Columna olímpica
4.8.12
Había quedado pendiente en alguna colaboración anterior, el platicarles a mis queridos amigos lectores, la experiencia que un servidor vivió en Juegos Olímpicos.
Corría el año de 1992 y la sede del evento veraniego sería Barcelona. El antecedente futbolístico y arbitral inmediato había sido la Copa del Mundo de Italia 90 donde los jueces, en general, fueron un desastre, sobre todo cuando les tocaba actuar en las líneas.
Por ello, la comisión de árbitros de FIFA hizo una limpia en su dirigencia, nombrando al escocés David Will como presidente e innovando la implantación de árbitros que actuaran exclusivamente como asistentes.
Por CONCACAF fuimos designados para el evento este su amigo por México y por los Estados Unidos, un tipo al que quiero como hermano, Arturo Ángeles.
Debo contarles, para aquellos que no nos conocen, que mi tocayito del alma es moreno, más bien bajo de estatura y con un bigotito muy mamón al estilo del “gallo giro”, Don Luís Aguilar. Yo soy blanco, alto y con unos ojos azules que no te oigo mujer, traes tenis.
Total que ambos llegamos al mostrador de la villa olímpica para jueces y le entregamos sendos pasaportes al encargado. El hombre, chaparrito, barbicerrado y cejijunto, que hablaba español con fuerte dosis de catalán, manoseaba el pasaporte azul de los U.S.A. y el verde de México y nos miraba recelosamente a ambos referees.
Tras unos minutos que parecieron eternos, el tipo nos aventó nuestros documentos al tiempo que decía: “Jolines, que pónganse de acuerdo y explíquenme quién diablos es el mexicano”.
Finalmente nos instalamos y esperamos el primer partido. Recuerdo que me tocó Colombia contra Qatar, en Sabadell; mis líneas eran un par de coreanos que no hablaban una pizca de inglés y el visor, ni más ni menos que el mismísimo Mr. Will, mandamás del arbitraje.
No pude dormir. Las habitaciones en la villa eran confortables pero carecían de aire acondicionado y hacía un calor de asarse. Me pasé platicando la mayor parte de la noche con el juez colombiano José Torres.
Bendito Dios me fue bien, el multicitado señor Will me dio una buena calificación y fui designado al partido de Italia ante Kuwait, por la calificación en su grupo.
A esas alturas ya se había integrado al viaje mi padre, Don Arturo Brizio Ponce de León, que en gloria esté y que la pasó de maravilla en la ciudad Condal.
La selección nacional mexicana quedó eliminada luego de empatar sus tres partidos y de esa manera, yo pude seguir adelante. Todavía pité Suecia-Australia en el Camp Nou y el importantísimo cotejo en semifinales de España enfrentando a Ghana.
No cabe duda que recordar es vivir. Disfruté como “enano” mis Juegos Olímpicos y Barcelona vivirá siempre en mi corazón.
LA TRIVIA DE HOY: ¿Quién es el árbitro mexicano que más lejos llegó en Juegos Olímpicos y hasta qué instancia?