San Juan de Dios, religioso (1495-1550)
Juan Ciudad Duarte nació de padres humildes en Montemayor el Nuevo (Portugal), el año de 1495. Eran años de efervescencia, al reclamo de los nuevos descubrimientos. Juan partió de su pueblo cuando sólo tenía ocho años. Se alista en el ejército. Lucha como San Ignacio y sufre muchas peripecias. A los 42 llega a Granada; allí se realizó su conversión.
«Granada será tu cruz», le dice el Señor. Desde ahora se llamará Juan de Dios. Predicaba en Granada y con tanto entusiasmo predicó sobre la belleza de la virtud y sobre la fealdad del pecado, con tantos ardores habló sobre el Amor de Dios, que Juan como herido por un rayo, se tiraba por el suelo, mientras repetía: «¡Misericordia, Señor, misericordia!». Corrió por las calles de la ciudad descalzo y gritando sus pecados y su arrepentimiento como uno que ha perdido el juicio. Nadie entendía aquella divina locura.
Posteriormente Juan concentró todo su entusiasmo en una nueva Orden: «La Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios». «HACEOS EL BIEN, HERMANOS», repetía sin cesar. Sus primeros compañeros los reclutó entre la gente más desharrapada: un alcahuete, un asesino, un espía y un usurero. Esa es la fuerza del amor: un converso que saca del fango a cuatro truhanes y los hace cristianos. Sobre estas cuatro columnas apoyará su obra. Es el precursor de la beneficiencia moderna. Acoge a los enfermos, los cura, los limpia, los consuela, les da de comer. Todo es limpieza, orden y paz en la casa.
Próximo a la muerte, su lecho fue un desfile continuo de gentes que querían ver a su padre y bienhechor. La esperó de rodillas, y mirando al crucifijo dejó de latir su ardiente corazón.
Santos Filemón, Apolonio y Arieno (siglo III)
Mártires sacrificados en Egipto durante el mandato del emperador Diocleciano.
Apolonio había abandonado el desierto de la Tebaida para ayudar a los cristianos perseguidos. Al encontrárselo el pagano Filemón le dijo: “¡Estás loco por haber dejado el desierto, donde estabas seguro, y por venirte aquí, expuesto a la muerte en cualquier momento!”. La respuesta que recibió de labios de Apolonio le removió de tal forma que pidió saber más de Cristo; pronto se hizo cristiano. Su conversión tuvo resonancia, ya que Filemón era bien conocido por su reputación de extraordinario flautista. Los dos amigos comparecieron delante del juez Arieno. Apolonio volvió a hablar con tanta elocuencia de Cristo que el juez también se convirtió. Condujeron a los tres ante el gobernador, y éste, por consideración, hacia Arieno, los condenó a la pena más leve, es decir, a morir ahogados.
* Aprendamos a ver en todo enfermo a Cristo