Santoral 29 de abril | Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia

Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia (1347-1380)

Fue todo un prodigio de criatura.  La penúltima de 25 hermanos.  Hija del matrimonio formado por el dulce y bonachón, Giacomo Benincasa, tintorero de pieles y de Lapa de Puccio, mujer enérgica y trabajadora.  Nació en Siena el año de 1347.  A pesar de su corta vida y de no haber ocupado cargos de responsabilidad, parece casi increíble cómo una joven, mujer de pueblo, pudo realizar empresas tan grandes como le tenía reservadas el Señor.  Siendo muy niña todavía, recibió una maravillosa visión del cielo:  vió a Jesús sentado en un rico Trono acompañado de sus Apóstoles, San Pedro, San Pablo y San Juan… a partir de ese día se entregó más a la oración, hizo todo mucho mejor que antes y de modo casi impropio de una jovencita de su edad.

Su madre, Lappa, quería que Catalina se aficionara a la vida de sociedad, y que pensara en contraer matrimonio con un joven bueno y apuesto que ella le proponía. Pero ella ya se había desposado secretamente con su Señor Jesucristo. Catalina, libre ya de las ataduras del mundo, se entrega de lleno a la vida de oración y penitencia.  Se la ve volar, más que caminar por las vías del espíritu.

Ella no sabe cómo serle más útil al Señor y a su Iglesia, a la que ama con toda su alma y por la cual se ha ofrecido como víctima.  Un día se le aparece el Señor y le dice: «no puedes serme útil en nada, pero sí que me puedes servir ayudando al prójimo»… Y así lo hace con toda su alma.  Le ayuda, le socorre, le sirve, le instruye y le da cuanto tiene para encaminarlo hacia Dios…

Gozó de grandes revelaciones del cielo y nos dejó obras inmortales de profunda sabiduría, como el «Dialogo».  Por ello merecerá el reconocimiento de la Iglesia, y el 4 de octubre de l970, el Papa Pablo VI la declarará como la segunda mujer Doctora de la Iglesia, poco después de haber declarado Doctora a Santa Teresa de Jesús.  Catalina tenía un altísimo concepto del sacerdocio, y trabajó con toda su alma para que fueran santos los ungidos del Señor.  Por ellos y por toda la Iglesia, en aquellos días lacerada por el tristemente célebre «Cisma de Occidente», ofreció generosamente su vida.  Intervino en muchos asuntos públicos y privados, por eso bien se merece ser la Patrona de Italia, junto con San Francisco de Asís.  Muere a los 33 años, el 29 de abril de 1380.

* Piensa hoy una forma de influir  para bien, aunque sea un poco, en la opinión pública, y propónte llevarlo a cabo, sin dejar pasar más tiempo.

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