San Pedro Damián obispo y doctor de la Iglesia (1007-1072)
Si nos dejáramos guiar a veces por las apariencias, nuestros errores serían enormes. La Divina Providencia sabe guiar nuestros pasos, aunque en tantas ocasiones no lo sepamos apreciar. Así pensaría en el oscuro porvenir este niño que lo abandonan sus padres, que lleva vida de difícil desde muy pequeño, que cuando ya es mayorcito, un hermano suyo lo trata con inusitada crueldad y para que pueda comer, lo envía a guardar sus cerdos… Pero el Señor le dió un corazón de oro y unas cualidades nada comunes, que después alguien sabrá apreciar. Va un día de camino y se encuentra una moneda de oro. Nunca había visto cosa tan preciosa. En lugar de comprarse algo útil o superfluo, entra en una Iglesia y con aquella moneda encarga que celebren una Misa por sus ya difuntos padres.
Un hermano suyo, que era arcipreste de Ravenna, se encuentra con él y lo toma bajo su cuidado. Le hace que estudie y pronto descubre en él cualidades tan extraordinarias, que muy pronto le harán escalar todos los más difíciles puestos, tanto en la cátedra como en la Iglesia. No pensarían los que le vieron llevar una vida infrahumana y cuidando puercos, que un día llegaría el Papa Alejandro II a presentarlo al Episcopado de Francia, como su Legado, y les escribiría: «Os enviamos al que después de nos tiene la mayor autoridad en la iglesia romana, a Pedro Damián, cardenal obispo de Ostia, que es como la pupila de nuestros ojos y el más firme baluarte de la Sede Apostólica…»
Mientras estudiaba fue la admiración de todos sus compañeros y profesores. A pesar de gustarle tanto la ciencia no le llenaba por completo y aspiró a algo más sólido y duradero. Abandonó el género de vida que llevaba y se entregó al asunto más importante: el de cuidar su alma. Pidió ser admitido en el Monasterio de Fon Tavellana como religioso… Pronto sus cualidades llaman la atención y es elegido por unanimidad superior del Monasterio. Es un modelo de observancia para todos los monjes. Sobre todo se distingue en dos cosas: su fervorosa y prolongada oración y su penitencia o maceración de su cuerpo. Durante este tiempo publica su preciosa obra «Alabanza de la Disciplina», en la que sin intentarlo, hace una maravillosa fotografía de sí mismo. «El monje dice él- debe ser sacrificado y privarse de muchas cosas que tendría en el mundo…»
Pronto el Papa Esteban IX lo nombra Cardenal, a pesar de que él luchó por verse libre de este honor. Quiso tenerlo cerca de sí y le nombró a la vez Obispo de Ostia. Desde allí ilumina y fustiga las herejías de cualquier tipo: Simonía, relajación de costumbres entre el clero, intromisión de los poderes civiles en lo eclesiástico…
A todos llega su benéfica acción. Escribe también temas tan necesarios como «el Celibato», «la Virginidad», «la entrega a Jesucristo». Dice cosas muy bellas sobre la Virgen María, a la que ama con toda su alma, y como buen hijo, extiende su verdadera devoción por todas sus correrías. De él es esta frase que es todo un programa de vida: «Todos los cristianos tienen que vivir la locura de la cruz y apartarse de toda filosofía terrestre, animal y diabólica, contraria al evangelio». San Pedro Damían murió el 22 de febrero de 1072 agotado por sus trabajos.
* Rezar por la santidad de los sacerdotes.