Santos Simón y Judas, Apóstoles
Ambos tenían un homónimo en el Colegio apostólico. Simón es llamado Simón el Cananeo o Simón Zelotes, para distinguirlo de Simón Pedro, y Judas, pariente del Señor, se le denominaba Tadeo que significa «el firme», «el valiente», «el esforzado».
Oriente y en especial Palestina, Egipto, Mesopotamia y Persia, recuerdan el ejemplo de su apostolado y de su vida por Cristo.
SAN SIMON CANANEO, nacido en Canaá, era llamado «el ferviente», por proceder de un partido religioso-político, extremadamente exigente y «celoso» en el cumplimiento de la Ley y de las tradiciones judías. También uno de los evangelistas lo denomina Simón «el Fanático».
Simón ardía de celo por la religión judía y luchaba con todas sus fuerzas por echar de encima el yugo del dominio extranjero. Quizá era un poco parecido a Saulo en su celo por las leyes y costumbres de Israel. Se cree era de temperamente fogoso, ardiente. Pero llegó un día la gracia hasta él y el Maestro lo llamó a que le siguiera, y él, dejándolo todo, le siguió incondicionalmente. Desde entonces para distinguirlo de Simón Pedro le llamarían Simón el Zelotes o el Cananeo. Jesucristo lo amó entrañablemente y siguió la misma suerte que los demás Apóstoles. La tradición dice que recorrió varios países predicando a Jesucristo, especialmente Mesopotamia y Persia, donde murió mártir.
A SAN JUDAS se le denomina siempre con el nombre de TADEO o «no el traidor», para distinguirlo del Iscariote. Como familiar de Cristo -primo hermano de Jesús- le conoce a fondo. Quizá ya vivía con Jesús antes de comenzar el apostolado. En el corazón de Judas Tadeo arde el fuego apostólico ya antes de ser enviado por el Maestro a predicar el Evangelio y antes de que venga sobre ellos la fuerza del Espíritu Santo, el día de Pentecostés. Por ello él sentirá que aquellas maravillas que les dice a ellos, que el Mensaje de salvación que les predica Cristo, no llegue a todos los hombres. Judas posee, pues, un corazón ecuménico y universal. Por eso quiere que el Maestro alargue su misión. A Judas debemos una de las Cartas canónicas. Esta va dirigida a los que quieren seguir la verdadera fe y esperan a Jesucristo en su venida. Y él se presenta humildemente en su Carta llamándose: «un siervo de Jesucristo».
Durante la antigüedad y casi toda la Edad Media fue un santo ignorado, quizá porque repelía su nombre funesto, pero en el siglo XIV, Sta. Brígida de Suecia contó en sus revelaciones que el Salvador le había instado a dirigirse con confianza a SAN JUDAS TADEO; desde entonces pasó a tener una grande y dramática veneración. SAN JUDAS es, sobre todo, la última tabla de salvación para los que ya no esperan nada; más allá de la esperanza, aún está él. Es por esto que se le conoce por patrón de las causas desesperadas, de las causas que uno mismo declara perdidas.
Se cree que tras la resurrección de Jesús predicó el Cristianismo en Siria y Mesopotamia, y quizá murió en Persia con Simón, martirizado a golpes de mazo, según los escritos de San Jerónimo y otros autores antiguos.
San Rodrigo Aguilar Alemán (1875-1927)
Nació en Sayula, México en el seno de una familia cristiana y estudió en el seminario de Guadalajara. Tenía una inteligencia despierta y buen dominio del idioma; dejó varios escritos en prosa y en verso. En 1903, a la edad de 28 años, recibió la ordenación sacerdotal. Ejerció su ministerio en varias parroquias hasta que en Unión de Tula, Jalisco, fue nombrado párroco. Fue un predicador fervoroso y estuvo muy cerca de sus feligreses, sobre todo de los más humildes.
Pronto comenzó la persecución religiosa y se refugió en un convento de religiosas adoratrices donde aprovechó su estancia para dirigir sus ejercicios espirituales. Les decía siempre con profunda convicción: “Los soldados nos quitarán la vida, pero la fe, nunca”.
Tuvo que abandonar el convento y encontró refugio en un rancho donde continuó administrando los sacramentos. Fue descubierto por un piquete de soldados y al confesar que era sacerdote, lo condenaron a muerte.
El 28 de octubre de 1927 en la plaza mayor de Ejutla fue ahorcado, no sin antes haber bendecido la soga, y perdonado a quienes lo iban a ahorcar. Si hubiera contestado a la pregunta del capitán de “Quién vive” con “Viva el Supremo Gobierno”, hubiera salvado la vida, pero contestó con fuerte voz: “Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe”. Esto se repitió por tres veces, mientras lo colgaban y lo descolgaban, hasta que a la tercera vez expiró.
El 22 de noviembre de 1922, el papa Juan Pablo II beatificó al sacerdote mártir de Sayula, con otros mártires mexicanos, y el 22 de mayo de 2000 fueron todos canonizados.