Viernes, 7 Semana del Tiempo Ordinario

Marcos 10, 1-12

Pablo Cardona

«Saliendo de allí llegó a la región de Judea, al otro lado del Jordán; y otra vez se congregó ante él la multitud y como era su costumbre, de nuevo les enseñaba. Se acercaron entonces unos fariseos que le preguntaban para tentarle, si es lícito al marido repudiar a su mujer El les respondió: ¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: Moisés permitió darle escrito el libelo de repudio y despedirla. Pero Jesús les dúo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este precepto.

Pero en el principio de la creación los hizo Dios varón y hembra: por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola carne. Por tanto lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Una vez en la casa, sus discípulos volvieron a preguntarle sobre esto. Y les dice: Cualquiera que repudie a su mujer y se una con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.» (Marcos 10, 1-12)

I. Jesús, hoy me hablas de la indisolubilidad del matrimonio: y «serán los dos una sola carne. Por tanto lo que Dios unid, no lo separe el hombre.»

El matrimonio no es a prueba, ni es un estado transitorio, ni tampoco una asociación con otra persona para estar más acompañado.

El matrimonio es la alianza de un hombre y una mujer para formar una familia, una entidad indivisible por naturaleza.

Por eso Dios los une en «una sola carne.»

Pero los hombres podemos separar lo que Tú has unido, igual que podemos destrozar la naturaleza que Tú has creado.

Jesús, la doctrina que has dejado es clara: «cualquiera que repudie a su mujer o a su marido y se casa con otro, comete adulterio,» que es un pecado mortal por dos motivos: por ir contra la virtud de la pureza, y por ir contra la virtud de la justicia.

El adulterio destroza la pureza del alma -la capacidad de amar- fortaleciendo el egoísmo.

Pero además destroza la familia, produciendo injustamente en otras personas daños que son muy difíciles de reparar.

Como ocurre con todo pecado, el divorcio y el adulterio no son malos por ser «pecado», sino que son pecado porque son malos: son malos para la persona que los comete, porque la hacen menos persona -la deshumanizan- y, por ello, ofenden a Dios, su creador Jesús, ante una sociedad permisiva que se está deshumanizando cada vez más.

Ayúdame, Señor, a ser ejemplo de vida limpia, de vida cristiana; ayúdame a vivir como quien se sabe hijo de Dios, buscando siempre la gracia de tus sacramentos.

 

II. «Me conmueve que el Apóstol califique al matrimonio cristiano de «sacramentum magnum» -sacramento grande. También de aquí deduzco que la labor de los padres de familia es importantísima.

-Participáis del poder creador de Dios y, por eso, el amor humano es santo, noble y bueno: una alegría del corazón, a la que el Señor -en su providencia amorosa- quiere que otros libremente renunciemos.

-Cada hijo que os concede Dios es una gran bendición divina: ¡no tengáis miedo a los hijos!» (Forja.- 691)

Jesús, hoy más que nunca, la labor de los padres de familia es importantísima.

Hace falta que muestren al mundo -con su vida ejemplar y entregada- que la familia es el trabajo más importante, la mejor contribución a la sociedad, y un gran medio de santificación y apostolado.

Además, la familia es la primera y primordial escuela para los hijos: el lugar natural -y a veces, el único- en el que pueden aprender a ser generosos, a servir, y a tratar a los demás no por lo que tienen sino por lo que son.

«La familia es la «célula original de la vida social». Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad» (C. I. C.- 2207).

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