Santoral 9 de septiembre | San Pedro Claver, San Audemaro, San Auberto, Beato Santiago Laval, Beata Serafina, Beato Alano…

San Pedro Claver, sacerdote (1580-1654) 

Nació en España. Jesuita que trabajó intensamente en Colombia, atendiendo material y espiritualmente a los miles de esclavos negros provenientes del Congo y Angola, que llegaban a Cartagena. En 40 años bautizó a más de 300,000 negros. Es Patrón de los que misionan con los negros y un ejemplo para nosotros, conocedores de que hay una única raza: la raza de los hijos de Dios.

San Audemaro (siglo VI)

Nació en Coutances, Francia, y siendo monje en Luxeuil, el rey Dagoberto le envió como obispo a Therouanne.  Esta silla episcopal quedó vacante después de la invasión franca, y sus fieles habían vuelto al paganismo.  Audemaro les recristianizó tras fundar en Sithiu (hoy Saint Omer, o Audemar) una abadía donde reclutaba a sus misioneros.  En los últimos años de su vida, perdió la vista, pero no permitía que rezaran por su curación pues decía “No os preocupéis por mis ojos.  Dios se ocupa de ello y Él sabe mejor que vosotros y yo lo que me conviene”.  Fue enterrado, como había pedido, en su querida abadía de Sithiu.

San Auberto (siglo VIII)

Obispo de Avranches, Francia, está en el origen de la peregrinación al Mont-Saint-Michel, tan célebre en otros tiempos.  Construyó la primera iglesia que se elevó en ese lugar, cuya dedicación fue el 16 de octubre del año 709.

Beato Santiago Laval (1805-1864)

Aunque Santiago sintió la llamada a la vida religiosa desde joven, no hizo caso y estudió medicina pues pensó que le permitiría tener una vida más interesante. Trabajaba duro y se permitía ciertos lujos, como los caballos, de los que gustaba mucho.  Sin embargo esta vida de soltero duró solo cinco años, pues empezó Santiago a añorar su fe y por fin se decidió y contestó a la llamada que Dios le hacía ordenándose sacerdote.

Unos años más tarde decidió, con el permiso de sus superiores, irse con el padre Liberman, de la Congregación de los Padres del Espíritu Santo, que era una sociedad de sacerdotes consagrados a la misión en Africa.

Cinco meses después de su llegada a la Isla Mauricio, el padre Laval describía así la situación:  “La corrupción  y el desenfreno de los vicios es increíble. Hay en la isla unos 80,000 negros: la mitad no están bautizados, y los que lo están viven como paganos.  Sin embargo, con el trabajo y la santidad del padre Laval, se llevó a cabo una evangelización que, en colaboración con los que se iban bautizando, inició un movimiento de conversiones en toda la isla y se multiplicaron por todas partes las capillas, como el florecimiento de una primavera sobrenatural. 

Un misionero que fue colaborador del padre Laval durante 17 años, dirá más tarde:  “Todavía me admiro cuando recuerdo los enormes trabajos llevados a cabo por cristianos tan pobres”.

A los 59 años, el padre Laval era un hombre acabado:  ayunos ininterrumpidos, cilicio, dormir sobre el suelo y privaciones de toda clase perjudicaron su salud, pero le ganaron la conversión y bautismo de unas 63,000 almas, y el cariño sincero de todos.

Beata Serafina (1432-1478)

Nació en Urbino, Italia y a los 16 años se  casó con Alessandro Sforza, duque de Pésaro, quien era un viudo mucho mayor que ella.  Al principio todo fue bien, pero al marchar Alessandro a la guerra, Serafina le fue infiel cuando menos dos veces, y lo que es peor, había urdido un complot para matarlo cuando volviera.  Al darse cuenta de esto, su marido la obligó a encerrarse, y de allí la mandó al convento de Santa Clara donde Serafina pidió su admisión como religiosa.  Pasó santamente el resto de su vida y fue abadesa tres años antes de morir. 

La ciudad de Pésaro la adoptó como patrona y protectora y el papa Benito XIV elevó a los altares a esta antigua pecadora en el año 1756.

Beato Alano de la Roca (1428-1475)

Nacido en Bretaña, Francia, este gran predicador dominico se consagró a extender por Francia, Alemania y los Países Bajos la devoción del Santo Rosario y a fundar allí las Cofradías del Rosario.

Beata Inés Takeya (+1622)

Forma parte de un grupo de treinta mártires decapitados en Nagasaki, Japón el 10 de septiembre de 1622.  Era una viuda de cuarenta y cinco años, culpable de haber albergado a los misioneros católicos.

* Pide hoy perdón a tu Padre Dios, que es Padre de todos los hombres, por las veces que has discriminado a alguna persona por su raza o condición social.

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