La vida necesita talento y capacidad para superar los reveses y traumas que se han ido produciendo a lo largo de ella. En el mundo antiguo existía la expresión poliorcética, que era el arte de la fortificación en la guerra. La fortaleza es la virtud de los que soportan y resisten. La vida es la gran maestra: enseña más que muchos libros, sus lecciones son aprendidas en la falda de los acontecimientos que nos suceden, es menester pasar por sus vericuetos y pasadizos, hasta descubrir nuestra ciudadela interior.
Es fácil orientar la vida en las distancias cortas, pero sólo las personas singulares y de gran solidez son capaces de diseñar la vida para las distancias largas. Es necesario tener una visión larga de la jugada existencial. Las voluntades débiles emplean discursos y teorías, mientras que las fuertes lo traducen en actos coherentes y positivos.
Los traumas de la vida afectan a los grandes argumentos de ella. No hay que olvidar que en el amor casi todas las cumbres son borrascosas. Hay que descifrar el jeroglífico de cada biografía, lo que no se ve, lo que se esconde debajo de la apariencias.
Cada uno necesita resolverse como problema. El hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e ir cerrando las heridas de atrás. Y a la vez, ensaya su mirada hacia el futuro prometedor e incierto. Esa es una de las tareas que hacemos los psiquiatras en la psicoterapia: hacer la cirugía estética de la historia personal, para que haga una lectura más positiva de lo que ha sido su trayectoria. Excursión retrospectiva que cierra heridas, suaviza segmentos dolorosos y ayuda a mirar con amor hacia aquellas parcelas especialmente conflictivas.
La vida es como un boomerang: movimientos de ida y vuelta. Lo que siembras, recoges. La vida es un resultado. A la larga sale lo que hemos ido haciendo con ella. Trabajo gustoso y esforzado, grato y difícil, alegre y con sinsabores. lo importante es que no pasen las horas, los días, las semanas, los años… en balde, tirando de la existencia sino que sepamos llenarla de un contenido que merezca la pena y que se inserte dentro del programa personal que cada uno debe ir trazando.
El arte de vivir consiste en saber que el ser humano es al mismo tiempo el artista y el objeto de artesanía, el escultor y la talla, el pintor y el lienzo, el músico y la composición sinfónica. Lo importante no es vivir muchos años. Lo esencial es vivirlo satisfactoriamente, con el alma. La vida es plena sí está llena de amor y uno consigue poseerse a sí mismo. Ser dueño de sí mismo es pilotar de forma adecuada la travesía que uno ha ido escogiendo, procurando ser fiel a sí mismo y a sus principios.
El psiquiatra es un perforador de superficies. Baja al cuarto de máquinas de la conducta. Intenta descubrir intenciones, planes, metas, el porqué de sus audacias y sus retrocesos. No hay que perder de vista que la vida de cada uno tiene como sedimento la llamada experiencia de la vida. Ese pasado vivido a nivel personal con intensidad de protagonista de primera persona. Son cosas que me han pasado a mí. Que han dejado huella en mi biografía y que la van troquelando paso a paso. Me veo forzado a seguir hacia delante cueste lo que cueste. Pero cuento con un repertorio de usos psicológicos, que parpadean a la hora de poner en práctica lo mejor que se ha ido almacenando en la bodega de mi intimidad. Procuro ir detrás del hilo de Ariadna, que me conduce hasta el corazón de los hechos y descubre el jeroglífico de mi conducta.
Los griegos decían que en la vida se podían describir tres etapas: una primera en la que uno es «autor», otra que le sigue, en la que uno es «actor» y una última en la que uno es «espectador». Cada una corresponde a un tiempo histórico:futuro, presente y pasado. Las secuencias al revés. Cuando uno es joven está lleno de posibilidades; todo puede ocurrir; el abanico de metas es rico y diverso y cada uno tiene que ir espigando aquellas a las que se siente más inclinado. Pero cuando uno es mayor está lleno de realidades. «Posibilidades y realidades constituyen un arco en el que se sitúa la realización personal». En la actualidad, al joven le hemos hipertrofiado el presente. Es la exaltación del instante. Eso coincide con lo que los psicoanalistas llaman «la muerte del padre». Falta visión de futuro. Y el futuro es casi todo. Nos pasamos la vida pensando en el día de mañana. Ilusión, entusiasmo, las promesas por delante, la vida como anticipación, diseñar lo que uno quiere ser cuando sea mayor. Ahí es nada. En ese horizonte va emergiendo «el proyecto personal». Lo que uno quiere hacer con su vida Es la delicia de abrir los ojos y soñar, pero al menos con un pie en la tierra. Luego, cada uno va descubriendo las dificultades y limitaciones, su espalda. Pero sin perderle la cara a los objetivos y anhelos. Una dialéctica de uno mismo con la realidad va poniendo las cosas en su sitio.
Hablamos de una sociedad moderna, abierta, liberal, europea, con valores clásicos y otros nuevos (de recambio), que abren nuevas perspectivas y esperanzas. Y al mismo tiempo, descuidamos los grandes temas de la vida de forma sistemática: el amor, la amistad, la vida conyugal, la importancia de la familia, el respeto por la educación, el convertir la sexualidad en religión y a la vez, haberla banalizado. Para un psiquiatra es adentrarse en una jungla de datos en donde reina un desorden bastante patente.
En la Psiquiatría hay varios trastornos psicológicos que hipertrofian el pasado de forma enfermiza. Unos son los «nostálgicos»: que opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor; otros, los «depresivos»: que dejan de vivir la vida como anticipación y programa y se instalan en la culpa retrospectiva de los hechos antiguos y mientras dura su fase depresiva, el cristal con el que miran el pasado es siempre negativo; los «neuróticos» viven heridos por el pasado, no han podido superarlo, quedándose atrapados en sus redes, anclados en los peores recuerdos y vivencias, lo que impide mirar con esperanza hacia delante… fijación retrospectiva , pasillo del ayer en su peor versión, en donde el antaño asienta sus reales y machaconamente impide mirar por sobre elevación. Una cuarta variedad de la patología del pasado lo constituye el «sindrome de Peter Pan»: negarse a crecer y a madurar y preferir quedarse en la época dorada de la infancia, donde todo es protección: «he elegido ser siempre niño y muchacho, no quiero aprender cosas serias ni ser mayor» dice Peter Pan al capitán Crochet.
Quiero volver a los argumentos del principio para enfatizar la idea central del artículo. Lo diré de otra manera. Vivir con ilusión y argumentos. Mirando hacia delante. Ser capaz de pasar las páginas negativas, azarosas, duras, frustrantes, aquellas que han frenado la marcha o nos han sacado de la pista por la que circulábamos y nos han metido en una circunstancia conflictiva, de retroceso evidente.
«La prosperidad está siempre en el porvenir». Pero la base debe ser ésta: sentirse uno a gusto consigo mismo, que es condición «sine quanom» para que se relacione bien con los demás.Tener una cierta paz interior, hilvanada en su fuero interno de coherencia e invención. Una mezcla de inteligencia bien compensada con sentimientos positivos, que son capaces de disolver todo aquello del pasado que hiere y pone sobre la mesa lo peor de uno mismo.
Una personalidad psicológicamente sana es aquella que tiene asumido el pasado (con todo lo que eso significa) y vive instalada en el presente que le sirve de puente colgante, para transportarlo hacia el porvenir. La felicidad está en el futuro, en los cien pájaros volando. El mañana venidero es aventura y contingencia, tejido de un misterioso secreto que irá sacando lo mejor. También asomará lo negativo. Pero el arte de vivir consiste en sacarle a la existencia el mejor jugo posible que se hospeda en su interior; extraerle hasta la última gota del zumo que la recorre por dentro. Retórica de sello propio. Estilo «sui géneris». Marca de la casa. Mapamundi de la geografía intima, recorrido de valles profundos y lomas escarpadas. Expectación y perspectiva.
El pasado debe servirnos para dos cosas: como «arsenal de conocimientos» que se han ido depositando en nuestra biografía y que constituyen ese subsuelo privado de la memoria que se llama «experiencia de la vida». Sabiduría silenciosa y elocuente, callada y a voces, que actúa sin nosotros saberlo. Y también, nos sirve para «aprender en cabeza propia».
Pasado, presente y futuro. Recuerdos, datos e ilusiones. Posibilidades y realidades. Amor por los tres costados. La vida verdadera es un encuentro con lo mejor de uno mismo. Encuadernar la biografía con indulgencia, sabiendo perdonarnos y cerrar sus heridas con suavidad y comprensión.
La felicidad es la ley natural del ser humano, es como la réplica de la ley de la gravedad: todos aspiramos a ella. Hoy, para bastante gente, la felicidad queda reducida a bienestar, nivel de vida y posición económica. Pero la felicidad a la que debemos aspirar ha de ser razonable, no utópica, en la cual el amor , el trabajo y la cultura, den de sí al máximo. La felicidad no es alergia al sufrimiento, sino el sufrimiento superado, al sobrenaturalizar los reveses, golpes y ese verse uno zarandeado por la marea negra de la frustración , las derrotas y el árbol genealógico de los Buen día. Física y metafísica.
El tiempo, ese testigo impertinente de nuestra vida, asiste y resiste a los embates de la condición humana.
Por Enrique Rojas
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