La Paz: Testimonios

Viajando en Buseta de Paz

Debemos dejar a un lado los resentimientos, educar los sentimientos. Resarcir los daños ocasionados.

Por Nubia Isaza

Hablando con un amigo español que vino por estas tierras colombianas a dar algo de lo mucho que ha cosechado en su vida profesional como economista y en su vida personal como buen hijo, buen amigo, y ahora como buen cooperante, conversábamos en la buseta -ya sabéis que en Bogotá los recorridos son largos y se prestan para profundizar algunos temas-. Mi buen amigo me comentaba que actualmente hay tensión entre Cataluña y el Gobierno central de España a causa de unos archivos que durante la Guerra Civil Española fueron extraídos de Cataluña y ahora se encuentran en Salamanca y que pese a haber nombrado una comisión para recuperarlos, la respuesta ante los reclamos había sido: "Estos documentos son botín de guerra y por tanto no podemos devolverlos" y me explicaba que esto causaba una cierta tensión permanente.

"Para evitar esta tensión Salamanca tendría que devolver estos archivos a Barcelona", exclamé. Y quizás mi amigo queriendo llevar el tema al absurdo para ver si cambiaba de opinión y ver si tan sólida era mi posición me dijo: "¿Y podría el Museo más importante de Londres devolver las momias egipcias?". A ello contesté: "También tendría que hacerlo en beneficio a una convivencia universal pacífica". "¿Y el oro que España le sustrajo a América?", él me replicó.

Inmediatamente lo vi todo claro, y le dije con tono enfadado: "Primero, el oro no está en España sino en Inglaterra o quién sabe dónde, mejor dicho, ese oro del que se habla no existe en ninguna parte como tal, pues en su momento se convirtió en moneda de cambio, como es ahora. Segundo, para nuestros indígenas ese oro no tenia el valor que se le dio en Europa en ese tiempo, para ellos era simplemente un metal noble con el que podían fabricar algunas piezas de orfebrería especialmente para ornamentación, una muestra de ello la conservamos en el Museo del Oro. Por tanto, ese oro no existe tal como lo valoraron los indígenas y por lo tanto no se tiene, ni se puede devolver. ¿Quién se inventó esa historia?"

"Si tú estás como cooperante es para…". "Es para aprender", me interrumpió. "Sí, para aprender y también para que nosotros podamos aprender de ti, tu presencia entre nosotros contribuye a elevar nuestra dignidad y la dignidad de tantos abandonados, niños y niñas necesitados, mamás golpeadas por la vida y maltratadas por sus maridos, jóvenes que buscan una salida a sus dificultades. Sí, tu presencia en medio de nosotros es el mayor signo que podamos encontrar de paz", insistí, un poco severa. "Tú no estás aquí para purgar ninguna culpa de tus antepasados por la sencilla razón que tú entonces no existías, tú no eres culpable de los desmanes que tus antepasados pudieron realizar en estas tierras". Inmediatamente se salió por la tangente, en todo caso, dijo: "Como soy catalán, no tengo ni parte ni arte en este asunto".

Como si no me hubiese importado su huida, seguí explicando que debemos dejar a un lado los resentimientos, educar los sentimientos. "¿Qué se tendría que hacer?", intervino saltando nuevamente sobre el tema. "Pues resarcir los daños ocasionados", contesté presurosa, "así como lo hizo el Santo Padre al llegar a África que pidió perdón por la participación de la Iglesia en la esclavitud". Le comenté que hay un libro sobre esto y que también los Reyes de España pidieron perdón por los abusos cometidos en América, pero él no lo sabía.

Ya nuestra buseta comenzó a cruzar las calles despavimentadas para llegar a Palmitas. Nos acercábamos a nuestro destino, habíamos hecho un largo viaje a través de la Historia y de varios continentes.

La autora es una filóloga de Bogotá (Colombia).

Revista RE

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