Quiero escuchar, como el ciego de Jericó, la gran pregunta: ¿qué quieres que te haga? y me apunto a su respuesta: "Señor, que vea"; que vea tu rostro, que vea tu mirada azul de cielo, que vea en tus ojos al Padre que me dice: Ven conmigo, vuelve a la casa del Eterno.
Con temor y temblor, guiado del amor, me acerco ante Jesús, consciente, aunque no mucho, del misterio. Me acerco con la tímida audacia de la hemorroísa que tocando la orla de tu manto alcanza el milagro y el elogio. Al acercarme a Jesús, escucho la invitación: "Sígueme" y te sigo, hasta dónde lo permita mi fe de pobre hombre. Al seguirte te conozco, descubro, poco a poco, que eres esplendor de gloria, luz del hombre, luz del mundo. Y, antes de que la luz deslumbre mi mirada, apunto lo que veo, y al decir con Pedro: "apártate de mí, que soy un pecador" me coloco a tus pies y acepto que me digas "serás pescador de hombres", pastor de almas y de corazones, y te sigo.
Te quiero seguir en los tres años de tu vida en medio del pueblo preparado desde siglos para ser pueblo tuyo, el olivo raíz de otros mil pueblos que se unen en uno solo, en tu Iglesia. Quiero experimentar los cambios poco a poco, a tu ritmo, aunque, siempre, lo sublime me invite al cambio brusco, al salto al abismo, al infinito. Te veré señalado por Juan desde el desierto, donde la voz del Precusor anuncia la Palabra que ya resuena entre los hombres. Miraré con sorpresa el milagro de Caná; y creeré. Intentaré entrar en tu alma y tu conciencia, camino del Verbo, de la Verdad, de la Vida. Dejaré mi casa, mis costumbres y, lentamente, venceré las viejas estructuras de mi mente para adquirir la fe que abre la senda a la nueva justicia. Hablaré contigo a solas. Escucharé tu voz ante los hombres, en grupo, en familia, o cara a cara con uno y con otro, también conmigo. Tus milagros serán signos que hablan con la fuerza del Poder y del Saber. Y, en tu nombre, yo también expulsaré los demonios que seducen, atormentan y esclavizan al hombre. Aprenderé a rezar con un nombre nuevo: “Abbá” al Padre, que antes veía lejano de mis cosas; oraré desde lo secreto, donde siempre me oye, aunque parezca mentira tanta audacia.
Al filo de tu obra descubriré la libertad de los hombres para amarte, y con sorpresa veré que los hay que no te quieren, porque no quieren al Padre, aunque siempre lo tengan en su boca, y usen sus palabras con abuso. Al año de la misericordia, seguirá el de la justicia. Y el Reino, anunciado como ya presente, se irá desvelando como amor, justicia y libertad, como amor en el fondo de lo íntimo. Presencia del Padre allí, en lo hondo; después, en los de fuera, en las leyes, las costumbres y los usos. Muchas de tus palabras son respuestas ante la fe o la increencia de los hombres. Conversiones y excomuniones serán las orillas de tu caminar entre los hombres. Y Tú abrirás tu vida a todos; a unos con suavidad, porque la necesitan; a otros, con ayes y verdades duras para el soberbio, dulces para el que busca la luz, siempre amor verdadero que hiere.
Hasta que pueda vivir la Semana Santa de tu vida. El amor que ante nada se detiene; veré el amor que no cede ni ante la muerte, aunque para mí sea casi morir al hombre viejo. Volveré al cenáculo de vida, sin aliento, con manchas de sangre en mi mirada, consciente de ver hasta dónde se levanta ese tu reino atrayendo hacia ti al mundo entero. Allí acogido por tu Madre, no sabré qué hacer. Hasta que vengas alegre en nueva vida, en vida resucitada, dando paz; y aquellos días junto a Ti serán una segunda vida luminosa. Será casi imposible expresar mi cambio interior y mi nuevo vivir. Hasta que te vea subir al lugar de dónde viniste y atenderé tu mandato: "Id" predicad, bautizad, os espera el mundo entero y los siglos, las culturas y ese hombre que vive sin sentido.
Empieza a caminar, tú que lees, descubre a Jesús que vive y que te busca. No basta ser erudito, hay que ser creyente; y el eterno Amante, que es el Padre, se te manifestará en el Amado, que es Jesús, y los dos te enviarán al éxtasis de su amor, que es el Paráclito. Él te llevará hasta la verdad completa que empieza por hacerte a ti; precisamente a ti, -no mires fuera-, a ser otro Cristo, santo nuevo en medio de un milenio que debe ser de fuego, si quiere salir de la ceniza.
Pbro. Dr. Enrique Cases
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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