Participación de los católicos en la vida pública

La Iglesia debe luchar por la justicia

Si bien el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política, la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”.

(Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 183).

1. ¿PUEDE LA IGLESIA HABLAR DE POLÍTICA PÚBLICA?

La obligación de la Iglesia de participar en la formación del carácter moral de la sociedad es un requisito de nuestra fe, una parte de la misión que hemos recibido de Jesucristo.

Como personas de fe y como seres racionales, los católicos estamos llamados a llevar la verdad a la vida política y practicar el mandamiento de Cristo de “que se amen los unos a los otros” (Jn 13:34).

Hay que proteger el derecho de cada creyente y de cada institución religiosa a anunciar y vivir su fe sin interferencias gubernamentales, favoritismos o discriminación.

La ley civil debería reconocer y proteger el derecho y la responsabilidad de la Iglesia de participar en la sociedad sin abandonar sus convicciones morales.

Todos los grupos religiosos y las personas de fe pueden y deben llevar sus convicciones a la vida pública.

La comunidad católica aporta al diálogo político un marco moral coherente y amplia experiencia de servicio a los necesitados. 

2. ¿DEBEMOS PARTICIPAR EN LA VIDA POLÍTICA?

En la tradición católica, ser ciudadanos responsables es una virtud, y la participación en la vida política es una obligación moral.

Como ciudadanos deberíamos ser guiados más por nuestras convicciones morales que por nuestro apego a un partido político o grupo con intereses especiales.

Algunos católicos pueden sentirse desamparados políticamente, percibiendo que ningún partido político y muy pocos candidatos comparten plenamente nuestro compromiso integral con la vida y dignidad humanas. Esto no debe desanimarnos. Por el contrario, hace más urgente nuestra obligación de actuar.

Los laicos católicos deben involucrarse más: presentándose como candidatos, trabajando dentro de los partidos políticos y transmitiendo sus preocupaciones a quienes ocupan funciones públicas.

Todos deben hacer oír sus voces respecto a cuestiones que afectan su vida y el bien común.

Ser ciudadanos fieles es una responsabilidad permanente, no un deber sólo durante los años de elecciones.

3. ¿QUÉ PRINCIPIOS DEBEN GUIARNOS EN LA POLÍTICA?

El Papa Francisco dice que “para avanzar en la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, hay cuatro principios: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad”.

Estos principios proporcionan un marco moral para la participación de todo católico que sabe mantener una “ética uniforme hacia la vida”.

Los votantes católicos deberían usar la doctrina católica para examinar las posiciones de los candidatos respecto a ciertas cuestiones fundamentales, y deberían considerar la integridad, filosofía y desempeño de los candidatos.

Es importante que todos los ciudadanos vayan más allá de la política partidista, que analicen las promesas de la campañas con un ojo crítico y que escojan sus dirigentes políticos según su principio, no su afiliación política o el interés propio.

El siguiente resumen de los cuatro principios resalta varios temas de la doctrina social católica:


La dignidad de la persona humana

La vida humana es sagrada porque cada persona es creada a imagen y semejanza de Dios.

Cada persona debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible singularidad.

Esto impone el respeto a cada hombre de este mundo por parte de todos, especialmente por parte de las instituciones políticas y sociales y de sus responsables quienes deben promover el desarrollo integral de la persona” (Cfr. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 131).

No puede olvidarse el principio de considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente (Cfr. Gaudium et Spes, n. 27).

Es preciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, estén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano.

Subsidiariedad

Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en suma, aquellas comunidades de tipo económico, social, cultural, recreativo, profesional, político a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social.

La familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es la unidad fundamental de la sociedad. Este santuario para la creación y crianza de los niños no debe ser redefinido, socavado o descuidado.

Apoyar a las familias debe ser una prioridad de las políticas económicas y sociales.

La forma en que nuestra sociedad se organiza afecta el bienestar de los individuos y de la sociedad.

Cada persona y cada asociación tienen el derecho y el deber de participar en la formación de la sociedad para promover el bienestar de los individuos y el bien común.

El principio de subsidiariedad nos recuerda que las instituciones más grandes de la sociedad no deberían abrumar o interferir con las instituciones más pequeñas o de carácter local.

Las instituciones más grandes tienen responsabilidades esenciales cuando las instituciones locales no pueden adecuadamente proteger la dignidad humana, responder a las necesidades humanas y promover el bien común.

El bien común

El bien común está compuesto por “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”. (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 164).

La dignidad humana es respetada y el bien común promovido sólo si se protegen los derechos humanos y se cumplen las responsabilidades básicas.

Cada ser humano tiene el derecho a la vida, el derecho a la libertad religiosa y el derecho a tener acceso a aquellas cosas que requiere la decencia humana: alimento, vivienda, educación, trabajo digno y cuidado médico.

A estos derechos les corresponden obligaciones y responsabilidades, para con los demás, nuestras familias y la sociedad en general.

La economía debe estar al servicio de la gente y no al contrario. Un sistema económico debe servir a la dignidad de la persona humana y al bien común mediante el respeto de la dignidad del trabajo y la protección de los derechos de los trabajadores.

La justicia económica exige: trabajo decente con salarios justos; programa de legalización amplio que ofrezca un camino a la ciudadanía a los trabajadores inmigrantes y la oportunidad para que todas las personas trabajen juntas por el bien común a través de su trabajo, propiedad, iniciativa, inversión, participación en sindicatos y otras formas de actividad económica.

Los trabajadores también tienen responsabilidades: realizar el trabajo que corresponde a un salario justo, tratar con respeto a los empleadores y compañeros de trabajo y llevar a cabo su trabajo de tal manera que contribuya al bien común.

Los trabajadores, los empleadores y los sindicatos deberían no sólo promover sus propios intereses, sino también trabajar juntos para promover la justicia económica y el bienestar de todos.

Tenemos el deber de cuidar la creación de Dios, “nuestra casa común” como suele decir el Papa Francisco.

Todos estamos llamados a cuidar responsablemente de la creación de Dios y asegurar un ambiente seguro y hospitalario para los seres humanos ahora y en el futuro.

Solidaridad

La solidaridad es “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”. (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 193).

Somos una sola familia humana, independientemente de nuestras diferencias nacionales, raciales, étnicas, económicas e ideológicas.

Hemos de buscar siempre el bien del prójimo, en lugar de explotarlo u oprimirlo para el propio provecho.

Nuestro compromiso católico con la solidaridad requiere de nosotros buscar la justicia, eliminar el racismo, poner fin a la trata de personas, proteger los derechos humanos, buscar la paz y evitar el uso de la fuerza excepto como un último recurso necesario.

De manera especial nuestra solidaridad debe expresarse en la opción preferencial por los pobres y vulnerables.

Una prueba moral para la sociedad es la forma en que tratamos a los más débiles entre nosotros: los no nacidos, los que tienen capacidades diferentes, los ancianos, los enfermos terminales, los pobres y los marginados.

4. EN POLÍTICA ¿QUÉ DEBE PREOCUPARNOS?

Como católicos, estamos llamados a plantear preguntas sobre la vida política que vayan más allá de las que se concentran en el bienestar material individual.

Nos enfocamos más ampliamente en lo que protege o amenaza la dignidad humana de cada vida humana.

La doctrina católica reta a los votantes y a los candidatos, a los ciudadanos y a los funcionarios públicos a considerar las dimensiones morales y éticas de las cuestiones de política pública.

A la luz de los principios éticos, los católicos a medida que formen su conciencia y reflexionen sobre las dimensiones morales de sus opciones públicas deberían buscar los siguientes objetivos:

– Tratar de proteger la vida humana restringiendo y poniendo fin a la destrucción de los niños no nacidos mediante el aborto provocado y proporcionando a las mujeres en crisis de embarazo los apoyos que necesiten.

– Poner fin a las siguientes practicas: el uso de la eutanasia y el suicidio asistido; la destrucción de embriones humanos en nombre de la ciencia; el uso de la pena de muerte para combatir el crimen; y recurrir imprudentemente a la guerra para tratar disputas internacionales.

– Proteger el concepto fundamental del matrimonio como la unión fiel y para toda la vida de un hombre y una mujer y como la institución central de la sociedad; promover la complementariedad de los sexos y rechazar las falsas ideologías de “género”; y ofrecer un mejor apoyo a la vida familiar, de manera que se ayude a los padres de familia a criar a sus hijos inculcando en ellos el respeto a la vida, valores morales sólidos y una ética de corresponsabilidad y responsabilidad.

– Conseguir una reforma migratoria comprensiva que ofrezca un camino a la ciudadanía, trate a los trabajadores inmigrantes con justicia, impida la separación de las familias, mantenga la integridad de nuestras fronteras, respete el estado de derecho y se preocupe por los factores que fuerzan a las personas a abandonar sus países de origen.

– Ayudar a las familias y a los niños a salir de la pobreza, asegurando el acceso y opciones a la educación, así como un puesto de trabajo con salarios justos que permitan vivir; asistencia adecuada para los más vulnerables de nuestra nación; ayuda a derrotar el hambre y la pobreza tan extendidos por el mundo, especialmente en las áreas de asistencia al desarrollo, alivio de la deuda externa y el comercio internacional.

– Asegurar la plena protección de la libertad de conciencia y la libertad religiosa de las personas y grupos para responder a las necesidades sociales, y así posibilitar que las familias, grupos comunitarios, estructuras económicas y gobiernos trabajen juntos para superar la pobreza, buscar el bien común y cuidar de la creación.

– Proveer cuidado médico a la vez que se respeta la vida humana, la dignidad humana y la libertad religiosa.

– Oponerse a políticas que reflejan racismo, hostilidad hacia los inmigrantes, intolerancia religiosa y otras formas de discriminación injusta.

– Establecer y cumplir con los límites morales concernientes al uso de la fuerza militar; buscar una respuesta responsable y eficaz para poner fin a la persecución de los cristianos y otras minorías religiosas en el Medio Oriente y otras partes del mundo.

– Unirse a otros en todo el mundo para buscar la paz, proteger los derechos humanos y la libertad religiosa, y progresar en la justicia económica y en el cuidado de la creación.

5. ¿POR QUIEN VOTAR?

La Iglesia (es decir, los laicos, obispos, sacerdotes y religiosos) no dicen a los católicos cómo deben votar; la responsabilidad de tomar decisiones políticas recae en cada persona y su conciencia bien formada, apoyada por la prudencia.

Este ejercicio de la conciencia comienza con oponerse siempre a las políticas que violan la vida humana o debilitan su protección.

Como católicos, no votamos basándonos en una sola cuestión. La posición de un candidato respecto a una sola cuestión no es suficiente para garantizar el apoyo del votante.

Sin embargo, la posición de un candidato respecto a una sola cuestión relacionada con un mal intrínseco, como el apoyo al aborto legal o la promoción del racismo, puede llevar legítimamente al votante a descalificar a un candidato y no darle su apoyo.

 

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