Dos son los apóstoles que llevan el nombre de Santiago. Se les suele diferenciar por el sobrenombre de Mayor y Menor, pero no siempre se pueden distinguir bien sus actividades
En castellano se les nombra Santiago como una contracción de San Jacobo. Quizá se ha realizado este cambio por la popularidad de Santiago el Mayor al cual se le atribuye una buena parte de la primera evangelización de la Hispania romana. Sus restos se veneran en la ciudad que lleva su nombre en Galicia, y constituyen una de las raíces de la Europa cristiana por las numerosísimas peregrinaciones para venerar sus reliquias. Los caminos a Santiago fueron auténticas arterias de comunicación religiosa y cultural en casi todo el continente.
El nombre del Patriarca Jacob significa «Dios protege o guarda», aunque ha prevalecido otra traducción menos literal y más popular de «suplantador» por sus batallas felizmente conseguidas para que la bendición de su padre Isaac -y por tanto la continuidad con la alianza realizada por Dios con Abraham- le pasase a él en lugar de su hermano gemelo, pero primogénito, Esaú. Es un nombre muy querido por los israelitas de todos los tiempos.
Uno de los Santiagos es hijo de Zebedeo y Salomé -mujer que se contaba entre las que permanecieron fieles al pie de la Cruz de Jesús- y hermano de Juan el evangelista. A este se le suele llamar el Mayor, quizá porque fue uno de los cuatro primeros apóstoles.
El otro – el Menor por tanto- es hijo de Alfeo y una de la Marías también discípula del Señor, y como Salomé, fiel al pie de la Cruz. Ambos apóstoles proceden de ambientes familiares de gran calidad humana y religiosa, lo que nos permite ver en ellos una estabilidad y fidelidad bien fundamentada desde su infancia.
Hijos del Trueno
Si Jesús llama «hijos del trueno»a los hermanos Juan y Santiago es porque su carácter debía tener algo que ver con el estruendoso tronar en las tormentas. No parece el modo de ser de los dos hermanos algo fluído y blandengue, sino más bien algo fogoso y fuerte.
Un error demasiado frecuente entre personas que entienden poco de vida espiritual es confundir la bondad con la bondadosidad. Piensan que el santo es alguien tan espiritual que no tiene pasiones, y, que, por tanto, nada puede alterarle; es más, llegan a imaginarse al santo como alguien dulce, suave, impasible, poco dado a actos valientes; algo como entre indiferente y pasivo. Pero ese extraño ser, que desconoce las luchas de los humanos, es una inhumana caricatura de santo y de hombre. No son los santos unos raros especímenes sin energía y sin fuerza. Flaco servicio hacen a la santidad al mostrar esos seres deformes.
Es cierto que la fortaleza del santo le llevará a la paciencia y a callar muchas cosas; pero de ahí a no saber levantar la voz cuando conviene o a imponer la fuerza serena ante la injusticia, aunque sea a costa de la propia vida, hay un abismo. Jesús alaba al Bautista diciendo que no es «una caña movida por el viento», él mismo es un buen ejemplo de vigor cuando expulsa a los mercaderes del Templo y derriba las mesas con visible enojo, de tal modo que los discípulos se acordaron de una palabras de un salmo que dicen «el celo de mi casa me devora» . Debía ser visible en el rostro del Señor la santa indignación ante los abusos evidentes: el tono de su voz sería tan fuerte que todos se debieron sentir llenos de temor y nadie se atrevió a ofrecer resistencia. Esto es lo que los hombres llamamos personalidad o carácter.
Santiago y Juan eran dos hombres de temperamento fuerte. Sobre esta base tendrán que labrar su carácter según ese equilibrio de virtudes de la santidad. Un ejemplo muestra con viveza el modo de ser de los hermanos. «Cuando estaba para cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén». El ambiente era ya tenso, ha transcurrido un tiempo de vida pública y le siguen muchos, pero la oposición parece más fuerte aún por la notoriedad de los que no quieren creer en Jesús, y, además, buscan matarle. De ahí que Lucas destaque la firmeza de Jesús en subir a Jerusalén. Antes les ha dicho a los suyos con fuerza: «grabad en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Pero ellos no entendían este lenguaje, y les resultaba tan oscuro que no lo comprendían» . También les corrige porque quieren impedir que otros hagan milagros en nombre del Señor. La imperfección de los discípulos es patente en ambos casos.
La necesidad de formar su carácter es clara en otro suceso acaecido cuando pasaron por una aldea de samaritanos. En la subida a Jerusalén desde Galilea era habitual que se tomase el camino que no pasa por Samaria por la enemistad entre judíos y samaritanos. Esta enemistad provenía de que los samaritanos descendían de la fusión de los antiguos hebreos con los gentiles que repoblaron la región de Samaria en la época del cautiverio asirio (siglo VIII a. C.).
A este motivo se unían otros de tipo religioso: los samaritanos habían mezclado con la religión de Moisés ciertas prácticas supersticiosas, y no reconocían el Templo de Jerusalén como el único lugar donde se podían ofrecer sacrificios. Construyeron su propio templo en el monte Garizin, que oponían al de Jerusalén; por esta razón, al darse cuenta de que Jesús se dirigía a la Ciudad Santa, no quisieron hospedarle .
Jesús «envió por delante unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, y no le acogieron, porque daban la impresión de ir a Jerusalén» . La situación era irritante, pues a la falta de fe se unía la ausencia de caridad. La pequeña expedición debía dormir al raso, y aunque estuviesen acostumbrados, no dejaba de ser una contrariedad, que unida a otras lleva al enfado tronante de Santiago y Juan, los cuales, «al ver esto, dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» .
No se andan con chiquitas los hermanos pues la indignación les lleva a pedir la muerte a fuego de aquel pueblo entero. Ni siquiera se limitan a buscar culpables, y mucho menos se conforman ante una dificultad que podemos llamar menor, sino que quieren consumir a todos en el dolor y la venganza. Nosotros podemos imaginar el rostro encendido de los hermanos, verdaderos hijos de un trueno, tronando de verdad; aunque, eso sí, antes de pasar a la acción violenta y vengativa, piden permiso al Señor, y cuando les corrige rectifican con la misma rapidez. Lo suyo era una tormenta de verano, pero pobre del que esté cerca cuando truene, pues un rayo mal dirigido puede fulminarle.
La escena concluye de un modo admirable, pues Jesús «volviéndose, les reprendió» , la palabra latina es «increpavit», que bien puede traducirse por «increpó», o «riñó», más expresivas. No es de extrañar que Jesús elevase la voz y emplease palabras fuertes. No se puede educar a hombres que tienden a la violencia con dulces frases acarameladas. En diversos códices se recoge una frase que no está en la actual traducción Neovulgata por no encontrarse en todos los códices, y dice así: «No sabéis a qué espíritu pertenecéis. El Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos» . Y los buenos, aunque violentos, Santiago y Juan, debieron sentir un duro dolor al oir que no eran buenos discípulos, ni entendían lo que continuamente oían y veían. Pero la verdad es la verdad, y un silencio de Jesús les habría hecho más daño que decirles la cosas claras, bien sea con dulzura o con fuerza.
La escena acaba con la siguiente frase: «Y se fueron a otra aldea» . Es decir, rectifican, aprenden a dominar su temperamento, reconducen su fuerte carácter. A partir de aquel momento sabrán mejor lo que es paciencia y caridad, también con los enemigos. Se necesita mucha más fuerza para padecer injusticia, que para dejarse llevar por la ira.
Santiago y Juan eran hombres de carácter, por eso deben formar personalidad. Se advierte ese temperamento cuando se hacen discípulos de un hombre de fuego como el Bautista , que realmente no era una caña movida por el viento, como suele ser la mayoría. También se ve cuando siguen a Jesús con decisión. Pero sobre todo se advierte su carácter decidido en su vocación, cuando al decirles Jesús «sígueme», a pesar de que estaban remendando sus redes, «ellos, al instante, dejaron la barca y a su padre, y le siguieron» ; no algo más tarde, sino al instante, con prontitud, con energía, con valentía, pase lo que pase, pues ya han pensado bastante: no podían ser unos cobardes. Cierto que no dejaron sólo a su padre, pues tenía jornaleros, como señala Lucas, pero es muy de suponer que Zebedeo, conociendo bien el carácter de sus hijos y siendo muy probablemente un buen hombre, no se atreviese a oponerse a la firme decisión de esos hijos tan maduros, aunque fuesen jóvenes y inexpertos.
Por otra parte, es posible detectar que, a pesar de las continuas correcciones que tienen que experimentar los más temperamentales de los apóstoles, no le disgusta demasiado ese talante a Cristo, pues de hecho los tres más destacados entre los doce son hombres de este estilo: Pedro, Juan y Santiago. Ciertamente tiene que corregirlos, lo hace cuando es necesario, y con fuerza; pero más duras son las quejas del Señor ante los hipócritas o los insinceros, almas tortuosas y complicadas cuyo modelo suelen ser los fariseos. «De las mismas piedras puede el Señor sacar hijos de Abraham…Pero hemos de procurar que la piedra no sea deleznable. De un pedrejón sólido, aunque sea informe, puede labrarse un sillar estupendo» .
Espectador privilegiado
Santiago, con su hermano Juan y Pedro, forma parte de un grupo privilegiado dentro de los elegidos. Los Doce serán testigos de la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor, pero estos tres podrán observar más de cerca, separados del resto, algunos momentos especiales de la vida del Maestro. ¿Por qué actuó así el Señor?. Podemos pensar que por alguno motivo de conveniencia, a pesar de ser imposible llegar a todo el fondo del querer divino .
Convenía que Pedro, por ser la piedra sobre la que Cristo edificará su Iglesia, estuviese enterado del mayor número de cosas necesarias para su futura misión. Juan es el primer discípulo y el más destacado en la vida espiritual, y parece poseer un cierto primado en la caridad por su finura interior tantas veces destacada en los evangelios. Pero no es tan claro el caso de Santiago. Sólo podemos intuir dos razones en la mente divina: ser uno de los primeros -lo cual no basta pues también en esta situación estaba Andrés-, pero quizá sea una razón mayor la previsión divina de que Santiago será el primer mártir entre los apóstoles.
Sea cual fuere la razón más profunda podemos ver a Santiago, Juan y Pedro presentes en la resurrección de la hija de Jairo, en la Tranfiguración de Jesús en el monte Tabor y en la agonía de Nuestro Señor en el huerto de los Olivos. Un hilo conductor une los tres episodios, tan distintos entre sí: en todos están presentes la muerte y la vida de una manera extraordinaria.
Antes de introducirnos en una meditación más detenida de estos episodios, conviene tener en cuenta las dos caras de esta situación de privilegio. Por un lado parece algo dichoso y superior a lo experimentado por los demás, y lo es: son partícipes entrañables de la intimidad del Maestro. Pero hay otro aspecto no desdeñable a tener en cuenta: a mayor sabiduría, mayor resposabilidad. De hecho, en dos de estos hechos Jesús les manda guardar silencio sobre lo visto. «Les mandó que no dijesen a nadie lo sucedido» tras la resurrección de la pequeña , y después de la tranfiguración «al bajar del monte, Jesús les ordenó no decir a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos. Y guardaron firmemente en su interior lo sucedido» . La agonía en el huerto no concluye con una prohibición de hablar, pero la intensidad de los hechos y lo sucedido con posterioridad hacen inútil este consejo.
Era dulce al paladar la confianza del Maestro. Fue maravilloso poder ver levantarse a la niña de doce años a quien todos daban por muerta. Las sensaciones en el monte Tabor son extraordinarias, como ellos mismos contaron, pues al transfigurarse Jesús ante sus ojos atónitos «su rostro brilló como el sol y sus vestidos quedaron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías, y escucharon la palabra venida de lo alto que decía: «éste es mi hijo, el Amado, escuchadle» . Difícilmente se puede pedir más alegría para la inteligencia, para la voluntad y para los sentidos que la experimentaron en aquel extraordinario momento.
Pero la revelación fue también amarga en sus entrañas, porque Dios ponía un peso imponente sobre sus espaldas, generosas pero débiles. Tras la transfiguración, brevísima según su relato, pues breve es siempre lo gozoso y lento lo doloroso, Jesús les revela de nuevo, con mayor amplitud, lo que seis días antes había dicho a todos, que va a padecer a causa de los pecados de los hombres.
Nosotros podemos imaginar el estado de ánimo de aquellos hombres. De una parte, gozo al ver lo divino con sus ojos mortales: un trozo de cielo se abría delante de ellos. De otra, la revelación de que ese Dios, fuente de gozo y felicidad, quiere padecer por los hombres. Vislumbrar la vida divina es gozo, pero al mismo tiempo responsabilidad, como cuando los hijos mayores son tratados por su padre haciéndoles partícipes de sus cuitas. Conviene que vean un poco la calidad del Amor divino que llega hasta la entrega plena de pasar por el dolor más terrible para salvar a los pecadores. Les costaría aceptar que Jesús tuviese que padecer, ¡Había tantos otros métodos de salvar a los hombres!, pero tenían que aprender a pensar a lo divino, y eso no es fácil.
Por otra parte, podemos ver en la transfiguración un detalle de cariño de Jesús con aquellos que tanto le querían. Cuando ellos viesen el cuerpo destrozado de Cristo en la cruz, podrían recordar el cuerpo glorioso transfigurado. El Tabor podía iluminar el Calvario con su recuerdo feliz; aunque, de hecho, no parece que fuera suficiente, pues todos sucumbieron al miedo.
La agonía de Jesús en el huerto debió ser una prueba de amistad. Los tres querían ayudar al Señor cuando le oyen decir: «Triste está mi alma hasta la muerte» . Pero poco pueden hacer salvo colocarse al lado del Señor, y, cuando quiere soledad para rezar con aquella grandísima intensidad, intentan también hacer oración, a pesar del extraño sueño que les derrota una y otra vez. Santiago, Juan y Pedro -quizá entre sueños- pueden oir a Jesús su entrecortada plegaria a gritos cuando clama: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» . También verían al ángel que le confortaba con poco éxito, y el renovado fervor con que Jesús insiste en la misma oración, hasta el momento en que sudó gruesas gotas de sangre que caían hasta el suelo. Duros debieron ser aquellos momentos para los tres hombres. Íntimos lo fueron en verdad, pero dura era esa amistad que tanto dolor les daba en aquellos momentos.
Podemos
Esta sola palabra -«podemos»- serviría para inmortalizar a los dos hijos de Zebedeo. Con ella contestaron a Jesús cuando éste les lanza una la dura pregunta cuyo entendieron plenamente: «¿Podéis beber el caliz que yo he de beber?» . Jesús acababa de anunciar por tercera vez su Pasión con muchos detalles de los padecimientos que sufrirá. Es cosa clara la relación entre ese anuncio y el cáliz que Jesús va a beber. Se trata de la entrega total en un sacrificio perfecto. Santiago y Juan -algo avergonzados por la poco sobrenatural petición de su madre- sintonizan de nuevo con lo que Jesús enseña con perseverancia: la entrega total, cueste lo que cueste. Y se declaran dispuestos a todo una vez más.
Este episodio nos revela la personalidad del apóstol Santiago, muy unida en este punto a la de su hermano Juan. Ambos son hombres valientes y de carácter. Uno no hace sombra al otro, pues se entienden muy bien. Además de hermanos se entienden son amigos íntimos. Incluso la respuesta «podemos» es pronunciada en plural, como si ninguno de los dos dude de la decisión y la generosidad del otro. La coincidencia fraternal y humana de estos dos grandes apóstoles es patente.
La rapidez de la contestación es similar a otras muchas decisiones de su vida. No son hombres dubitativos, como suelen ser los cobardes o los indecisos. No lo fueron cuando al escuchar al Bautista que señala a Jesús como Mesías le siguen con prontitud. Tampoco tardaron en dejar todas las cosas al instante para seguir al Señor cuando les llama.
Todo nos habla de una personalidad generosa y encendida unida a una fe que no se conforma con ir pasando el tiempo con las pequeñas tranquilidades que suele dar la mediocridad del pequeño-burgués.
La contestación «podemos»(¡audaz afirmación!) sorprende, pues es decir que pueden seguir a Cristo hasta el final; ¿será presunción o vanidad?, ¿en qué fuerzas se apoyan para decir que pueden ser fieles a Dios pase lo que pase?. Si se apoyasen en sus solas fuerzas sería insuficiente la certeza; pero apoyarse en Dios es señal de esperanza.
Es frecuente hablar de caridad al pensar en el seguimiento de Cristo. Es el resumen y la condición de todo comportamiento. También se mira la fe como algo esencial, pues sin fe no se puede agradar a Dios. Pero la esperanza parece menos considerada, cuando es imposible amar y creer hasta el final si se pierde la esperanza. La respuesta «podemos» nos habla de esperanza, pues sin ella se deja de luchar y el desaliento se adueña del alma.
Es cierto que la esperanza es un don de Dios, como la fe y la caridad, pero también es una tarea humana . La fe pone luz en la mente y exige el asentimiento y la colaboración de la razón que busca entender. La caridad llena los deseos más hondos del alma, pero requiere entrega concreta y no sólo sentimientos más o menos tiernos. La esperanza da seguridad y optimismo para alcanzar la meta, pero no se da sin lucha y voluntad decidida en poner los medios. «No se conforma Jesús con un asentimiento titubeante. Pretende, tiene derecho, a que caminemos con entereza, sin concesiones ante las dificultades. Exige pasos firmes, concretos; pues, de ordinario, los propósitos generales sirven para poco… por eso, me convenceré de que tus intenciones para alcanzar la meta son sinceras, si te veo marchar con determinación» . Estas palabras del beato Josemaría están en la misma línea de la «determinada determinación» tan recomendada por Santa Teresa de Jesús y vivida por todos los santos.
Es muy posible que la determinación de Santiago y Juan conmoviese de nuevo a Jesús pues sabía bien que no eran dos niños fácilmente entusiasmables pero inconstantes, sino hombres de verdad.
Jesús aprovecha la inconveniente petición de la madre de Santiago y Juan pidiendo un puesto a los dos lados de Jesús cuando llegue a su reino, para pedirles una fe esperanzada suceda lo que suceda, y les dice: «beberéis mi cáliz, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo, sino que es para quienes ha dispuesto mi Padre» . Y la respuesta les dió seguridad para ser fieles y poder ser discípulos del Maestro amado, a pesar que no se les ocultaban las dificultades. Pronto experimentarán lo que enseña San Pablo: «ningún atleta será premiado si no luchare de veras» . De momento se les pide que rectifiquen la intención y busquen las realidades espirituales y no las vanidades humanas.
Protomártir de los apóstoles
Santiago fue el primer apóstol en dar su vida por Cristo de un modo sangriento, y el único de ellos del que se narra su martirio en la Sagrada Escritura. Debió acontecer el año 42 o 43, unos diez años después de la Muerte y Resurrección de Jesús.
Así lo narra Lucas en los Hechos de los Apóstoles: «Por aquel tiempo, el rey Herodes envió tropas para maltratar a algunos miembros de la Iglesia. Hizo morir por la espada a Santiago, hermano de Juan» . Lo que sucedía en aquel tiempo era la consolidación de la Iglesia en Jerusalén y en Israel como un grupo pequeño, pero ya notorio. Después de Pentecostés se convierten varios miles en poco tiempo, más tarde sigue un goteo constante, incluso de algún gentil como el centurión Cornelio y el etíope ministro de la reina Candaces. También en Samaria se predicó el evangelio y se dieron conversiones. Pero la acción de los apóstoles se centra sobre todo en Israel, como había hecho el Señor, y les resultaba difícil comenzar una expansión por todo el mundo de una manera decidida. Es significativa la importancia que da Lucas a la implantación de la fe en Antioquía y la eficacia de la predicación de Pablo en esta ciudad .
La situación no era fácil en Israel para los cristianos, pero tampoco angustiosa, pues gozaban de una cierta protección del dominador romano ante las iras de las autoridades judías. Los de Antioquía deciden enviarles recursos a través de Saulo y Bernabé, pues sus problemas debían ser económicos más que de persecución. Entonces Herodes desencadena la persecución contra algunos de los más señalados entre los cristianos. La razón es clara: «agradar a los judíos» .
Durante la Pasión, con ocasión del inicuo juicio a Jesús, se reconciliaron Herodes -tío del actual Herodes- y Pilatos. Ahora frente a los cristianos se van a reconciliar Herodes Agripa y los judíos enemigos de los cristianos. Los poderosos de Israel veían a los cristianos como un peligro y aprovecharon la malicia de Herodes, y su poder, para que se desate una persecución decisiva contra aquella llamada secta.
Pero los caminos de Dios son distintos de los caminos de los hombres. Dios de los males saca bienes, y de los grandes males, grandes bienes. La muerte de Santiago va a ser el detonante para una expansión fuera de Israel más decidida. Aquel sangriento hecho será una comprobación más de la dureza de corazón de los judíos que no quieren creer. Tras la muerte de Jesús, Pedro encuentra una disculpa sobre su indigno comportamiento diciendo que lo hicieron «por ignorancia» . La muerte de Esteban puede encontrar también una disculpa en la dureza y claridad del sermón del protomártir, de modo que su muerte puede verse como fruto de una explosión de ira repentina. Pero la muerte de Santiago, así como la detención de Pedro, unidas a muchas vejaciones menores les convencen -movidos por el Espíritu Santo- que deben dirigirse a los gentiles sin dilación.
Pero miremos los diez años de vida de Santiago tras la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Es impensable que un carácter tan fogoso permaneciese inactivo. Hoy se veneran sus reliquias en Galicia en la ciudad que lleva su nombre y las peregrinaciones a su sepulcro constituyeron una de las vías más fuertes para la formación de la Europa cristiana en la Edad media. Los historiadores han estudiado mucho esta cuestión. San Jerónimo (y otros padres junto a algunos apócrifos) señalan que Hispania fue evangelizada por alguno de los apóstoles. Un escrito del siglo VII (la traducción latina del «Breviarium apostolorum» bizantino) dice que el apóstol fue Santiago. Más tarde se añade la tradición de la predicación del apóstol en Cesar Augusta (actual Zaragoza) y la venida en carne mortal de la Virgen Santísima para alentarle en su labor.
No hacemos aquí un trabajo histórico, pero el motivo del traslado del cuerpo del Apóstol desde Jerusalén parece obvio. Escribe San Jerónimo: «El Espíritu ha dispuesto que cada uno repose en la región en la que evangelizó y enseñó». Estas noticias cuadran perfectamente con el carácter y la personalidad de Santiago el mayor, pues un apostolado vibrante y extenso es lógico en quien se entrega de una manera apasionada a Dios y recibe del mismo Cristo el mandato de predicar a todo el mundo. ¿No era Hispania el lugar más lejano hacia Occidente? «Pues vayamos a Hispania, acudamos al finis terrae, al fin de la tierra, nos urge el mandato del Señor». Tengamos en cuenta que atravesar el Mediterráneo era entonces cosa de pocas semanas, y recorrer la provincia de Hispania tampoco era algo demasiado dificultoso pues la civilización romana había dejado vías de comunicación de gran calidad. Las últimas investigaciones arqueológicas avalan la existencia de un sepulcro martirial del siglo I con inscripciones con el nombre del que la tradición dice que le trasladó. La ciencia avala la tradición.
Es comprensible que sus restos fuesen llevados por discípulos suyos a las tierras por él evangelizadas, evitando de paso posibles profanaciones y olvidos. Hoy Santiago es Patrón de España desde el lejano siglo IX y la invocación de su protección fue especialmente importante en la reconquista ante la expansión de los sarracenos.
La liturgia lo venera con el siguiente himno:
Que te alaben nuestros caminos,
Oh Santiago , a quien, desde las redes,
el Señor elevó a las cumbres.
Al saberte llamado, con tu hermano,
dejaste al punto las redes
para predicar con entusiasmo
su nombre y su doctrina.
Testigo de la virtud de su Diestra,
lo fuiste también de las escenas más sublimes:
su triste angustia en el Huerto
y su gloria excelsa en el Tabor.
Dispuesto y pronto a beber
el cáliz amargo de la pasión,
alcanzas, entre los Apóstoles, pronto
la primera palma del martirio.
Concédenos seguir de cerca en la tierra
los pasos del Señor para poder cantar en Cielo
el himno eterno de su gloria. Amén
Santiago el Menor, hermano de Jesús
El segundo Santiago es tan discreto que su persona llega a confundirse con el otro Santiago: se le llama el hijo de Alfeo, el hermano del Señor, el hijo de María la mujer de Cleofás.
Muchos estudios eruditos se han hecho sobre esta confusión y con el hecho de ser ser llamado «el hermano del Señor». Nosotros seguiremos la opinión más generalizada de que Santiago es hijo de Alfeo y la María que está al pie de la cruz , también llamada por Juan «María, la hermana de la madre de Jesús y esposa de Cleofás» . Se puede discutir esta cuestión, pues es necesario aceptar que Alfeo tiene también el nombre de Cleofás, pero no parece algo imposible. Algún autor afirma que este Alfeo era hermano de José lo que explica el parentesco . Jesús y Santiago el Menor eran primos hermanos por parte de padre según el modo actual de nombrarse los familiares; en aquella época y lugar se llaman hermanos a los parientes de distinto grados. Hoy también es frecuente este uso en muchas culturas.
Por otra parte, parece cosa probada que Judas Tadeo es hermano de Santiago , y, por tanto, también pariente del Señor . El hecho de llamarle Tadeo es posible que se deba al intento de los evangelistas de disipar cualquier confusión con Judas Iscariote.
Nosotros podemos intuir, casi deducir, algunos hechos que nos revelan la proximidad a Jesús. De un lado, no se nombra el modo como los dos hermanos conocieron y siguieron a Jesús, simplemente cuando llega el día decisivo les llama y le siguen. No es impensable un gran conocimiento previo y una cercanía notable. También llaman la atención algunas cracterísticas de Judas Tadeo y Santiago. Ambos son muy discretos, como si un propósito deliberado les llevase a procurar que nadie pensase de que su parentesco con el Señor les permitiese confianzas o privilegios: dan la impresión que buscan deliberadamente pasar inadvertidos. Ambos tienen autoridad natural y buena educación. Esto se advierte en el nombramiento de Santiago como cabeza de la Iglesia en Jerusalén. Sus cartas reflejan una fuerte personalidad (ya veremos más detenidamente esos escritos). Precisamente el hecho de escribir refleja una costumbre adquirida en la juventud, y, además, sus escritos muestran un dominio grande de la Sagrada Escritura. ¿No es normal que dos hermanos se parezcan en puntos tan importantes?
Santiago el Menor debió conocer a Jesús en la infancia y es muy probable que gozasen de una cierta intimidad por la semejanza de edad. Los primos que viven en el mismo pueblo es natural que jueguen, hablen, recen y trabajen juntos. Así se explica la buena formación de este hombre con influencias claras de la Virgen Santa. Santiago maneja bien la Sagrada Escritura, es muy fuerte de carácter, sabe estar en su sitio con discreción, y cuando debe actuar, actúa. Esa manera de ser no se improvisa. ¿Cómo no ver la influencia de Jesús, María y José en los familiares, aunque se diesen con la normalidad y la discreción de la vida oculta en Nazaret?.
Cierto que no todos los familiares reaccionaron igual ante Jesús cuando éste se manifiesta como Mesías. Pero los malos modos de algunos, quizá la mayoría, no impide que Santiago, Judas Tadeo y su madre María de Cleofás reaccionen con fe. Esa fe es más meritoria pues nada extraordinario hizo Jesús en los treinta años de estancia en Nazaret. Pero también tenían la ventaja de vivir la vida de trato con Dios con una intensidad y perfección propias de los que tienen por amigo y pariente al mismo Hijo de Dios hecho hombre.
Grande fue su sufrimiento cuando otros familiares llaman loco a Jesús , o, simplemente, se admiren de su sabiduría, pues no había estudiado en ninguna de las escuelas del país, sino que simplemente era un artesano como su padre José , y además no creyeron en la mesianidad de Jesús. Algo íntimo debió romperse en el interior de Judas Tadeo y Santiago al decidirse a seguir como Maestro y Mesías a su pariente y amigo, pues representaba cortar con el resto de la familia en cierta manera hostil al Señor. Los familiares dirían que iban a unirse al loco de Jesús. No es difícil imaginar los comentarios ante la marcha de Santiago y Judas con Jesús: «No sólo está loco este Jesús, sino que ha embaucado a estos dos buenos chicos», «qué poca cabeza tienen: siendo tan buenos como son, se han dejado engañar». Estas y otras lindezas semejantes debieron escucharse por todo Nazaret. ¿Qué hacer? Pues lo que hicieron. Primero Dios, después la familia, aunque dé la imprensión de que se corta con ellos y seguir el camino divino; el tiempo hablará de la verdad y el acierto de la elección. El verdadero cariño es cumplir siempre la voluntad de Dios, por encima de todas la consideraciones humanas. Es muy posible que la mirada del Señor se dirigiese de un modo especial a ellos cuando «vinieron su madre y su parientes; se quedaron fuera y le enviaron recado para avisarle. Estaba sentada la gente alrededor de él y le dijeron: Tu madre y tus parientes están fuera y te buscan: Y les respondió: ¿Quién es mi madre y mis parientes? Y, dirigiendo una mirada a los que estaban sentados alrededor de él dijo: He aquí mi madre y mis parientes. El que hace la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» . Y la mirada cariñosa de Jesús les compensa de la pena de haber tenido que cortar con los familiares.
El primer Concilio
Santiago escribió su epístola, llamada católica con el tema central del Concilio de Jerusalén celebrado en torno al año 50. Su papel en esta asamblea tan importante de la primitiva iglesia es casi decisivo. Da la impresión de haber meditado con detenimiento la cuestión que se debate allí.
La unidad de la Iglesia se manifiesta llena de riqueza en aquellos primeros años de la expansión de la fe por el mundo. La Iglesia es Una y toma su unidad del mismo Dios.
Pero eso no quiere decir que esté privada de la riqueza de diversos modos de ser y de sentir. Unidad no significa uniformidad. Unidad significa unión en lo necesario y variedad en lo demás. El Espíritu Santo enriquece a la Iglesia con gran riqueza de carismas distribuyéndolos para el bien del conjunto, y todos actúan con la libertad de los hijos de Dios. San Pablo muestra esta realidad en su epístola a los Corintios . El Concilio de Jerusalén será una ocasión privilegiada para mostrar la variedad de personalidades y carismas en la unidad de la única Iglesia querida por Jesucristo. Veamos los hechos que llevan a que los apóstoles se sientan urgidos a reunirse con los cristianos más calificados, y tomar una decisión que nos les resultaba nada fácil.
La división de los cristianos se insinuaba sobre lo que se debía exigir a los convertidos a la fe en Cristo. Detrás de estas normas de vida se escondía la cuestión de si la causa de la salvación es la gracia o el cumplimiento de la Ley mosaica. Junto a esto estaban otras cuestiones como la existencia de costumbres gentiles inaceptables para un cristiano. Así surge el tema candente de si debían circuncidarse o no.
Es un hecho que el número de los convertidos no judíos era cada vez mayor. Se trataba de una explosión poco programada, producida al hilo del entusiasmo y el buen espíritu de los primeros cristianos. Pero los nuevos seguidores de Cristo aún estaban muy unidos a la sinagoga, y con ella a los modos mosaicos de vivir. Con esta incertidumbre, muchos no dudan y «algunos que bajaron de Judea enseñaban a los hermanos: si no os circuncidáis según la costumbre mosaica no podéis salvaros» . Los gentiles debían circuncidarse como los judíos y cumplir las leyes sobre los alimentos. Lo que latía tras estas disposiciones, que parecen secundarias, era si la salvación viene de la gracia o de esas costumbres judaizantes. La conmoción fue grande entre los cristianos no judíos, en Antioquía principalmente, pues es el lugar donde empezaron a llamarse los cristianos con este nombre.
Pablo y Bernabé van a Jerusalén para aclarar la cuestión con los apóstoles. Este pequeño viaje refleja en parte el ambiente en que vivían los cristianos, «atravesaron Fenicia y Samaria, narrando con detalle la conversión de los gentiles y causando gran alegría entre los hermanos» . Los hechos hablaban de la acción del Espíritu Santo como en Pentecostés, y aquellos hechos maravillosos están vivos en la memoria de muchos. Pero las cosas no fueron tan fáciles cuando llegaron a Jerusalén, pues al llegar «fueron recibidos por la Iglesia, por los apóstoles y los presbíteros, y contaron lo que Dios había realizado por medio de ellos. Pero se levantaron algunos de la secta de los fariseos que habían creído y dijeron: Es necesario circuncidarles y ordenarles que cumplan la Ley de Moisés» . La solidez de las razones, unidas a la costumbre del modo de vivir judío, eran tan fuertes que se sienten obligados a reunirse y confiar la cuestión a la discusión y a la acción del Espíritu Santo, ya que ellos tienen buena voluntad, pero no están seguros y conviene tomar decisiones claras de una vez por todas. Por eso «los apóstoles y los presbíteros se reunieron para examinar la cuestión» .
Todos eran iguales, pero no todos tenían la misma autoridad. Todos tenían la misma fe, pero no todos tenían el mismo grado de reflexión sobre esa fe. En esta asamblea el papel de Santiago el Menor será decisivo. La deliberación fue larga, según narra Lucas. Hasta que, en un momento dado, Pedro toma la palabra, recuerda su especial vocación como vicario de Cristo y evangelizador de los gentiles, observando que Dios no hizo distinción de judíos y gentiles cuando eran bautizados, y se inclina claramente por no imponer el yugo de la ley mosaica a los gentiles . A continuación Pablo y Bernabé corroboran esta doctrina contando los hechos de las conversiones que han vivido .
Se produce entonces la intervención de Santiago. Vale la pena observarla con un cierto detenimiento para conocer mejor a este apóstol de fuego. Es significativa en su discurso la rica referencia a la Sagrada Escritura, pues cita al profeta Amós, al Génesis y al Levítico . Da la impresión de una preparación cuidadosa y reflexiva dirigida a los creyentes doctos que seguían sin aceptar las palabras de Pedro, Pablo y Bernabé. Conviene tener en cuenta que muchos de estos cristianos de origen fariseo se consideraban a sí mismos seguidores de Santiago, y entre ellos debía tener un prestigio teórico y práctico más que notable, por eso sus palabras debían ser algo muy meditado.
Su conclusión es clara y plenamente acorde con la de Pedro y Pablo: «por lo cual estimo que no se debe inquietar más a los gentiles que se convierten a Dios»; añadiendo unos mínimos morales de innegable necesidad: «que se abstengan de lo contaminado por los ídolos, de la fornicación, de los animales estrangulados y de la sangre» . Sus palabras debieron tener una fuerza especial para calmar los espíritus y aclarar la doctrina, pues a continuación cesa la discusión y se da el decreto final con palabras casi textuales de Santiago.
Con una fe y una audacia extraordinarias concluye así el Concilio: «hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las necesarias: abstenerse de lo ofrecido a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la fornicación. Obraréis bien al guardaros de estas cosas. Que tengáis salud» . Y la cuestión quedó zanjada favoreciéndose una más decidida expansión de la fe por todo el mundo sin prácticas innecesarias, aunque fuesen buenas o indiferentes.
Nosotros miramos a Santiago. Es de admirar su integridad y autoridad. No era fácil para él cambiar de forma de vida, pero no piensa en sus gustos sino en su amado Jesús. Sabe que le harán caso y habla cuando es necesario. Utiliza su prestigio para el servicio de Dios y no para sus gustos particulares. El Espíritu Santo le utiliza como instrumento privilegiado en una acción menos vistosa que la de Pentecostés, pero quizá de mayor transcendencia. La cuestión de fondo fue tratada por Pablo. Al advertir que la salvación viene de la gracia y de la fe, no del cumplimiento de la Ley incide en el núcleo de la salvación y de la vida cristiana.
Santiago siguió en Jerusalén hasta su muerte hacia el año 62. Su papel era extender la fe entre los judíos y conseguir que no se interpretase la fe de un modo estrecho y desligado de la predicación del Maestro. Jesús amó mucho a su pueblo, pero murió por todos los hombres fuese cual fuese su raza y su nación.
Existen diversas tradiciones sobre la muerte de Santiago. Una es debida al historiador Flavio Josefo, otra al historiador eclesiástico Hegesipo. Salvando datos difíciles de comprobar, parece que murió en tiempos de Anás II. Se le pidió que hablase sobre Jesús y sembró dudas en personajes importantes. En las discusiones Santiago recibió un mazazo por parte de uno de los presentes, por eso se le epresenta con una maza ; fue arrojado desde las almenas del Templo y murió apedreado por los judíos.
Santiago fue de un modo casi exclusivo el apóstol de los judíos. Pudo unir el amor a Cristo con el amor a su pueblo, aunque esa situación le produjera dolor al comprobar una y otra vez la dureza de corazón de muchos de sus hermanos de sangre. Suyas podrían ser las palabras de San Pablo respecto a Israel cuando dice que siente «gran tristeza y dolor continuo en su corazón. Pues yo mismo desearía ser anatema por Cristo por el bien de mis hermanos, los de mi raza, según la carne, los israelitas, que tienen la adopción filial, y la gloria, y las alianzas, y la legislación, y el culto, y las promesas que tienen los Patriarcas, de los que proceden según la carne Cristo, el cual es por encima de todas las cosas Dios bendito por los siglos. Amén» . Esto no fueron sólo palabras en Pablo pues, a pesar de ser consciente de que lo que realmente salva es la gracia de Cristo, y no la circuncisión «con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que viven bajo la ley, como quien está bajo ella, no estándolo, para ganar a los que están bajo la Ley».
Pero de hecho Pablo vive lejos de los suyos. En cambio, Santiago gastó su vida entera por sus hermanos en la carne intentando tanto conversiones individuales, como también la del conjunto del Pueblo escogido, bien consciente de las repercusiones beneficiosas para toda la humanidad si ésta se producía, pues según dice también Pablo «si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo, ¿qué será su restauración sino una resurrección de entre los muertos…» Además, «si no persisten en su incredulidad, serán injertados» .
Santiago no pudo ver los desastres que siguieron a su muerte, y ésto fue una misericordia de Dios para con él. La efervescencia política fue subiendo de tono en Israel. La enemistad con los romanos se convirtió en una cruenta guerra, y en el año 70 las tropas de Vespasiano, dirigidas por el general Tito -que sería después emperador-, devastaron Israel. En concreto, además de horribles matanzas, se cumplieron las profecías de Jesús sobre el Templo y no quedó de él piedra sobre piedra, como hoy mismo,después de veinte siglos, se puede comprobar.
Su Epístola
La escritura es una ventana privilegiada para conocer el alma de un hombre. Se escribe lo que se piensa. Se escribe como se piensa. Unos lo hacen con orden lineal, otros en espiral; varía la costumbre griega de la judía o la romana. Santiago escribió una epístola reveladora de un caracter judío y de su ser plenamente cristiano de primera hora con un bien asimilado mensaje de Jesucristo.
Santiago se siente responsable de la Iglesia en Jerusalén, especialmente desde la marcha de Pedro. La cuestión que le preocupa, sin embargo, trasciende el ámbito de Israel, pues se trata de dilucidar hasta qué punto son obligatorios los usos de la antigua Alianza. Es más, se trata de señalar si la salvación se alcanza con las prácticas antiguas o dejándolas a un lado, y solamente viviendo la fe y la gracia de Cristo. Unida a esta cuestión, trata de conseguir que la fe sea algo asimilable y asimilado por sus compatriotas. Es de notar que aún no se había dado la separación mutua entre la sinagoga y el Templo con la Iglesia: aún cabía incluir a Israel en la salvación del mundo.
La respuesta de Santiago es clara. A algunos ha parecido que se oponía a la de Pablo. No es así, sino que se complementan. Santiago escribe en primer término a los judíos, Pablo ya ha experimentado el rechazo judío, y, movido por el Espíritu Santo, se dirige primordialmente a los gentiles. Un dato que nos permite ver la concordancia entre ambos, a pesar del diferente modo de expresarse, es perceptible al ver cómo Pablo informó y fue aprobada su doctrina por los Apóstoles, especialmente Pedro, Santiago y Juan. Así lo explica el mismo Pablo: «y habiendo conocido la gracia que Dios me había concedido, Santiago, Cefas y Juan que eran considerados como columnas, nos dieron la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros predicásemos a los gentiles, y ellos a los circuncisos. Solamente nos recomendaron que nos acordásemos de los pobres, lo que he procurado con mucha solicitud» . Luego la doctrina de Pablo era conocida y aprobada por Santiago.
Aún así el tema era candente por la resistencia de los judíos a aceptar costumbres de los gentiles prohibidas por la ley de Moisés. Es comprensible esta actitud. El mismo Pedro, sin faltar en nada a la fe, cede en los modos externos, y cuando vive en Antioquía, orilla las costumbres de los gentiles, y es reprendido por Pablo, que le hace ver la cuestión de fondo -salvarse por la gracia no por las obras- y cómo puede dar mal ejemplo a los conversos de la gentilidad. «Pues cuando vino Cefas a Antioquía, cara a cara le hice resistencia, porque era digno de reprensión. Pues antes de que llegasen algunos de los que estaban con Santiago, comía con los gentiles; pero una vez que llegaron, empezó a retraerse y apartarse por miedo de los circuncisos. También los demás judíos le siguieron en la simulación, de manera que incluso Bernabé se dejó llevar por la simulación de ellos» . Si esto sucedía lejos de Jerusalén, podemos deducir cual sería la presión sobre Santiago en la misma Ciudad Santa. De hecho algunos conversos eran judíos que no acababan de comprender que la salvación viene por la gracia de Cristo y no por el cumplimiento de los mandatos de la ley mosaica. No ven que estos usos eran insuficientes para alcanzar el perdón de los pecados y la vida divina; eran actos religiosos humanos, y nada más. Pablo lo ve claro, con decisión lo declara y lo lleva a la práctica evitando la confusión. Pedro y Santiago también lo ven, pero la práctica les resulta más difícil.
Ver una oposición en la doctrina de Pablo y Santiago es un error. Veamos algunos textos de ambos. Pablo dice que «el hombre es justificado por la fe, con independencia de las obras de la ley» , ahora bien, poco más adelante recuerda que «»a fe actúa por la caridad» . Santiago dice que «el hombre queda justificado por las obras, y no por la fe solamente» . Pero las obras para Santiago son el comportamiento moral coherente con la fe, no la creencia que la antigua Ley es la que salva. Puede decirse que Santiago matiza y corrige las desviaciones erróneas que algunos pudieran deducir del planteamiento correcto de San Pablo, y aduciendo que tienen fe, viviesen una conducta pecaminosa contra la ley moral. Nada más lejos de la mente de Pablo, pero convenía recordar la precisión de Santiago.
«Queda, pues claro que ambos autores inspirados no se contradicen; en cualquier caso es necesaria la adhesión a Dios (fe en San Pablo), que abarca el asentimiento a las verdades reveladas (fe en Santiago), reflejadas en una vida cristiana coherente («obras» en Santiago). Esta coherencia entre fe y obras le exige San Pablo cuando escribe que la fe «actúa por la caridad» (Gal; cfr 1 Thes 1,3; 1 Thes 1.11), o «el que ama al prójimo ha cumplido perfectamente la ley» (Rom 13,8) o cuando se refiere al justo juicio de Dios «el cual retribuirá a cada uno según sus obras» .
Santiago trata de otros temas además de la fe y las obras, como el sacramento de la unción de los enfermos. Pero, a pesar del estilo aparentemente desordenado, una preocupación surge como fondo doctrinal de la carta: la unidad de vida de los primeros creyentes. Avisa una y otra vez contra las rupturas entre lo que se recibe de Dios y lo que se practica.
Las aplicaciones prácticas se agolpan como una fuente con agua sobradamente abundante: exhorta a dominar la lengua y la maledicencia, anima a detectar el origen de las discordias, a confiar en la divina Providencia, a no encerrarse en los propios negocios ni en las riquezas; y mucho menos consentir injusticias flagrantes.
El tono de la carta revela el carácter fuerte y sin fisuras de Santiago. Veamos algunas de las correcciones que realiza. Dice, por ejemplo, a los que provocan discordias: «Pedís y no obtenéis, porque pedís mal, para derrochar en vuestros placeres. ¡Almas adúlteras!» . 0 cuando anima a la contrición:»Limpiad vuestras manos, pecadores, y purificad vuestros corazones , hombres vacilantes. Reconoced vuestra miseria, afligíos y llorad» . Y habla con claridad meridiana de las riquezas, pues el tono de los antiguos profetas parece resurgir en él:»Ahora, vosotros, los ricos, llorad a gritos por las desgracias que os van a caer. Vuestra riqueza está podrida, y vuestros vestidos consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra plata están enmohecidos, y su moho servirá de testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego» .
Estas palabras duras no son fruto de un carácter destemplado, ni de ira, sino que son caridad fuerte y enérgica. Es significativo que, a pesar de la brevedad de la carta, llame trece veces hermanos a los que le vayan a leer. Continuamente recomienda paciencia y humildad, como el que lo tiene bien experimentado. Es más, cuando quiere resumir la vida verdaderamente religiosa dice que es «visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación, y guardarse incontaminado de este mundo» . Una vez más la caridad se muestra lejana a la blandenguería, sabiendo unir la ternura y los buenos sentimientos con la fortaleza para corregir los abusos, o para prevenir contra ellos. Este es el carácter de Santiago reflejado en su epístola llamada «católica».
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Los 12 apóstoles. 2ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es
gracias, sabìa algo de los dos santiagos, pero esto fue un aprender sùmamente maravilloso.
gracias que dios los bendiga hoy y siempre, este articulo me a ayudado a entender la predicacion de santiago y pablo. es maravilloso tener estos conocimientos.
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Este articulo me ha ayudado mucho a entender la predicaccion de Santiago y Pablo.
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