3 actitudes de los santos frente a la injusticia

Es difícil soportar la injusticia si no hay una motivación que nos empuje a callar, necesitamos un Tú por cuyo amor soportamos la ofensa. Una preciosa reflexión de Luisa Restrepo

En la vida de los santos encontramos un tema recurrente: a menudo, durante su vida, fueron acusados ​​injustamente, se encontraron solos e incomprendidos.

Sin embargo, si hoy son reconocidos como santos, significa que de alguna manera han recibido justicia, después de su muerte.

Esta gracia de callar, de mantener la mirada en la aurora de la resurrección y de buscar en uno mismo la fuerza del perdón, son las características de una santidad discreta e invisible.

En efecto, es difícil soportar la injusticia si no hay en el fondo una motivación que nos empuje a callar. Necesitamos un Tú por cuyo amor soportamos la ofensa.

La posibilidad de la santidad está ante nosotros, porque es el camino mismo de la vida lo que inevitablemente nos pone a prueba: la calumnia, la caída que todos esperan, el engaño del que somos víctimas, la venganza de los que sienten envidia frente a nuestro éxito.

¿Qué vida no conoce este vocabulario? Sin embargo, es la forma en que nos paramos dentro de estas pruebas lo que revela quiénes somos.

Es el relato desde el que nos construimos el que nos permitirá dar respuesta a estas pruebas.

1 TOMAR POSICIÓN

Jesús presenta la vida de sus discípulos como una alternativa entre oposiciones a elegir: ¿ocultar o revelar? ¿Mantener en secreto o revelar? ¿Oscuridad o luz? ¿Susurrar al oído o gritar en las terrazas?

También en este caso se trata de hecho de salir y tomar posición en las tensiones de la vida. La vida se presenta así, como alternativas a elegir.

Ponerse frente a estas alternativas es una prueba para comprobar lo que llevamos en el corazón. En efecto, como recuerda san Ignacio en los Ejercicios Espirituales en el número 326:

«Así también el diablo se comporta como un pretendiente frívolo que quiere permanecer oculto y no ser descubierto».

El peor engaño es el que nos ponemos a nosotros mismos, cuando no tenemos el coraje de reconocer el verdadero motivo de nuestras mentiras, rencores, sed de venganza, celos que nos carcomen por dentro.

¿Dónde entonces deberíamos empezar a arrojar luz? No en la vida de los demás, como a menudo nos vemos impulsados, sino sobre todo en nuestro corazón.

2 PERMANECER INDEFENSO

Los santos son aquellos que han aprendido que además del cuerpo hay también un alma: además de esa carne que inevitablemente queda herida en el camino entre las espinas de la vida cotidiana, hay también un núcleo más profundo, que permanece intocable.

Es ahí es donde se sitúa el juego más importante, es decir, donde podemos negar a Dios o reconocerlo como Señor de nuestra vida a pesar de las pruebas, las penalidades y las humillaciones.

Muchas veces no podemos hacer más que quedarnos impotentes, pero es en esta fragilidad donde podemos experimentar la gracia de Dios.

Para el mundo cuentan los relatos de intriga, las estrategias, las amistades adecuadas, las mentiras, pero nosotros podemos ser un lenguaje diferente. Podemos optar por ponernos bajo una mirada diferente.

La voz, el lenguaje de Dios, es muy diferente y en cambio nos recuerda que en su corazón siempre tenemos un lugar como hijos amados. Este es el relato y la certeza a la que debemos aferrarnos para no caer en el torbellino del mal.

3 CREER CON ESPERANZA

Las palabras del profeta Jeremías expresan una esperanza y una confianza que en la vida no siempre encuentran confirmación inmediata: los perseguidores no siempre vacilan y se sonrojan (cf. Jer 20,11), al contrario, muchas veces florecen y prosperan.

La fe nunca es un depósito seguro, no se traduce siempre en certeza, pero tiene los rasgos de lo incompleto, nos empuja a buscar siempre más allá, nos mantiene en movimiento, no nos tranquiliza. Nos impulsa a resignificarnos continuamente.

Si tenemos fe en Jesús, creemos que la gracia ha sido derramada en abundancia sobre nuestros corazones.

También nosotros estamos dentro de ese relato amoroso de Dios (Rom 5,15). Dios no puede abandonarnos.

Por Luisa Restrepo 
es.aleteia.org

  

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