Para la oración Litúrgica

SANTÍSIMA TRINIDAD

La solemnidad de la Santísima Trinidad nos remonta a la intimidad de Dios a partir de la historia de la salvación. La exclamación de quien ha vivido la Pascua paso a paso sólo puede ser esta: «Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros». Es desde la realidad del obrar amoroso de Dios que necesitamos decir cordialmente: «Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo».

Pensar que uno está simplemente ante un misterio alambicado supone una visión equivocada teológicamente. En realidad, el discurso teológico debe encajar perfectamente con la contemplación y la acción de gracias. Leo que «el origen de esta confesión no son especulaciones ajenas al mundo. Al contrario, procede de la experiencia de Jesucristo y de su Espíritu, que sigue actuando en la Iglesia. El mismo mandato del bautismo, en boca del Señor resucitado, recoge la revelación de Dios Trino: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19)». Y en otro lugar: «En definitiva, la confesión de un Dios trino no es más que un desarrollo de la expresión: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16b)».

Admirable misterio

La oración colecta describe así el itinerario de la salvación: «Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio». La petición es esta: «concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa».

Sitúese hoy la meditación ante el misterio. Misterio implica las intervenciones de Dios en la instauración de su reino, su sabiduría escondida pero manifestada en Cristo. Misterio revelado que es la amistad de Dios comunicándonos su intimidad. Por ello adoramos el misterio y lo sentimos vivo en nosotros, hechos hijos de Dios en el bautismo que recibimos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia, en efecto, ha conocido la Trinidad a través de la economía de la salvación. Por la revelación clarísima del mismo Cristo que transparentaba en su vida la vivencia de esta realidad.

Este misterio es llamada a los hombres para participar en él. Se lee en el catecismo del episcopado francés: «El Dios Trinidad se revela para comunicarse. Dios nos introduce en su propia vida de comunión. El amor es la razón esencial y el cumplimiento total de nuestra existencia humana. Así es la salvación. Dios Padre engendra a su Hijo que, tomando carne de la Virgen María, le permite darse hijos; envía también el Espíritu de amor para hacernos vivir su propia vida. Por el bautismo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, devenimos hijos adoptivos del Padre (cf. Rm 8,1 S), hermanos del Hijo (cf. Rm 8, 29) y templos del Espíritu Santo (cf.1 Co 6,19). Lo que vale para cada uno de nosotros vale para la Iglesia entera, «pueblo que saca su unidad de la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4, citando a san Cipriano). Por esta razón la liturgia hacer remontar la plegaria al Padre, por el Hijo en el Espíritu».

La petición de la colecta merece ser considerada. No es poco pedir el profesar la verdadera fe. La fe es verdad. Por ello mismo debe ser una fe correcta, ortodoxa, garantizada. ¡No faltaría más! Una fe no correcta es mucho más difícil y aleja del verdadero Dios. Debe ser así porque la fe, estallando en la visión del Dios verdadero, debe brindar coherencia total y absoluta con lo que es el mismo Dios. Profesar la fe verdadera es un don y al mismo tiempo debe ser la dinámica de nuestra inteligencia en la búsqueda de esta fe.

Hay también la demanda de conocer la gloria de la eterna Trinidad. La gloria de Dios es Dios mismo en tanto que se manifiesta. Miremos la espléndida manifestación recapitulada en esta solemnidad. Gloria que está también en nosotros. Nosotros somos gloria de Dios. Lo reconocemos. Y la cantamos con una conciencia agradecida y comprometida. Porque la gloria suscita una respuesta de oración y de vida.

La tercera realidad suplicada es adorar la unidad todopoderosa. Es nuestro deber. Hay que hacerlo en espíritu y en verdad. Es el preámbulo de lo que será el quehacer siempre nuevo en el cielo. Implica el total sometimiento al querer de Dios.

El salmo responsorial -sirva aquí de inclusión- hace cantar. «¡Señor, dueño nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra!»

El camino hacia Dios

La marcha hacia Dios, en expresión paulina, la hacemos por «medio de Cristo, en el amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu». Asoma aquí el tema de la justificación por la fe y se muestra como, por Cristo, tenemos la paz con Dios. Hay gracia del Señor y una gran esperanza desde nuestra filiación divina. Un hijo no puede hacer otra cosa que esperarlo todo del Padre. Con verdadera razón, si uno tiene bien grabada en el alma que la obra de la salvación ha sido el actuar del corazón de Dios todopoderoso. Siendo esto así, somos capaces de acoger las tribulaciones con la seguridad de que son engendradoras de constancia, la cual a su vez es causa de verdadera virtud por el mismo hecho de ser probada. El Espíritu nos asegura que la esperanza cristiana no defrauda, sino que es la mejor áncora para sostenerse en medio del mar de la vida.

Jesús, en el evangelio, habla del misterio trinitario en términos muy vitales. La comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu es plena. Es de tal modo, que la Trinidad deviene modelo de la misma Iglesia. En efecto, su misterio se enraíza en el de la Santísima Trinidad. El lenguaje sobre Dios trino manifiesta como esta verdad es verdad de vida. Y llega a conmovernos, puesto que nos hace valorar el fundamento vital de nuestra existencia cristiana como hijos de Dios en la Iglesia.

Una plegaria

Recitar pausadamente el «Gloria al Padre» o el «Gloria a Dios en el cielo» o el «Credo».

J. GUITERAS

ORACIÓN DE LAS HORAS 1992, 5. Pág. 149 ss.

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Un comentario

  1. Bendito sea y es el Señor Jesús siempre. Bendito nuestro Padre, Dios, Padre de cada uno. Y bendito el Espíritu Santo. Y bendita sea y es la Virgen, Madre de Jesús y Madre Nuestra, de cada uno, Madre mía protégenos de todo mal y del pecado y danos gracia para alabar al Señor para la Gloria de la vida eterna. Tened piedad y misericordia de nosotros de nuestros pecados; que sepamos ver cada día dónde te faltamos, para pedir perdón sinceros, para lograr redimirnos. En cada cosa que hagamos en el día hay que poner el empeño en mirar a Dios y a María para albarlos y hacer bien la tarea que nos toque, con la gracia del Señor, porque si no estaremos perdidos, y eso no lo querría nadie nunca. No desesperemos ante nuestras cruces; cojámosles cariño verdadero, sabiendo que en cada pena avanza contigo, si es que echas mano claro, el mismo Jesús acompañándonos, si dejamos que esté con nosotros, con solo quererlo. Para pasar cada prueba, cada momento…………………………………………Amén.

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