En la Última Cena Jesús instituyó la Eucaristía para que los hombres pudiesen unirse con Él de manera sacramental
La Cena de Jesús con sus Apóstoles tiene como fondo la celebración de la Pascua judía. En la comida de Pascua de la Antigua Alianza ya se usaban el pan y el vino. El jefe de la familia explicaba el simbolismo: El pan de la Pascua expresa cómo Dios libera, auxilia y fortalece a su pueblo. El vino regocija el corazón, anima el cuerpo, lo mismo que la sangre. Constituye además uno de los elementos fundamentales del banquete mesiánico.
Los relatos de la institución de la Eucaristía contienen las palabras con que Jesús explicó el nuevo significado del pan y del vino (cáliz, copa) en la Pascua cristiana. La diferencia radical entre ambas Pascuas es que en la de la Nueva Alianza, ese pan y ese vino se hacen realmente el Cuerpo y la Sangre del Mesías Redentor, que se da en alimento a sus seguidores para comunicarles la nueva vida.
En la Cena se encuentran:
– Por un lado, el carácter de banquete de comunión, que en el Antiguo Testamento concluyó la Alianza del Sinaí y fundó el Pueblo de Dios (Ex. 24) Allí, Moisés derramó sangre para el perdón de los pecados de todos y preparó la comprensión del nuevo Moisés, Jesucristo, sacerdote del sacrificio del Nuevo Pueblo de Dios. Jesucristo derrama su sangre por todos, ya que ha bajado del cielo «por nosotros los hombres y por nuestra salvación» (Credo)
– Pero también la Cena anuncia y anticipa el Sacrificio de Jesús en la Cruz cuando se dice que su cuerpo es entregado y que su sangre sella una nueva alianza. Se alude a la muerte del Siervo de Yavé anunciada por los profetas, que es mediador entre Dios y los hombres (pontífice) Y Jesús consiguió la redención no con sangre ajena, sino con la propia.
Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía:
– Anuncia la muerte redentora de Jesús. Se destacan en los relatos las ideas de expiación, sacrificio, entrega, servicio y amor obediente de Cristo.
– Proclama la alianza definitiva entre Dios y su Pueblo.
– Anticipa el banquete mesiánico.
Por otra parte, el pan partido y el vino repartido, evocan la realidad del cuerpo muerto y de la sangre derramada. Pero no se trata de un puro y simple simbolismo, sino de una realidad. La Palabra de Dios: «esto es mi cuerpo», «esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre», realiza lo que anuncia, ya que esa palabra es siempre eficaz (cfr. B.p.i.l.c., t. 2, p. 127)
LA MISA ES LA RENOVACIÓN DEL SACRIFICIO DEL CALVARIO
El Sacrificio de Cristo se completó en la Cruz, pero se continúa en nuestros altares. En la Ultima Cena Jesús instituyó la Eucaristía para que los hombres pudiesen unirse con El y renovar su sacrificio de un modo incruento. Por eso dijo: «Haced en memoria mía», añadiendo que de esta manera anunciaban «la muerte del Señor hasta que El venga» (1 Co. 11, 26)
El Sacerdote en la Santa Misa es «el mismo Cristo» que está glorioso en los cielos, que actúa a través del ministro sagrado que es «otro Cristo» prestando su voz, su cuerpo y su vida misteriosamente al Señor. La Víctima es también Jesús presente por la Consagración en la Sagrada Eucaristía. A través de la Santa Misa se aplican a los cristianos los méritos de Cristo.
El Concilio Vaticano II enseña: «Nuestro Salvador en la Ultima Cena, la noche que le traicionaban, Instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos hasta su vuelta el sacrificio de la Cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el cual se recibe como alimento a Cristo.
«Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida» (In. 6, 55).
El Cuerpo y la Sangre de Cristo nos guarde para siempre. Amén.