Cristo. Respecto a lo cual, Isaías, en una profecía relativa a sí mismo, pero en cuanto que representaba al Señor, dice: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres.

Cristo no fue ungido por los hombres con aceite o ungüento material, sino que el Padre, al señalarlo como salvador de todo el mundo, lo ungió con el Espíritu Santo. Como dice Pedro: Dios ungió a Jesús de Nazaret con poder del Espíritu Santo; y en los salmos de David hallamos estas palabras: Tu trono, joh Dios!, permanece para siempre; cetro de rectitud es tu cetro real; has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

El Señor fue ungido con un aceite de júbilo espiritual, esto es, con el Espíritu Santo, el cual es llamado aceite de júbilo porque es el autor del júbilo espiritual; pero vosotros, al ser ungidos materialmente, habéis sido hechos partícipes de la naturaleza de Cristo.

Por lo demás, no pienses que es éste un ungüento común y corriente. Pues, del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu Santo, no es pan corriente, sino el cuerpo de Cristo, así también este santo ungüento, después de la invocación, ya no es un ungüento simple o común, sino el don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa. Tu frente y los sentidos de tu cuerpo son ungidos simbólicamente y, por esta unción visible de tu cuerpo, el alma es santificada por el Espíritu Santo, dador de vida.

Tomado de serviciocatolico.com


Sábado de la Octava de Pascua

Hch 4, 13-21
Sl 117
Mc 16, 9-15

Oración colecta

«Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han nacido por el bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.»

Dios, que con la abundancia de su gracia no cesa de aumentar el número de sus hijos, mira con amor a los que ha elegido como miembros de su Iglesia, para que, renacidos por el bautismo, obtengamos también la resurrección gloriosa.

El Señor Jesús Resucitado una vez más aparece a sus apóstoles, corrigiendo su incredulidad, y exhortándolos a salir por todo el mundo y anunciar su Evangelio a todas las personas.

De las Catequesis de Jerusalén

El pan celestial y la bebida de salvación

Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó a pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo.» Y tomando el cáliz, después de pronunciar la Acción de Gracias, dijo: «Tomad y bebed, ésta es mi sangre. » Por tanto, si él mismo afirmó del pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó: Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?

Por esto hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el cuerpo y sangre de Cristo. Se te da el cuerpo del Señor bajo el signo de pan, y su sangre bajo el signo de vino; de modo que al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo te haces concorpóreo y consanguíneo suyo. Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre.

Así, como dice San Pedro, nos hacemos participantes de la naturaleza divina.

En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Pero, como ellos entendieron estas palabras en un sentido material, se hicieron atrás escandalizados, pensando que los exhortaba a comer su carne.

En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero, como eran algo exclusivo del antiguo Testamento, ahora ya no existen. Pero en el nuevo Testamento hay un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan es apropiado al cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la naturaleza del alma.

Por lo cual, el pan y el vino eucarísticos no han de ser considerados como meros y comunes elementos materiales, ya que son el cuerpo y la sangre de Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos sugieren lo primero, hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos enseña la fe.

Adoctrinados e imbuidos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo; respecto a lo cual hallamos la antigua afirmación del salmo: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro. Da, pues, fuerzas a tu corazón, comiendo aquel pan espiritual, y da brillo así al rostro de tu alma.

Ojalá que con el rostro descubierto y con la conciencia limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Tomado de serviciocatolico.com


Domingo II de Pascua

Hch 5, 12-16
Sl 117
Ap 1, 9-11.12-13.17-19
Jn 20, 19-31

Oración colecta

«Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.»

La Resurrección del Señor nos trajo una vida nueva, por la que él vive en nosotros por su Espíritu. Hay un llamado claro a creer, a abrir de par en par la puerta del corazón para que el inmenso don de la Reconciliación traída por Cristo, entre en la vida de cada uno de nosotros.

Cristo Resucitado, está con nosotros. Acompaña, con su poder, la marcha de la historia. El Señor Jesús está presente en la comunidad de los creyentes, en la Palabra de Dios, en el servicio fraternal, en el misterio y en la Eucaristía. Con fe, esperanza y caridad, vivamos la vida nueva que nos trae el Señor Jesús Resucitado.

De los Sermones de San Agust ín, obispo

La nueva creatura en Cristo

Me dirijo a vosotros, recién nacidos por el bautismo, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, complacencia del Padre, fecundidad de la Madre, germen puro, grupo recién agregado, motivo el más preciado de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y mi corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor.»‘

Os hablo con palabras del Apóstol: Revestíos de Jesucristo, el Señor, y no os entreguéis a satisfacer las pasiones de esta vida mortal, para que os revistáis de la vida que habéis revestido en el sacramento. Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judío y gentil, ni entre libre y esclavo, ni entre hombre y mujer- todos sois uno en Cristo Jesús.

Ésta es precisamente la eficacia del sacramento: se trata en efecto, del sacramento de la vida nueva, la cual empieza en el tiempo presente por el perdón de todos los pecados pasados, y llegará a su plenitud en la resurrección de los muertos. Por nuestro bautismo fuimos sepultados con él, para participar de su muerte; para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros vivamos una vida nueva. Ahora camináis en la fe, mientras vivís desterrados en este cuerpo mor-tal, lejos del Señor; pero el mismo Jesucristo, al dignarse asumir por nosotros la condición humana, se ha convertido para vosotros en el camino seguro hacia él, al cual os dirigís. Es grande, en efecto, la bondad que tiene reservada para sus fieles, y que descubrirá y completará para los que se acogen a él, cuando llegue el momento de la posesión efectiva de aquello que ahora hemos recibido sólo en esperanza.

Hoy hace ocho días de vuestro nacimiento espiritual; hoy recibís el complemento del sello de la fe, lo cual, en los padres antiguos, se realizaba por la circuncisión de la carne, al octavo día del nacimiento carnal.

Pues el mismo Señor, al despojarse de la mortalidad de la carne por su resurrección y al hacer resurgir un cuerpo no distinto del de antes, pero sí libre para siempre de la muerte, señaló con su resurrección el día del domingo, que es el tercero después de la pasión, es el octavo después del sábado, según la numeración de días, pero que es al mismo tiempo el primero.

Por esto también vosotros, si habéis sido resucitado con Cristo aunque todavía no de hecho, pero sí ya con esperanza cierta, porque habéis recibido el sacramento de ello y las arras del Espíritu, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros con él, revestídos de gloria.

Tomado de serviciocatolico.com

 

 

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