Miércoles. Segunda Semana de Adviento

Mateo 11, 28-30

Autor: Pablo Cardona

«Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mateo 11, 28-30)

1º. Jesús, quieres aliviarme de mis fatigas y agobios y, para conseguirlo, me dices que coja tu yugo.

¿Cómo es posible que llevando aún más carga, vaya más ligero?

Si la vida tiene ya tantas dificultades, ¿para qué liarme más?

El secreto está en que tu yugo me tira para arriba; no es un peso muerto, sino que es como unas alas que -aunque pesen- me permiten volar.

Jesús, vivir como Tú me enseñas cuesta un poco.

Y, a veces, algo más.

Pero si te sigo en serio, mi vida se llena de sentido -de misión-, y entonces, cualquier esfuerzo vale la pena, y cada sacrificio es un nuevo motivo de gozo interior.

Y ya no me acuerdo del peso de tu yugo, como el ave no se fija en el peso de sus alas, y comprendo perfectamente por qué dices: «mi yugo es suave y mi carga ligera».

Jesús, he de aprender de Ti, que eres «manso y humilde de corazón.»

En el contexto del Evangelio, «aprender» no significa simplemente comprender teóricamente -como cuando se estudia una fórmula matemática- sino adquirir esas virtudes de las que hablas.

Y las virtudes se adquieren con repetición de actos.

Es decir, me pides que haga actos de humildad y mansedumbre, que en el fondo están bastante relacionados.

El soberbio no tiene paciencia con los errores de los demás, o con lo que él cree que son errores.

Ni tampoco sabe reconocer los suyos propios.

El humilde, en cambio, vuelve a empezar sin nerviosismos, y no se exaspera ante las limitaciones de los que le rodean.

«Conviene no forjarnos ilusiones. La paz de nuestro espíritu no depende del buen carácter y benevolencia de los demás. Ese carácter bueno y esa benignidad de nuestros prójimos no están sometidos en modo alguno a nuestro poder y a nuestro arbitrio. Esto sería absurdo. La tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los efectos ridículos de la ira debe estar en nosotros y no supeditarlo a la manera de ser de los demás. El poder superar la cólera no ha de depender de la perfección ajena, sino de nuestra virtud». (Casiano).

 

2º. «¿ Qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento? No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez. Si en el libro de los Proverbios se comenta que el justo cae siete veces al día, tú y yo -pobres criaturas- no debemos extrañarnos ni desalentarnos ante las propias miserias personales, ante nuestros tropiezos, porque continuaremos hacia adelante, si buscamos la fortaleza en Aquel que nos ha prometido: «venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré». Gracias, Señor porque has sido siempre Tú, y sólo Tú, Dios mío, mi fortaleza, mi refugio, mi apoyo.

Si de veras deseas progresar en la vida interior sé humilde» (Amigos de Dios.-131).

Jesús, la humildad es básica en mi vida cristiana.

Sin humildad, no puedo progresar en la vida interior.

Pero la humildad no es algo que se tiene o no se tiene, sino algo que crece o disminuye; una cualidad que tengo que aprender, y que también puedo olvidar si no la cuido.

«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.»

Jesús, prometes paz y descanso en el alma de los humildes. Y esto es así porque el humilde no se cree perfecto y no se hunde cuando falla.

Al contrario, ante los errores personales, el alma humilde se levanta en seguida, pide perdón, y vuelve a luchar con más ímpetu que antes, buscando la fortaleza, el refugio y el apoyo de tu gracia.

Jesús, enséñame a ser humilde, a volver a empezar una y otra vez si hace falta, con santa tozudez.

Que no me crea impecable, que no me alce por encima de los demás, pues cuanto más me alce, más fuerte será la caída.

Dame esa humildad de corazón, y entonces, ¿qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento?

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