La Presentación del Señor
Esta fiesta, que también se le llama «La Candelaria», es de origen oriental. La celebración era -hasta el siglo VI a los cuarenta días de la Epifanía- el 15 de febrero; después pasó a celebrarse el día 2, por ser a los cuarenta días de la
Navidad, el 25 de diciembre.
A mediados del siglo V se celebra con luces y toma el nombre y color de «la Fiesta de las Luces».
Hasta el Concilio Vaticano II se celebraba como fiesta principalmente mariana, pero desde entonces ha pasado a ser en primer lugar Cristológica, ya que el principal misterio que se conmemora es la Presentación de Jesús en el Templo y su manifestación o encuentro con Simeón. El centro, pues, de esta fiesta no sería María, sino Jesús. María entra a formar parte de la fiesta en cuanto lleva en sus brazos a Jesús y está asociada a esta manifestación de Jesús a Simeón y a la anciana Ana.
Hasta el siglo VII no se introdujo esta fiesta en la Liturgia de Occidente. Al final de este siglo ya estaba extendida en toda Roma y en casi todo Occidente. En un principio, al igual que en Oriente, se celebraba la Presentación de Jesús más que la Purificación de María.
No se sabe con certeza cuándo empezó a celebrarse la Procesión en este día. Parece ser que en el siglo X ya se celebraba con solemnidad y empezó a llamarse a la fiesta «Purificación de la Virgen María». Durante mucho tiempo se dio gran importancia a los cirios encendidos y después de usados en la procesión eran llevados a las casas y así se encendían en alguna necesidad.
La ley de Moisés mandaba que toda mujer que diera a luz un varón, en el plazo de cuarenta días, acudiera al Templo para purificarse de la mancha legal y allí ofrecer su primogénito a Yahvé. Era lógico que los únicos exentos de esta ley eran Jesús y María: El por ser superior a esa ley, y Ella por haber concebido milagrosamente por obra del E. Santo. A pesar de ello, María oculta este prodigio y… acude humildemente como cualquier otra mujer a purificarse de la que no estaba manchada.
Una vez cumplido el rito de ofrecer los cinco ciclos legales después de la ceremonia de purificación, la Sgda. Familia estaba dispuesta para salir del Templo, cuando se realizó el prodigio del encuentro con Simeón, primero, y con la anciana Ana, después.
Contraste de la vida: el mismo Infante está llamado para ser Luz y gloria y a la vez, escándalo y roca dura contra la que muchos se estrellarán.
«Corramos todos, -dice un santo Obispo- al encuentro de Jesús los que con fe celebramos y veneramos este misterio. Vayamos todos con el alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz. Dejemos que esta luz nos penetre y nos transforme».
Santa Juana de Lestonnac (1556-1640)
Nacida en Burdeos, Francia, fue hija de un consejero del Parlamento de Burdeos y sobrina del famosos escritor Michel de Lamontaigne. Éste sentía un gran afecto por Juana, y ella le correspondía. “La Naturaleza- escribió en cierta ocasión -, ha realizado en ella una obra maestra al unir un alma tan bella a una apariencia tan hermosa: ha alojada una princesa en un magnífico palacio”. Se casó a los diecisiete años con el barón Montferrat-Laudiras y tuvieron siete hijos. Tras veinticuatro años de matrimonio los perdió a todos. Sintió por entonces la vocación religiosa e ingresó en las bernardas de Toulouse pero tuvo que abandonarlas debido a una enfermedad juzgada incurable cuando estaba en el convento.
En 1607 fundó, auxiliada por los jesuitas, una congregación destinada a la enseñanza de niñas de acuerdo con el modelo implantado por la Compañía de Jesús en sus colegios masculinos: había nacido la Compañía de María que existe todavía hoy. Juana la gobernó con tino y buen humor hasta su muerte.
San Cornelio (siglo I)
Era un centurión romano acantonado en Cesarea, Palestina. Su conversión marcó la ruptura de la Iglesia naciente con la sinagoga (Hechos 10 y 11). Quiso arrodillarse a los pies de Pedro, pero éste le dijo: “Levántate, que yo sólo soy un hombre”. Recibió el bautismo y, a partir de entonces, fue considerado un cristiano que no tenía por qué sujetarse a los ritos de la antigua Ley. Su nombre aparece en el Canon Romano.
Beato Juan Teófano Vénard (1828-1861)
Este joven sacerdote de las Misiones extranjeras fue decapitado en Vietnam del Norte, después de haber estado sesenta días encogido dentro de una jaula de madera. Echaron su cabeza al río, de donde fue sacada trece días después. Juan Teófano nunca perdía el entusiasmo y la alegría: “Hace falta valor en la vida. ¡Viva la alegría!”, repetía con frecuencia, incluso en los momentos más trágicos. Descubrió su vocación leyendo los Anales de la propagación de la fe mientras cuidaba las vacas de su padre, un modesto labrador.
Santa Catalina de Ricci (1522-1590)
Catalina, hija de patricios florentinos, ingresó a los trece años en un convento dominico y allí transcurrirá su vida entera. Fue una monja con virtud y criterio a la cual se le confió la dirección espiritual de las novicia. Sin embargo, Catalina no era una monja común: tenía unos síntomas inexplicables que atraían a los curiosos hasta el punto de que ella tenía que esconderse en el palomar o en el jardín para huir de las miradas indiscretas. Lo que ocurría era que todas las semanas, los jueves y los viernes, sor Catalina tenía éxtasis en los que revivía la Pasión de Cristo.
Por lo demás, era Catalina una mujer inteligente y equilibrada y que mantenía correspondencia con San Felipe Neri, San Carlos Borromeo y San Pío V. En Catalina, como en Teresa de Jesús, el misticismo no fue un estorbo para sus deberes habituales, sino un hecho superior que centuplicó la actividad de toda su vida.
* Buen momento para considerar que, también nosotros, hemos de ser luz para iluminar a las naciones en el lugar concreto donde Dios nos ha puesto.